Hoy, 14 de agosto, comienza en el Senado de Australia un debate sobre la legalización de la eutanasia y del suicidio asistido. La sesión se extenderá hasta el día 16, cuando se vote para derogar o no la Ley de 1997 que “prohíbe a los territorios individuales de la Federación legalizar ambos casos”. Esta legislación fue aprobada después de que, en 1995, los Territorios del Norte dieran luz verde a la llamada ‘muerte dulce’.
La región de la capital Camberra, el Territorio del Norte y la isla de Norfolk sería en los que entraría en práctica. El senador demócrata liberal David Leyonhjelm presentará el proyecto de ley y ha declarado que ya ha llegado a un acuerdo con el primer ministro, Malcolm Turnbull. En el caso de que no se respetara este supuesto pacto, Leyonhjelm ha amenazado con castigar al Gobierno y negarse a trabajar en reformas fundamentales.
En noviembre pasado, el estado de Victoria ya legalizó la eutanasia, pero la ley no entrará en vigor hasta 2019 y será restringida para pacientes con enfermedades terminales y con una esperanza de vida de menos de seis meses.
El arzobispo de Sydney, Anthony Fisher, ha sido el portavoz de la campaña en defensa de la vida, encabezando la recogida de firmas bajo el mensaje “Firme la petición, diga ‘no a la eutanasia’”.
El prelado ha pedido a todos los australianos que “se comprometen en favor de una civilización de vida y amor que se unan para que los senadores voten en contra del proyecto de ley, evitando allanar el camino a la legalización de la eutanasia”.
Fisher cuenta con el apoyo de la Asociación Médica de Australia que siempre ha mostrado su oposición a esta ley, “los médicos no deben participar en las operaciones que tienen como intención el final de la vida de una persona”, señalan en su página web.
La archidiócesis de Sydney recuerda que la eutanasia y el suicidio asistido afectan desproporcionadamente a grupos vulnerables como los ancianos o discapacitados y solicita que se proporcionen recursos suficientes para ayudar a cuidar de los pacientes que se encuentran en el final de sus vidas en lugar de acabar con ellas.
El pasado mes de mayo, David Goodall, un científico australiano de 104 años viajó a Suiza para someterse a un suicidio asistido, aunque no sufría ninguna enfermedad en fase terminal, pero declaraba “no soy feliz, quiero morirme y lo triste es que me lo impiden”.
Este caso reabrió el debate sobre la legalización de la eutanasia en Australia y en los próximos días los políticos decidirán sobre la legislación al respecto.