“Téngase en gran estima el órgano de tubos (…) cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales”. Esto es lo que dice la constitución ‘Sacrosanctum concilium’ –una de las cuatro constituciones que se redactaron en el Vaticano II– sobre el órgano, un instrumento con un sonido único y construido para durar varios siglos.
Vida Nueva ha hablado sobre este poderoso instrumento con Javier Ávila, prefecto de música de la Catedral de Getafe y director de la orquesta sinfónica y coro de la diócesis de Getafe. Aunque Javier insiste en que toca el órgano pero no es organista, ya que no tiene el título superior del instrumento, conoce perfectamente el mundo que lo rodea. “Un organista de verdad nunca deja de estudiar, es el que dedica su vida al instrumento y toca 6 horas diarias“. Y es que explica que no se puede llamar organista a cualquiera, la especialización es muy seria y el instrumento en sí es extremadamente complejo, y hay que conocerlo a fondo. Aunque también reconoce que hay gente que lo toca muy bien sin haber hecho la carrera.
Javier cuenta que hay muchos organistas que han estudiado para ello y no pueden ejercer en un órgano de tubos, porque muchas veces no hay presupuesto para financiar las plazas o una cátedra. Pero también hay diócesis que invierten en formación, para lo que “suelen mandar sacerdotes al Pontificio Instituto de Música Sacra en Roma, o a un conservatorio nacional, pero esto no sucede así con los laicos, que por norma general aprenden a tocarlo por iniciativa propia”.
“Últimamente se han restaurado muchos órganos históricos, barrocos, que estaban inservibles o mudos, sobre todo en Castilla y León, Madrid y Andalucía –relata Javier–, pero por desgracia algunos se han restaurado y no hay alguien que los toque”. También cuenta que a veces los restauran los ayuntamientos y no las diócesis, ya que es una gran inversión, y organizan ciclos anuales de seis o siete conciertos de forma que se van revisando y se va manteniendo. “En general si hay un organista bueno, hay mantenimiento, porque está pendiente de que se haga“, recalca.
Pero hay que distinguir al organista, que es el músico, del organero, que es quien los construye y los mantiene. Esto supone una ligera desventaja, porque “hace falta un profesional que esté cerca y no hay muchos talleres de organería”, aunque si la distancia puede ser un problema, el contrapunto es que “los organeros que hay en España son magníficos, igual que los organistas“.
Y también se construyen órganos nuevos: “En Getafe se ha construido uno en Colmenar de Oreja, porque una feligresa que falleció recientemente pensó que era una pena que no hubiera y lo sufragó entero, es un órgano fabuloso que regaló al pueblo“. Pero por norma general hay que tener en cuenta que es un instrumento muy costoso porque está destinado a durar siglos. El que toca Javier, sin ir más lejos data de 1828.
Por otro lado, Javier lamenta que “hoy la música se deja muchas veces en último lugar, sin tener en cuenta que el órgano es para rezar. El magisterio de la iglesia es muy claro, hay 6 documentos de la Iglesia en este siglo que hablan de la música y expresamente del órgano y su importancia en la música litúrgica”. Cuenta que un famoso organero, tras ver el presupuesto anual del Teatro Real, comentó –siempre sin desmerecer al Real– que con ese dinero “se podría mantener a un organista en cada Iglesia con órgano durante diez años. Imaginad la repercusión cultural que tendría”.
Es por tanto complicado, cada diócesis toma sus propias decisiones. Pero lo que Javier nos deja claro es que España cuenta con una materia prima excelente, y con algo de inversión el órgano podría recuperar el lugar que le corresponde como instrumento de oración en las iglesias de nuestro país.