Al otoño le gusta madrugar en Dublín y no tener que esperar hasta septiembre. Pese a que el ambiente sugería lo contrario, el arzobispo de la capital irlandesa, Diarmuid Martin, habló de la primavera. Utilizó su breve saludo al papa Francisco durante la misa que este presidió el domingo 26 de agosto en el parque Phoenix de Dublín, el evento más multitudinario de su visita de dos días a la isla, para decir que es en esa esperanzadora estación donde quiere colocarse la Iglesia irlandesa a partir de ahora. No hizo falta que Martin hablara de lo duro que estaba siendo el invierno eclesial en el país. Las consecuencias se veían a simple vista: en la misa había unos 300.000 fieles, según el Vaticano, mientras que fueron más de un millón los congregados en ese mismo lugar con Juan Pablo II en 1979.
El Encuentro Mundial de las Familias ha quedado eclipsado: el escándalo de abusos cometidos por eclesiásticos arrasó con todo en el viaje, pero Francisco respondió. En lugar de empeñarse en mantener su agenda inicial para poner el acento en la familia durante sus intervenciones, supo leer la situación y aprovecharla: entonó un sentido mea culpa por los abusos que debe marcar un antes y un después, tanto en Irlanda como en el resto del orbe católico. No pudo dejar más claro que se ha acabado para siempre la época de los pederastas, los encubridores y los que abusan de su poder en la Iglesia. Si por fin cala este mensaje en todos los estamentos eclesiales y se lleva a la práctica, el terreno estará abonado para la primavera que anhelaba Martin.
No es baladí que fuera en Irlanda donde Bergoglio hiciera una petición de perdón tan contundente. No podía haber elegido un lugar y un momento mejor que los instantes previos al comienzo de la misa en el parque Phoenix para leer en español, su lengua materna, ese inesperado ‘acto penitencial’. Estaba en el epicentro de los abusos, en el primer país en que salieron a la luz estos escándalos en 2009. Luego vendrían Estados Unidos, Australia, Chile, Alemania…Irlanda es también una de las naciones donde más terreno se ha recorrido desde entonces para intentar acabar con esta lacra que a tantos bautizados ha alejado de la fe.
Habló de abusos en cuatro de sus seis intervenciones
Al hablar de los abusos en cuatro de sus seis alocuciones públicas en tierras irlandesas, Francisco reaccionaba también al enrarecido ambiente de las semanas anteriores, marcadas por el demoledor informe que desveló que 300 sacerdotes y religiosos pederastas abusaron de unos 1.000 niños en seis diócesis de Pensilvania (Estados Unidos).
El terremoto que provocó este documento hizo que, solo cinco días antes de subir al avión que le llevó a Dublín, el Papa escribiera un sentido mensaje a todos los católicos en el que decía sentir “vergüenza y arrepentimiento”. Por si fuera poco, en mitad de su estancia en Irlanda llegó la publicación de las 11 páginas de la carta del exnuncio apostólico en Estados Unidos, el arzobispo italiano Carlo Maria Viganò, en la que exigía la renuncia de Francisco al pontificado por haber, supuestamente, protegido al abusador estadounidense Theodore McCarrick, al que Bergoglio sancionó el pasado junio obligándole a abandonar el Colegio cardenalicio.
Viganò demostró un medido sentido de la oportunidad al soltar su golpe en medio de la tormenta contra Francisco, que no quiso responderle desde Irlanda ni durante su habitual rueda de prensa en el vuelo de vuelta a Roma. Se limitó a decir que no dedicaría “ni una palabra” a la carta y animó a los periodistas a leerla “atentamente”, porque habla “por sí misma”. Abrió, eso sí, la puerta a una posible reacción posterior, cuando “pase un poco de tiempo” y la prensa “haya sacado sus conclusiones”.
Tirón de orejas del primer ministro
La espinosa cuestión de los abusos estuvo presente ya en su primer discurso en Irlanda ante las autoridades del país. Antes se había reunido en la residencia presidencial con el jefe del Estado, Michael D. Higgins. A continuación, Francisco se desplazó al imponente Castillo de Dublín, donde lo estaba esperando el primer ministro, Leo Varadkar, que personifica bien el gigantesco cambio social que ha vivido Irlanda desde que fue visitada por Juan Pablo II hace casi cuatro décadas. Hijo de un emigrante indio y de una irlandesa, Varadkar se crió en la fe católica y se graduó en medicina, una profesión que concilió con la política en el Fine Gael, principal partido de centro derecha irlandés y de inspiración cristiana. Homosexual declarado, está casado con otro hombre y es favorable al aborto.
