A unas horas de abandonar Dublín en la tarde de este domingo 25 de agosto, Francisco ha clausurado en Encuentro Mundial de las Familias. Y lo ha hecho presidiendo la eucaristía en la que, en medio de un ambiente festivo, ha estado acompañado por decenas de miles de personas que han llenado el estadio Croke Park. De hecho, antes de iniciarse la ceremonia, Bergoglio ha estado muchos minutos atravesando con su papamóvil el recinto para tratar de ser visto de cerca por la mayoría de los presentes.
La misa se ha iniciado con una vibrante intervención del arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, en la que, con toda franqueza, ha dibujado los tiempos de “invierno” que han marcado el espíritu de la propia Iglesia irlandesa en las últimas décadas, marcados muchas veces por la “arrogancia” y graves “errores”. El Papa ha recogido el guante y, antes de nada, tras contar que ayer se reunió con ocho víctimas de abusos sexuales por parte del clero, ha pedido “perdón” por los “abusos de poder, de conciencia y sexuales”, poniéndolos “sobre la mesa del altar”.
Otro punto culminante, además del contundente mea culpa por el escándalo de la pederastia eclesial pronunciado por el Papa, ha sido su homilía, que ha iniciado citando a santa Teresa del Niño Jesús para llamar a todos los cristianos a “comprometernos a vivir plenamente nuestra vocación para ser ‘el amor en el corazón de la Iglesia’”.
“En este momento maravilloso –ha dicho el Pontífice– de comunión entre nosotros y con el Señor, es bueno que nos detengamos un momento para considerar la fuente de todo lo bueno que hemos recibido. En el Evangelio de hoy, Jesús revela el origen de estas bendiciones cuando habla a sus discípulos. Muchos de ellos estaban desolados, confusos y también enfadados, debatiendo sobre aceptar o no sus ‘palabras duras’, tan contrarias a la sabiduría de este mundo. Como respuesta, el Señor les dice directamente: ‘Las palabras que os he dicho son espíritu y vida’ (Jn 6,63)”.
“Cada nuevo día en la vida de nuestras familias –ha proseguido– y cada nueva generación trae consigo la promesa de un nuevo Pentecostés, un Pentecostés doméstico, una nueva efusión del Espíritu, el Paráclito, que Jesús nos envía como nuestro Abogado, nuestro Consolador y quien verdaderamente nos da valentía”.
Convencido de que este encuentro puede promover una auténtica “revolución del amor”, como reivindicó ayer en su encuentro con los novios y matrimonios en la procatedral de Dublín, ha pedido que “uno de los frutos de esta celebración de la vida familiar” consista en que “podáis regresar a vuestros hogares y convertiros en fuente de ánimo para los demás, para compartir con ellos ‘las palabras de vida eterna’ de Jesús”.
“Vuestras familias –les ha interpelado– son un lugar privilegiado y un importante medio para difundir esas palabras como ‘buena noticia’ para todos, especialmente para aquellos que desean dejar el desierto y la ‘casa de esclavitud’ (cf. Jos 24,17) para ir hacia la tierra prometida de la esperanza y de la libertad”.
Con el fin de tener nuestras miras lo más altas posibles, en una utopía que se puede abrazar de un modo real, Francisco ha clamado que “vivir en el amor, como Cristo nos ha amado (cf. Ef 5,2), supone la imitación de su propio sacrificio; implica morir a nosotros mismos para renacer a un amor más grande y duradero. Solo ese amor puede salvar el mundo de la esclavitud del pecado, del egoísmo, de la codicia y de la indiferencia hacia las necesidades de los menos afortunados”.
“Este es el amor –ha advertido– que hemos conocido en Jesucristo, que se ha encarnado en nuestro mundo por medio de una familia y que, a través del testimonio de las familias cristianas, tiene el poder, en cada generación, de derribar las barreras para reconciliar al mundo con Dios y hacer de nosotros lo que desde siempre estamos destinados a ser: una única familia humana que vive junta en la justicia, la santidad y la paz”.
Reconociendo que “la tarea de dar testimonio de esta Buena Noticia no es fácil”, el Papa ha afirmado que, con todo, “no son más difíciles de los que debieron afrontar los primeros misioneros irlandeses”. Aquí ha puesto el ejemplo de san Columbano, “que, con su pequeño grupo de compañeros, llevó la luz del Evangelio a las tierras europeas en una época de oscuridad y decadencia cultural. Su extraordinario éxito misionero no estaba basado en métodos tácticos o planes estratégicos, sino en una humilde y liberadora docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo. Su testimonio cotidiano de fidelidad a Cristo y entre ellos fue lo que conquistó los corazones que deseaban ardientemente una palabra de gracia y lo que contribuyó al nacimiento de la cultura europea”.
De ahí que haya invitado a desoír a los que, hoy, “se opondrán a la Buena Noticia y ‘murmurarán’ contra sus ‘palabras duras’”, no dejándonos “influenciar o desanimar jamás ante la mirada fría de la indiferencia o los vientos borrascosos de la hostilidad”.
Eso sí, para ello, muchas veces hemos de vencer al peor enemigo de todos…, el yo egoísta: “Reconozcamos humildemente que, si somos honestos con nosotros mismos, también nosotros podemos encontrar duras las enseñanzas de Jesús. Qué difícil es perdonar siempre a quienes nos hieren. Qué desafiante es acoger siempre al emigrante y al extranjero. Qué doloroso es soportar la desilusión, el rechazo o la traición. Qué incómodo es proteger los derechos de los más frágiles, de los que aún no han nacido o de los más ancianos, que parece que obstaculizan nuestro sentido de libertad”.
Aunque, como Francisco ha asegurado, “es justamente en esas circunstancias en las que el Señor nos pregunta: ‘¿También vosotros os queréis marchar?’ (Jn 6,67). Con la fuerza del Espíritu que nos anima y con el Señor siempre a nuestro lado, podemos responder: ‘Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios’ (v. 69). Con el pueblo de Israel, podemos repetir: ‘También nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!’ (Jos 24,18)”.
Con el objetivo de llevar “las palabras de vida eterna a las periferias del mundo”, Bergoglio ha orado para que “nuestra celebración de hoy pueda confirmar a cada uno de vosotros, padres y abuelos, niños y jóvenes, hombres y mujeres, religiosos y religiosas, contemplativos y misioneros, diáconos y sacerdotes, para compartir la alegría del Evangelio. Que podáis compartir el Evangelio de la familia como alegría para el mundo”.
“Haciendo nuestra la oración de san Patricio –ha concluido la homilía–, repitamos con alegría: ‘Cristo en mí, Cristo detrás de mí, Cristo junto a mí, Cristo debajo de mí, Cristo sobre mí’. Con la alegría y la fuerza conferida por el Espíritu Santo, digámosle con confianza: ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna’ (Jn 6,68)”.
A la conclusión de la eucaristía, Francisco se ha dirigido brevemente a los fieles para dar las gracias a Dios por el EMF, un “regalo de Dios para nosotros y para toda la Iglesia”. Tras mostrar su alegría por la labor de las autoridades, eclesiales y políticas, que han trabajado por su buen desarrollo, ha dado “las gracias de forma muy sentida a todas las personas que han rezado por este encuentro: ancianos, niños, religiosos y religiosas, enfermos, encarcelados… Estoy seguro de que el éxito de esta jornada se debe a sus oraciones sencillas y perseverantes. ¡Gracias a todos! ¡Que el Señor os lo pague!”.
Antes de marcharse los fieles, se ha anunciado que el próximo EMF tendrá lugar en Roma, en 2021, en el quinto aniversario de Amoris laetitia.