De entre las muchas ponencias que ofrece el Encuentro Mundial de las Familias (EMF) a los asistentes en Dublín en los días previos a la llegada del papa Francisco, una especialmente relevante es ‘Afrontando las crisis y el sufrimiento en el matrimonio’, este jueves de 19:00 a 20:00 horas. Entre otros, en ella ofrecerá su testimonio Carlos Campoy, laico de la Archidiócesis de Toledo, muy representada en el congreso con hasta tres charlas. Vida Nueva habla con él para conocer qué siente ante un momento tan importante como este.
PREGUNTA.-¿Qué claves consideras esenciales ofrecer con tu experiencia y visión?
RESPUESTA.- En primer lugar, quiero transmitir la idea, de la cual estoy plenamente convencido, de que el amor en un matrimonio bendecido por Dios es algo eterno; dura para siempre. La clave consiste en emprender juntos la obra que Dios quiere desde el primer día de matrimonio.
Y, ¿cuál es esta obra? En el capítulo 6 del evangelio de San Juan, el mismo Jesús nos responde a esta pegunta: “La obra que Dios quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado”. Creer en el que él ha enviado supone mirar a tu esposo/a con los ojos con los que nos mira el mismo Dios. Un amor misericordioso. De este modo, nada ni nadie puede destruir este amor.
En segundo lugar, quiero recalcar que el amor que yo recibo de mi cónyuge, así como el amor que esta recibe de mí, es un amor imperfecto, en construcción, y que este hecho no supone de ninguna manera que el amor desaparezca, sino todo lo contrario, está llamado a crecer y a perfeccionarse.
De acuerdo, este camino está sembrado de tensiones, incomprensiones, discusiones y enfrentamientos, pero, con las armas del perdón, el diálogo respetuoso, el acompañamiento espiritual y el apoyo de un grupo de matrimonios que comparte la misma fe, todo se supera. No fuimos creados para vivir heridos. Las heridas se curan, y las cicatrices quedan para recordarnos que nuestro amor se ha hecho un poco más sólido.
P.- La Archidiócesis de Toledo está presente en tres paneles. ¿Lo sentís como un espaldarazo eclesial al modo de tratar a las familias en vuestra diócesis?
R.- Desconozco si hay otras diócesis más favorecidas que la nuestra en este sentido, pero lo cierto es que la Diócesis de Toledo, a través de su Delegación de Familia y Vida, está desplegando desde hace algunos años una extraordinaria y admirable oferta de acogida para todas las familias, sea cual sea su realidad y condición.
El pasado mes de octubre de 2017, el delegado de Familia y Vida, Miguel Garrigós Domínguez, y yo estuvimos en Dublín presentando todas estas actividades, y estoy convencido de que allí se quedaron con una muy positiva impresión de todo lo que se está haciendo en Toledo al respecto. Creo que nuestra presencia en estos tres paneles corrobora esta idea.
P.- ¿Cuál es el eje sobre el que orbita esa respuesta diocesana a las familias?
R.- Hay un eje fundamental que se puede concretar con algunos términos: aceptación, acogida, misericordia, sanación. Las realidades y dificultades por las que atraviesan las familias son de muy diverso tipo y la Delegación de Familia y Vida está dando respuestas muy válidas para cada una de ellas: familias en riesgo de separación, familias con problemas económicos, madres en riesgo de abortar, mujeres separadas, familias alejadas de la fe, matrimonios en sus primeros años de andadura, familias que han sufrido pérdidas de seres queridos, familias con problemas a la hora de educar a sus hijos… y así un largo etcétera que resultaría muy difícil enumerar aquí.
En cada una de estas realidades, ninguna de las personas que se están beneficiando de estos proyectos se siente juzgada, sino todo lo contrario: se acompaña al que sufre, se ayuda al necesitado, se sana al herido. Creo que esta es la Iglesia que está pidiendo nuestro querido papa Francisco: un hospital de campaña con las puertas siempre abiertas para el que lo necesita, una Iglesia en salida hacia las periferias, donde son las propias familias las que salen al encuentro de otras para anunciar tiempos de misericordia, de reconciliación y de encuentro personal con el Resucitado.
P.- Tu propia hermana pertenece al Grupo Santa Teresa, en el que varias mujeres separadas y sus hijos han podido vivir plenamente su fe en la Iglesia, en un grupo diocesano y animadas por su obispo, quien consiguió que pudieran verse personalmente con Francisco. ¿Hasta qué punto ésta vivencia es esperanzadora para tantos creyentes que han padecido la herida del divorcio?
R.- Para mi hermana, el hecho de verse repentinamente abandonada por su marido fue un mazazo anímico y psicológico impresionante. Los dos primeros años tras la separación fueron especialmente dolorosos. Era raro el día en el que no me la encontraba bañada en un mar de lágrimas.
Cuando has puesto tu vida entera en manos del ser querido “hasta que la muerte nos separe” y, en cuestión de un minuto, todo se desvanece, parece que toda la existencia pierde su sentido. Pero, en 2014, Miguel Garrigós contactó con ella y con otras mujeres separadas e iniciaron el Grupo Santa Teresa, de ayuda a mujeres separadas. En 2017 fueron recibidas en el Vaticano por el papa Francisco.
Mi hermana Isabel, en medio del dolor producido por el desgarro familiar, vive hoy una vida plena y activa, arraigada en la fe en Jesucristo y en su Iglesia. La herida está cerrada. Queda la cicatriz y, a veces, rebrota el dolor. Pero la certeza de un amor más grande que salta hasta la eternidad restaura la esperanza.