Juan 6,60.65-69
Muchos de sus discípulos, al oír a Jesús, dijeron: “Esta doctrina es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla?”. Y [Jesús] añadió: “Por eso os dije que nadie puede aceptarme si el Padre no se lo concede”. Desde entonces, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no iban con él. Jesús preguntó a los doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
inadmisible
Literalmente: “Esta palabra es dura, ¿quién puede escucharla?”. ¿Qué es lo que resulta duro (sklêrós) o inadmisible, lo de comer la carne y beber la sangre del Hijo del hombre o aceptar que Jesús es el pan vivo bajado del cielo? En realidad, ambas cosas van de la mano.
se retiraron
Resulta llamativa la franqueza con la que el evangelista da cuenta del fracaso de Jesús. Porque es un fracaso que los discípulos de un maestro se marchen y lo abandonen. Sin embargo, es muy probable que, históricamente, en algún momento del ministerio de Jesús se produjera esa crisis entre sus seguidores.
Señor, ¿a quién iríamos?
Es una de las exclamaciones más francas y certeras que se encuentran en el Nuevo Testamento. La desolación a que ha conducido la situación con los discípulos de Jesús hace que Pedro hable desde lo hondo de su ser, una profundidad que ha quedado desnuda ante su Señor.
creemos y sabemos
Una vez más aparecen juntos –en este caso de forma explícita– los verbos “creer” (pisteuô) y “conocer” (ginôskô). Estamos acostumbrados a entenderlos de forma puramente intelectual, como si solo tuvieran que ver con la razón. Pero apelan sobre todo al corazón y las entrañas.