En su discurso, escrito por él mismo y que fue más allá de las habituales alocuciones institucionales propias de estas ocasiones, Varadkar mantuvo un cuidado equilibrio: aplaudió las aportaciones de la Iglesia católica a la sociedad irlandesa, pero no tapó sus errores ni dejó de pedirle un cambio. Incluso invitó al Papa a establecer una nueva relación entre el Estado y la Iglesia y sacó pecho por las leyes aprobadas en el país en los últimos años sobre el divorcio, el aborto y el matrimonio gay.
Francisco respondió a las expectativas de Varadkar y de la sociedad irlandesa con su discurso ante unas 250 autoridades en el Castillo de Dublín. Tras celebrar las dos décadas de paz en Irlanda del Norte y considerar que la inmigración es “el desafío que más golpea nuestras conciencias en estos tiempos”, agarró el toro por los cuernos: “El fracaso de las autoridades eclesiásticas –obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros– al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica. Yo mismo comparto estos sentimientos”, dijo.
Histórico ‘mea culpa’
Esta difícil cuestión volvió a estar presente la tarde del primer día de visita, cuando Francisco se reunió con ocho víctimas de abusos. El encuentro se celebró en la nunciatura en Dublín y se prolongó durante una hora y media. Según el testimonio de Paul Redmong, uno de los supervivientes de abusos con los que el Pontífice se reunió, este les dijo que la corrupción en la Iglesia y el encubrimiento de los abusos eran “caca”. “Yo le pregunté si iba a investigar el encubrimiento y la corrupción que llevó a ulteriores abusos, y respondió que estaba determinado a hacerlo, aunque iba a llevar tiempo”, explicó por su parte Damian O’Farrell, que sufrió varios episodios de abusos en su niñez por parte de religiosos y participó en el encuentro con Bergoglio. “También le dije que le debía una disculpa a todos los fieles católicos”, explicó O’Farrell.
Esa disculpa llegaría al día siguiente con el mea culpa en el parque Phoenix, en los instantes previos a la multitudinaria misa, pero antes de esta impactante petición de perdón, habría otra ulterior mención a los abusos. Fue en el santuario mariano de Knock, adonde cada año acuden un millón y medio de fieles atraídos por la aparición de la Virgen, san José y san Juan. Durante su alocución anterior a la oración del Ángelus ante unas 45.000 personas, el Papa reveló que había rezado ante la Virgen, en modo particular por las víctimas de abusos. “Ninguno de nosotros puede dejar de conmoverse por las historias de los menores que han sufrido abusos, a quienes se les ha robado la inocencia o han sido alejados de sus madres y se les ha dejado una cicatriz de recuerdos dolorosos”, dijo.
A la vuelta a Dublín llegó la traca final con el mea culpa de la misa de clausura del EMF, mientras los medios de comunicación de medio mundo se hacían eco del J’accuse de Viganò. Al arrancar la Eucaristía, Bergoglio realizó su contundente perdón por unos sucesos que calificó de “delitos”. “Pedimos perdón por los abusos en Irlanda, abusos de poder y de conciencia, abusos sexuales por parte de miembros cualificados de la Iglesia”, dijo, para excusarse luego “de manera especial” por los cometidos en instituciones dirigidas por religiosos. Haciendo referencia a los Asilos de las Magdalenas, donde se internaba a mujeres y niñas que habían cometido alguna falta y se las hacía trabajar en régimen de semiesclavitud como lavanderas, pidió perdón por los “casos de explotación laboral a los que fueron sometidos tantos menores”.
La cuarta y última mención del Papa a los abusos en Irlanda antes de subirse al avión que le llevó de vuelta a Roma, y donde afrontó otra vez este argumento, fue en su encuentro con los obispos en el convento de las Dominicas de Dublín. Ante los más de 50 prelados de Irlanda y de Irlanda del Norte, reconoció sus esfuerzos para superar esta crisis. “En los últimos años, habéis procedido resueltamente, no solo a poner en marcha caminos de purificación y reconciliación con las víctimas de abusos, sino también, con la ayuda del National Board para la protección de los niños en la Iglesia en Irlanda, a establecer un conjunto detallado de reglas destinadas a garantizar la seguridad de los jóvenes”, les dijo. Y destacó que la “honestidad” e “integridad” con las que han reaccionado a este problema son “un ejemplo” y “llamada”.