“Pertenezco a la tercera generación de una familia católica en China. Mi abuelo conoció a un misionero y se convirtió. La fe solo se transmite de padres a hijos, de generación en generación. Mi padre fue un hombre muy valiente. Durante la época más dura de persecuciones en nuestro país, él se mantuvo siempre fiel a Cristo”.
Está claro que Miguel tiene presente de dónde viene su fe… Recuerda aquellos años en los que las autoridades chinas ordenaron destruir todo el material religioso: biblias, cruces, iconos, libros… “Padre guardó una cruz que colgó en la pared de nuestra casa. Esta cruz estaba tapada con su sombrero, y así la mantuvo, aun sabiendo que con ello se arriesgaba mucho. Yo conservo la cruz como un tesoro”.
Era el único niño católico de todo el pueblo. La iglesia que frecuentaba con su familia, la única familia católica en ese pueblo, estaba a diez kilómetros, pero nunca dejaron de asistir a las celebraciones.
Ser católico en China significa ser discriminado y perseguido: “En mi colegio me presionaban para que dejara la fe. Se burlaban de mí, pero yo me decía: ‘¿Cómo voy a dejar mi única alegría, la única cosa que llena mi corazón?’. El Señor me ha ayudado siempre, desde pequeño, a mantenerme firme en la fe. He aprendido que para Él nada es imposible.
Un día, Miguel acompañó a su padre a la estación de autobuses a despedir a una tía. Ella reconoció a un hombre y llevó al joven corriendo para saludarle. “Aquel hombre era sacerdote”, cuenta Miguel. “Fue el primer presbítero –añade– que conocí en mi vida. Por aquel entonces, encontrar a un cura en China era casi un milagro porque nadie podía saber donde vivían y a veces pasaban años sin poder verlos.
Fue un encuentro decisivo en su vida: “Cuando me miró ese sacerdote, al saludarme, me di cuenta que el Señor me quería para Él”.
A pesar de todas estas violaciones de la libertad religiosa en China, la Iglesia católica, por iniciativa de los pontífices Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, ha levantado frecuentemente el ramo de olivo hacia China, manifestando su buena intención de dialogar… El objetivo del diálogo entre la Santa Sede y Pekín es eliminar todos los malentendidos y permitir al pueblo chino conocer objetivamente el sentido y el valor positivo de la Iglesia católica, con el fin de eliminar las restricciones que le son impuestas.