Desde las mismas montañas que cobijaron la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, hace 50 años, en el Valle de Aburrá, el Congreso Internacional ‘Medellín 1968-2018: Memoria y prospectivas de futuro para la vida consagrada’ ha asumido el patrimonio de este ‘hito’ de la Iglesia latinoamericana y caribeña y sus implicaciones para las nuevas generaciones.
Así lo han expresaron los 220 participantes, al concluir el congreso, a través de un documento en el que se detalla que hacer memoria de Medellín “nos invita a un renovado discernimiento que reconoce las reflexiones que nos han antecedido, sin temor a las consecuencias o a las cifras, y nos impulsa a buscar nuevas formas de responder a la moción del Espíritu con creatividad apostólica”.
Este mismo acento profético marcó las conferencias de la segunda y última jornada del congreso, ayer, 19 de agosto, cuando tres representantes de institutos seculares (Lucia Alvear, Catherin Jaillier y Luz Elena Salazar) se refirieron a la importancia de “llenar el corazón de profecía y esperanza” para ser ciudadanos del mundo y ciudadanos del Reino, al mismo tiempo, y, de este modo, “acoger el don recibido, ser portadores de gozo, anunciar la Palabra, trabajar incansablemente por la dignidad de la persona, proclamar la verdad, pedir y repartir la vida que se ha hecho pan y ofrenda para otros, y escuchar sin pre-juicios los ruidos que nadie escucha”.
A continuación, el teólogo salesiano Hernán Cardona, ahondó en los “desafíos proféticos para la vida consagrada a la luz de la Palabra de Dios”, llamando la atención en las categorías ‘éxodo’ y ‘liberación’ que atraviesan el documento de Medellín, aunque advirtiendo que “la mayoría de las citas bíblicas corresponden al Nuevo Testamento y tienen su culmen en la centralidad de Jesús de Nazareth”, como de hecho se expresa en el único texto que se repite en los documentos en tres oportunidades: “Cristo, Jesús, siendo rico, por nosotros se hizo pobre” (2Cor 8,9).
Con todo, el conversatorio entre algunos jóvenes (los esposos Daniel Ceballos y Andrea Quinchía, filósofos de la Universidad de Antioquia, y la religiosa Maribel Vanegas, de la Compañía de María) con dos testigos de Medellín (Federico Carrasquilla y Cecilio de Lora), en el panel ‘Jóvenes@ancianos: los sueños proféticos’, dio paso a un diálogo de sabidurías, experiencias y creatividad, inspirador, sin duda, para abrazar la herencia de Medellín con un testimonio coherente y con sentido profético, acogiendo “el grito desesperado de los pobres, oprimidos y excluidos”, y saliendo a su encuentro para responder a los retos de hoy.Rehacer el mensaje de Medellín
“Cuando no sabemos a dónde vamos, buenos es saber de dónde venimos”, comenzó diciendo Cecilio de Lora, quien fuera secretario adjunto del CELAM en el tiempo de la Conferencia de Medellín, insistiendo en tres elementos fundamentales presentes en el documento: la centralidad del pobre, la liberación, y la importancia de las comunidades eclesiales de base. “A ustedes les corresponde rehacer, no repetir, el mensaje de Medellín, que es fuente de profetismo”, dijo el religioso marianista a las nuevas generaciones.
Federico Carrasquilla, por su parte, al recordar los “sueños” que han motivado su compromiso con los pobres durante 50 años, en las periferias de Medellín, acentuó que “la opción por los pobres ha sido una convicción, un cuestionamiento y un reto” que ha retroalimentado su vocación sacerdotal, aclarando que “mi opción ha sido, fundamentalmente, por Jesús que se hizo pobre”.
Desde el punto de vista pastoral, Carrasquilla también sostuvo que “lo más original del documento de Medellín no ha sido tanto su contenido, sino su metodología”, refiriéndose al ver-juzgar-actuar que, desde entonces, ha marcado los itinerarios de la Iglesia latinoamericana.
A su turno, la hermana Maribel Vanegas, ha defendido la necesidad de “comprender que Medellín nos ofrece una lógica diferente que nos anima a denunciar las injusticias en estos tiempos”. En este sentido, ha ponderado la importancia que tiene el compartir comunitario intergeneracional para “la revitalización de la vida consagrada”.
En este punto, el joven laico Daniel Ceballos ha sugerido sostener una praxis teológica de liberación que no pierda de vista la categoría del pobre, ni “la necesaria dialéctica entre profecía y memoria”, para “no disociar los sueños de los ancestros de ‘otros mundos posibles’ del compromiso que nos corresponde a las nuevas generaciones”.
También Andrea Quinchía, en una perspectiva joven, recordó que “la esperanza habla de justicia, de cara al sufrimiento”, por cuanto se hace necesario “vencer la cultura de la muerte” y reafirmar “una antropología del pobre que nos comprometa con la dignidad de la persona, sobre todo de los más pequeños y marginados”.
A la luz de estos planteamientos, el congreso ha afirmado la necesidad de “una vida religiosa orgullosa de los cabellos blancos de nuestros hermanos y hermanas mayores, reconociendo en ellos su entrega, su experiencia y valorando sus enseñanzas que sin duda alguna son y deben ser la fortaleza y guía para las nuevas generaciones”.
De igual forma, en el documento conclusivo se confirma el imperativo de “una vida religiosa que sepa creer y confiar en los jóvenes, en los religiosos jóvenes, quienes con su alegría y frescura están llamados a mostrar el rostro de Cristo a tantos que se dejan contaminar por lo fácil, las felicidades aparentes y que son víctimas de la cultura del descarte y de una vida liquida, sin ideales concretos y profundos”.
“En estos dos días hemos visto, escuchado y compartido con todas las generaciones de dónde venimos, cuáles han sido los rostros que han fundado estas intuiciones, hoy también es el momento de mirar con esperanza, audacia y ternura ese camino que se nos presenta como una utopía, que es posible, si ponemos nuestra mirada fija en Jesús el único realizador del proyecto del Padre”.