“Soy una mujer dalit, casada y madre de tres hijas. Vivo en una casa muy pobre. Durante años, mi marido no trabajaba y no nos daba de comer. No puedo describir el dolor que había en mi familia antes de ser católica. Mi marido me pegaba grandes palizas. Un día pedí ayuda a mis vecinos, que eran católicos. Mi vecino rezó por mí, aunque yo no entendía nada…”.
Swetha vive en la India, pero en el lado más oscuro de esta gran nación, el de los más pobres, los discriminados y desapercibidos. Padeció una grave enfermedad y estuvo sin esperanzas de sobrevivir y temiendo dejar a sus hijas desamparadas. Su marido, al verla tan mal, llamó al vecino cristiano. Este visitó su casa, donde rezó por ella y le dijo que fuera a una misión católica, a la misa de las nueve de la mañana.
Ella misma recuerda el día en que todo cambió: “En cuanto me recuperé, fui a la misa. Llevé una flor para darle gracias a Dios. Nada más llegar, me sentí parte de la misma familia. Nunca había visto una liturgia tan bonita. Percibí una alegría que no había sentido nunca. Vi el cielo en la tierra. Si existía el cielo, era allí”.
Transcurrida una semana, Swetha volvió a la iglesia y, a partir de ese momento, empezaron los problemas con su marido. “Así como mi amor por Jesús se hizo más profundo, el conflicto con mi esposo se intensificó porque yo iba a la iglesia todas las semanas”, cuenta la mujer, que lleva en su cuello un rosario de madera.
Un día el marido destruyó su biblia: “Sentí como si hubiera destruido mi vida porque la Biblia significa mucho para mí”. También recibió una fuerte paliza con una barra de hierro… “Pero sabía que Jesús estaba conmigo. Él me protegió del dolor porque apenas sentí daño”. A pesar de haber sido golpeada y maltratada por su marido, ella rezaba por él y tenía claro que Dios los había unido en matrimonio y no podían separarse.
El sacerdote de la parroquia los envió al centro pastoral de su diócesis: “Allí aprendimos que el matrimonio es una relación de tres personas: marido, mujer y Dios”. Con la mirada en el cielo y llena de alegría, Swetha reconoce que esas clases cambiaron a su marido y salvaron su matrimonio.
El cambió fue tal que hoy ve claro el antes y el después: “Tras diez años, era la primera vez que sentíamos que estábamos casados. Mi marido me pidió perdón. Por la fe somos una familia de nuevo unida”.
Pese a todo, Swetha sigue siendo discriminada por su familia política por creer en Dios: “Nos critican, pero yo entendí aquello de que ‘os perseguirán en mi nombre’. Si el Señor ha hecho tantos milagros en mi vida, lo hará en la vida de los otros. Cuánta más fe tengo, más fuerte soy”.