Tras aterrizar y pisar por primera vez como papa (estuvo tres meses estudiando inglés en los años 80) el suelo de Dublín a las 11:43 horas (hora española) de este sábado 25 de agosto, el papa Francisco ha sido recibido con gran calidez, pues, además de las autoridades presentes, ha podido saludar a una familia de refugiados que vive en Irlanda y a otra local que acoge en su casa a huidos de la guerra.
A continuación, ha sido agasajado con la ceremonia oficial de bienvenida en el palacio Áras an Uachtaráina, lugar de residencia del presidente de la República, Michael D. Higgins. Concluida esta visita de cortesía, ambos se han trasladado al Castillo de Dublín, donde Bergoglio se ha encontrado con diversas autoridades, representantes de la sociedad civil y del cuerpo diplomático, pronunciando ante ellos el primer discurso de su viaje apostólico a Irlanda, que se coronará con su participación en el Encuentro Mundial de las Familias (EMF).
En su intervención, Francisco ha comenzado dando las “gracias por la acogida amistosa que me ha dispensado el presidente de Irlanda y que refleja la tradición de cordial hospitalidad por la que los irlandeses son conocidos en todo el mundo”. Además, ha señalado su alegría por la presencia de una delegación de Irlanda del Norte.
Centrándose en el EMF, ha defendido que “la Iglesia es efectivamente una familia de familias, y siente la necesidad de ayudar a las familias en sus esfuerzos para responder fielmente y con alegría a la vocación que Dios les ha dado en la sociedad”. De ahí que esta jornada mundial sea “una oportunidad para las familias, no solo para que reafirmen su compromiso de fidelidad amorosa, de ayuda mutua y de respeto sagrado por el don divino de la vida en todas sus formas, sino también para que testimonien el papel único que ha tenido la familia en la educación de sus miembros y en el desarrollo de un sano y próspero tejido social”.
Para el Papa, el EMF ha de ser visto como “un testimonio profético del rico patrimonio de valores éticos y espirituales que cada generación tiene la tarea de custodiar y proteger”. “No hace falta ser profetas –ha continuado– para darse cuenta de las dificultades que las familias tienen que afrontar en la sociedad actual, que evoluciona rápidamente, o para preocuparse de los efectos que la quiebra del matrimonio y la vida familiar comportarán, inevitablemente y en todos los niveles, en el futuro de nuestras comunidades”.
Ante este complejo panorama, Bergoglio se ha mostrado convencido de que “la familia es el aglutinante de la sociedad”. Y, por eso mismo, por su vital importancia, “su bien no puede ser dado por supuesto, sino que debe ser promovido y custodiado con todos los medios oportunos”.
Para el Pontífice, el núcleo familiar es, ante todo, el lugar en el que se siembran en cada uno los valores intrínsecamente humanos: “Es en la familia donde cada uno de nosotros ha dado los primeros pasos en la vida. Allí hemos aprendido a convivir en armonía, a controlar nuestros instintos egoístas, a reconciliar las diferencias y sobre todo a discernir y buscar aquellos valores que dan un auténtico sentido y plenitud a la vida”.
En ese camino, la referencia ética esencial es “la llamada a la unidad y a la solidaridad, especialmente con respecto a los hermanos y hermanas más débiles”. Sin embargo, la realidad es que “nos sentimos a menudo impotentes ante el mal persistente del odio racial y étnico, ante los conflictos y violencias intrincadas, ante el desprecio por la dignidad humana y los derechos humanos fundamentales y ante la diferencia cada vez mayor entre ricos y pobres”.
“Cuánto necesitamos recobrar –ha clamado el Papa–, en cada ámbito de la vida política y social, el sentido de ser una verdadera familia de pueblos. Y de no perder nunca la esperanza y el ánimo de perseverar en el imperativo moral de ser constructores de paz, reconciliadores y protectores los unos de los otros”.
Llegado a este punto, Francisco no ha pasado por alto la propia situación política vivida por el país recientemente: “Aquí en Irlanda, dicho desafío tiene una resonancia particular, cuando se considera el largo conflicto que ha separado a hermanos y hermanas que pertenecen a una única familia. Hace veinte años, la comunidad internacional siguió con atención los acontecimientos de Irlanda del Norte, que llevaron a la firma del Acuerdo del Viernes Santo. El Gobierno irlandés, junto con los líderes políticos, religiosos y civiles de Irlanda del Norte y el Gobierno británico, y con el apoyo de otros líderes mundiales, dio vida a un contexto dinámico para la pacífica resolución de un conflicto que causó enormes sufrimientos en ambas partes”.
Con la perspectiva histórica, “podemos dar gracias por las dos décadas de paz” que alumbró dicho pacto social y político, “mientras que manifestamos la firme esperanza de que el proceso de paz supere todos los obstáculos restantes y favorezca el nacimiento de un futuro de concordia, reconciliación y confianza mutua”.
