Tras su almuerzo en la nunciatura, los siguientes pasos de Francisco en su estancia en Dublín en este sábado 25 de agosto le han conducido a la procatedral de Santa María, donde ha escuchado el testimonio de tres parejas: un matrimonio que lleva 50 años juntos, otro que va a serlo en las próximas fechas y uno más que lo es desde hace poco.
En su alocución, su segunda en tierra irlandesa, Bergoglio se ha felicitado por las “innumerables celebraciones del sacramento del matrimonio” que ha albergado el tempo en todos estos años, lo que, como ha dicho en tono de broma, desmiente el dicho de que los jóvenes ya no se quieren casar.
Improvisando sobre el discurso que tenía previsto, se ha dirigido a todos los presentes para asegurar que, en el matrimonio, “el dolor de dos es medio dolor”, mientras que “la alegría de dos es el doble”.
Con el mismo tono cercano, ha elogiado la importancia de la infancia (“el llanto de un niño es la oración más hermosa”) y la de los abuelos: “Hay que mirar a los ancianos, tan llenos de sabiduría. El futuro y el pasado se encuentran en el presente. Ellos tienen la sabiduría, también la suegra –ha dicho entre las risas de los presentes–. Los niños y los jóvenes han de escuchar esa sabiduría, pues en los abuelos están las raíces”.
Dirigiéndose a Vincent y Teresa, les ha dado las gracias por compartir su experiencia de 50 años de matrimonio y de vida familiar. Y les ha preguntado directamente: “¿Han peleado demasiado? Esto también es parte del matrimonio… Pueden volar los platos, pero el secreto en un matrimonio es hacer las paces antes de terminar el día. No hace falta un discurso; basta con una caricia. Discutan lo que quiera, pero, al acostarse, hagan las paces”.
“Creciendo juntos –ha proseguido– en esta comunidad de vida y de amor, habéis experimentado muchas alegrías y, ciertamente, también muchos sufrimientos. Junto con todos los matrimonios que han recorrido un largo trecho en este camino, sois los guardianes de nuestra memoria colectiva. Tenemos siempre necesidad de vuestro testimonio lleno de fe. Es un recurso maravilloso para las jóvenes parejas, que miran al futuro con emoción y esperanza… y puede que con un poquito de inquietud”.
En su respuesta a Denis y Sinead, la pareja que está a punto casarse, les ha asegurado que van a “embarcarse en un viaje de amor que, según el proyecto de Dios, lleva consigo un compromiso para toda la vida. Han preguntado cómo pueden ayudar a otros a comprender que el matrimonio no es simplemente una institución, sino una vocación, una decisión consciente y para toda la vida, para a cuidarse, ayudarse y protegerse mutuamente”.
“Ciertamente –ha reconocido–, debemos reconocer que hoy no estamos acostumbrados a algo que dure realmente toda la vida”. La razón es que estamos sumergidos en “una cultura de lo efímero”, donde “todo lo que nos rodea cambia, las personas van y vienen en nuestras vidas, las promesas se hacen, pero, con frecuencia, no se cumplen o se rompen. Puede que lo que me estáis preguntando en realidad sea algo todavía más fundamental: “¿No hay nada verdaderamente importante que dure para siempre? ¿Ni siquiera el amor?”.
Volviendo a improvisar, se ha respondido a sí mismo: “Está la tentación de que el ‘para toda la vida’ sea un ‘sí… mientras dura el amor’. Pero, si el amor no se hace crecer con amor, dura poco. Es un empeño el hacer crecer ese amor. En el amor no existe lo efímero, lo provisorio, eso se llama encantamiento. El amor es definitivo, es un tú y un tú. Es la media naranja… El amor es así, todo para toda la vida”.
“Sabemos –ha continuado Bergoglio– lo fácil que es hoy caer prisioneros de la cultura de lo efímero. Esta cultura ataca las raíces mismas de nuestros procesos de maduración, de nuestro crecimiento en la esperanza y el amor. ¿Cómo podemos experimentar, en esta cultura de lo efímero, lo que es verdaderamente duradero?”.
Reconociendo que esta última es “una pregunta fuerte”, ha defendido que, “entre todas las formas de la fecundidad humana, el matrimonio es único. Es un amor que da origen a una vida nueva. Implica la responsabilidad mutua en la trasmisión del don divino de la vida y ofrece un ambiente estable en el que la vida nueva puede crecer y florecer”. Una tarea en la que no están solos, pues “Jesús está siempre presente en medio de ellos”, siendo su amor “una roca y un refugio en los tiempos de prueba, una fuente de crecimiento constante en un amor puro y para siempre”.
“Arriesguen para toda la vida –ha enfatizado Francisco–, el matrimonio es un riesgo que vale la pena, pues es para toda la vida”. De un modo poético, ha indicado que “sabemos que el amor es lo que Dios sueña para nosotros y para toda la familia humana. Por favor, no lo olvidéis nunca. Dios tiene un sueño para nosotros y nos pide que lo hagamos nuestro. No tengáis miedo de ese sueño. Sueñen a lo grande”.
