Jenise, de 12 años, fue testigo y víctima de aquel ataque ocurrido en 2010, uno más de los que a diario ocurren en Nigeria contra los cristianos. Era el momento de la consagración. La mayoría de los feligreses de la misa del domingo estaba ya arrodillada cuando un coche bomba se estampó contra una pared de la iglesia. Cerca estaba el coro y, entre sus miembros, Jenise.
En su día, Ayuda a la Iglesia Necesitada financió la reconstrucción del templo, aunque una de las ventanas se ha dejado tal y como quedó tras el atentado para recordar lo sucedido. Y es que en el ataque murieron cuatro personas y muchas quedaron gravemente heridas y mutiladas de por vida. Algunos han perdido un ojo, otros tienen heridas producidas por la metralla. Jenise muestra las cicatrices que le produjo la metralla del atentado.
Aún pudo ser peor
Los efectos del atentado terrorista hubieran sido mucho peores si no hubiera sido porque, en el exterior de la iglesia, había una gruta dedicada a la Virgen de Fátima que “frenó” al coche bomba después de traspasar el muro del recinto, impidiendo así que explotase más hacia el interior del templo.
Ocho años después, en otra misa de domingo en la parroquia de Santa Rita (Kaduna), encontramos a Jenise en el mismo lugar en el que estaba aquel fatídico día. En el coro de su comunidad. Cantando y bailando como a ella le gusta hacer para vivir las eucaristías.
Ahora tiene 20 años, una espalda marcada de por vida por los efectos de las metrallas de la bomba… y una fe madura para la edad que tiene: “El atentado hizo que mi vida diera un vuelco. Mi fe es más fuerte que antes, no he dudado en Dios, y es gracias a Él y a la comunidad que me rodea”.
La fe como motor vital
“Sin mi fe –concluye la joven– no hubiese salido adelante. Creo que hay un Dios vivo que está aquí y que viene a salvarnos. Os doy las gracias de corazón por vuestra ayuda en la reconstrucción y por todas vuestras oraciones. Gracias a ellas hemos llegado hasta aquí”.