“El Evangelio nos recuerda –ha proseguido– que la verdadera paz es, en definitiva, un don de Dios; brota de los corazones sanados y reconciliados y se extiende hasta abrazar al mundo entero. Pero también requiere de nuestra parte una conversión constante, fuente de esos recursos espirituales necesarios para construir una sociedad realmente solidaria, justa y al servicio del bien común”. Porque, “sin este fundamento espiritual, el ideal de una familia global de naciones corre el riesgo de convertirse solo en un lugar común vacío”.
A continuación, Francisco ha vuelto a cargar contra una “cultura del descarte” materialista que ve en auge y que “nos ha hecho cada vez más indiferentes ante los pobres y los miembros más indefensos de la familia humana, incluso de los no nacidos, privados del derecho a la vida”. Un desgraciado reflejo de este hecho es la enorme crisis migratoria, “quizás el desafío que más golpea nuestras conciencias en estos tiempos” y “cuya solución exige sabiduría, amplitud de miras y una preocupación humanitaria que vaya más allá de decisiones políticas a corto plazo”.
Y aquí, al abordar la situación de “nuestros hermanos y hermanas más vulnerables” en Irlanda, tras evocar a “las mujeres que en el pasado han sufrido situaciones de particular dificultad”, Francisco se ha referido directamente a la lacra de la pederastia eclesial: “No puedo dejar de reconocer el grave escándalo causado en Irlanda por los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia encargados de protegerlos y educarlos. El fracaso de las autoridades eclesiásticas (obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros) al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica. Yo mismo comparto estos sentimientos”.
Así, ha recordado con agradecimiento la reacción de Benedicto XVI, quien, en su Carta pastoral a los católicos de Irlanda, “no escatimó palabras para reconocer la gravedad de la situación y solicitar que fueran tomadas medidas ‘verdaderamente evangélicas, justas y eficaces’ en respuesta a esta traición de confianza”. “Su intervención franca y decidida –ha añadido– sirve todavía hoy de incentivo a los esfuerzos de las autoridades eclesiales para remediar los errores pasados y adoptar normas severas, para asegurarse de que no vuelvan a suceder”.
Como ha enfatizado Bergoglio, “cada niño es, en efecto, un regalo precioso de Dios que hay que custodiar, animar para que despliegue sus cualidades y llevar a la madurez espiritual y a la plenitud humana”. Un reto en el que “la Iglesia en Irlanda ha tenido, en el pasado y en el presente, un papel de promoción del bien de los niños que no puede ser ocultado”.
“Deseo –ha reivindicado con fuerza– que la gravedad de los escándalos de los abusos, que han hecho emerger las faltas de muchos, sirva para recalcar la importancia de la protección de los menores y de los adultos vulnerables por parte de toda la sociedad. En este sentido, todos somos conscientes de la urgente necesidad de ofrecer a los jóvenes un acompañamiento sabio y valores sanos para su camino de crecimiento”.
La parte final de su discurso ha estado enfocada en valorar el hondo patrimonio cristiano de Irlanda, una isla en la que “el monacato, fuente de civilización y creatividad artística, escribió una espléndida página de la historia de Irlanda y del mundo”.
También ha destacado la estrecha relación que siempre ha tenido el país con la Santa Sede, siendo esta “una de las primeras instituciones internacionales que reconocieron el libre Estado de Irlanda” hace casi 90 años. Un hecho al que siguieron “muchos años de armonía y colaboración solícita, con una única nube pasajera en el horizonte”; que fue cuando, años atrás, el Gobierno retiró su embajada ante la Santa Sede para protestar por su pésima gestión ante los casos de abusos. Algo ya subsanado, se ha congratulado, “gracias a un esfuerzo intenso y a la buena voluntad por ambas partes”.
Y es que, como percibe el Santo Padre, el latido espiritual de los irlandeses no se apaga ni entre las adversidades: “Hoy, como en el pasado, hombres y mujeres que habitan este país se esfuerzan por enriquecer la vida de la nación con la sabiduría nacida de la fe. Incluso en las horas más oscuras de Irlanda, ellos han encontrado en la fe la fuente de aquella valentía y aquel compromiso que son indispensables para forjar un futuro de libertad y dignidad, justicia y solidaridad. El mensaje cristiano ha sido parte integrante de tal experiencia y ha dado forma al lenguaje, al pensamiento y a la cultura de la gente de esta isla”.
“Rezo para que Irlanda –ha concluido Francisco–, mientras escucha la polifonía de la discusión político-social contemporánea, no olvide las vibrantes melodías del mensaje cristiano que la han sustentado en el pasado y pueden seguir haciéndolo en el futuro”.