Ello implica custodiarlo “como un tesoro”, soñándolo “juntos cada día de nuevo. Así, seréis capaces de sosteneros mutuamente con esperanza, con fuerza y con el perdón en los momentos en los que el camino se hace arduo y resulta difícil recorrerlo”.
Y es que ese amor sin límites tiene su reflejo en la propia Biblia, donde “Dios se compromete a permanecer fiel a su alianza, aun cuando lo entristecemos y nuestro amor se debilita. Él nos dice: ‘Nunca te dejaré ni te abandonaré’ (Hb 13,5). Como marido y mujer, ungiros mutuamente con estas palabras de promesa, cada día por el resto de vuestras vidas. Y no dejéis nunca de soñar. Repetid en el corazón: ‘Nunca te dejaré ni te abandonaré’”.
Su última respuesta ha sido para Stephen y Jordan, una pareja de recién casados que le han preguntado cómo pueden los padres trasmitir la fe a los hijos. “Sé que, aquí en Irlanda –les ha dicho–, la Iglesia ha preparado cuidadosamente programas de catequesis para educar en la fe dentro de las escuelas y de las parroquias. Pero el primer y más importante lugar para trasmitir la fe es el hogar”, pues es en casa “donde se aprende a creer”, “a través del sereno y cotidiano ejemplo de los padres que aman al Señor y confían en su palabra”.
El Papa ha glosado el significado de “Iglesia doméstica” como el espacio en el que los hijos “ven cómo mamá y papá se comportan entre ellos, cómo se cuidan el uno al otro y a los demás, cómo aman a Dios y a la Iglesia. Así los hijos pueden respirar el aire fresco del Evangelio y aprender a comprender, juzgar y actuar en modo coherente con la fe que han heredado”.
En este punto, en el que ha reivindicado que la fe “se transmite en el dialecto de la vida, del hogar”, pues es la auténtica “lengua materna”, Bergoglio ha contado una experiencia personal: “Tendría cinco años… Entré en casa y en el comedor estaba mi padre, que acababa de llegar del trabajo. Mi madre y él estaban besándose. No lo olvido nunca, jamás. Es una cosa hermosa. Él estaba cansado del trabajo, pero ambos se expresaban así su amor. Que vuestros hijos os vean así, acariciándoos, besándoos… Ese es el dialecto del amor. Es la fe”.
A continuación, cuando ha llamado a “vivir en profunda solidaridad con cuantos sufren y están al margen de la sociedad”, ha añadido otra entrañable anécdota: “Era una madre de tres hijos, de siete, cinco y tres años. Eran un buen matrimonio; tenían mucha fe y enseñaban a sus hijos a ayudar a los pobres. Un día, en el almuerzo, oyeron que golpeaban la puerta. Era un pobre con hambre. Ellos comían filetes empanados. ‘¿Qué hacemos?’, preguntó la madre. Los chicos dijeron que le diera comida, pues había más filetes. Pero ella cortó la mitad de cada uno de los que estaban comiendo. Ellos protestaron y le pidieron que le diera de los otros filetes, de los sobrantes. Y ella les respondió así: ‘No, al hermano hay que darle de lo nuestro, no de lo que nos sobra’. Les dio una lección sobre lo que es el dialecto de la fe”.
De este modo, el Santo Padre ha llamado a ofrecer hoy una respuesta contracultural: “Las virtudes y las verdades que el Señor nos enseña no siempre son estimadas por el mundo de hoy, que tiene poca consideración por los débiles, los vulnerables y todos aquellos que considera ‘improductivos’. El mundo nos dice que seamos fuertes e independientes; que no nos importen los que están solos o tristes, rechazados o enfermos, los no nacidos o los moribundos.
“Nuestro mundo –ha sentenciado– tiene necesidad de una revolución de amor. En una atmósfera llena de egoísmos, os pido que esta revolución comience desde vosotros y desde vuestras familias”. Para ello, se necesita de otra revolución, la de la ternura: “Estamos olvidando de forma lenta pero inexorablemente el lenguaje directo de una caricia, la fuerza de la ternura. ‘Ternura’ es una palabra que ha sido sacada del diccionario… Pero no habrá una revolución de amor sin una revolución de la ternura.
“Que, con vuestro ejemplo –ha concluido–, vuestros hijos puedan ser guiados para que se conviertan en una generación más solícita, amable y rica de fe, para la renovación de la Iglesia y de toda la sociedad irlandesa”.
Concluido el acto en la procatedral, y antes de ir a la Fiesta de las Familias en el estadio Croke Park, Francisco ha visitado un centro de acogida para familias sin hogar regentado por una comunidad de franciscanos capuchinos. Tras saludar uno a uno a todos los presentes, en un clima marcado por la calidez y el cariño, desde los ancianos a los niños, el Papa ha ofrecido un breve discurso en el que ha agradecido a los religiosos su bello modo de encarnar el Evangelio entre los más desfavorecidos.
Antes de marcharse al acto final de un intenso día, el primero suyo en Dublín, Bergoglio ha donado a la comunidad un icono de san Francisco. A la salida, mientras se adentraba en el coche, un grupo de fieles le ha dedicado una canción típica de la religiosidad popular irlandesa.