Ya es más que un simple sarpullido anticlerical. Buena parte de las sociedades occidentales reaccionan ante los escándalos que sacuden a la Iglesia tratando de librarse ellas mismas de lo que consideran un peso excesivo en su vida, en su moral, y también en la organización de los propios Estados. El último brote de esta desafección lo acabamos de ver este pasado mes de agosto en Argentina, con grupos de personas haciendo cola en las calles de Buenos Aires para participar en lo que denominaron “apostasía masiva”, un movimiento de rechazo que ha ido germinando en los últimos años y que ha acabado por erupcionar simbólicamente durante el debate que ha vivido el país austral sobre la legalización del aborto, proyecto finalmente rechazado en el Senado.
El ideal en el que se miran ahora quienes se sienten, de una u otra forma, asfixiados por el catolicismo, es Irlanda, donde la influencia de la Iglesia ha caído en picado desde 2010, vaciando parroquias y seminarios tras los graves escándalos de abusos sexuales, de poder y de conciencia, como los calificó Francisco en su reciente y dolorosa estancia en un país cuyas heridas tardarán en cicatrizar.
Como no acaban de cerrar las de décadas de nacionalcatolicismo en España, que se traducen en cíclicas reacciones anticlericales con más o menos fundamento. Aunque la inflamación ha bajado un tanto, también aquí hubo campañas para apostatar y se crearon webs para facilitar los trámites. No hay cifras al respecto, pero Sergio fue uno de los que dijo basta y quiso ser consecuente con su falta de fe, y eso que la había recibido en su familia, por lo menos por la materna. No quiere que revelemos su verdadero nombre, y solo la conciencia de que su testimonio también puede hacer bien torció su determinación de no dejarse fotografiar “ni de espaldas”. Tampoco quiere hacer daño a nadie. Ya se lo hizo, en su momento, a su madre, que rompió a llorar preguntándose qué había hecho mal cuando, hace algo más de una década, en uno de los momentos más álgidos de las campañas a favor de la apostasía en nuestro país, aquel joven quiso formalizar su salida de la Iglesia y apostató.
¿Qué les lleva a cumplir los trámites?
Pero, ¿qué le llevó en concreto a cumplir los trámites burocráticos para abandonar de manera pública la religión en la que había sido inscrito tras su bautismo? “Había visto buenos sentimientos en la vida religiosa inmediata, pero también falta de profundidad, falta de anclaje en la realidad práctica y, a veces, también lamentablemente incoherencias en personas concretas y sus consideraciones sociales y políticas. Por otra parte, en una visión más general, dolía especialmente ver énfasis político, público y manifiesto, en la defensa de la moral sexual contra determinados partidos políticos, y ausencia de ese mismo énfasis cuando se trataban asuntos de economía y de condiciones sociales y laborales de vida. Dolía escuchar determinados posicionamientos contrarios al Evangelio y apoyo a iniciativas bélicas de dudosa finalidad, incluidas en medios de comunicación de notoria popularidad vinculados a la Iglesia. Fue por aquella época, aproximadamente en 2004-2005, cuando tomé la decisión”, señala.
Sergio no quiso sumarse sin más a la legión de bautizados que practican la “apostasía silenciosa” y hoy nutren ese estado que se ha dado en llamar “indiferencia”. Y, así, en “una decisión impulsiva” que traía, sin embargo, una reflexión de fondo, dio el paso. “Junto a una pasión juvenil y militante evidente, había en mi decisión un punto de coherencia. Lo contrario, el no tener fe, formar parte de una Iglesia a la que no reconocía autoridad espiritual o moral, y pasar puntualmente por la tradicional liturgia sacramental –bodas, bautizos y comuniones– como si fuesen meros acontecimientos sociales y familiares, me resultaba una forma tibia e hipócrita de vivir”.
Con ese primer paso se le cayó también el primer tópico. “Contrariamente a lo que me habían dicho en mis círculos cercanos, esto es, que me pondrían problemas y no permitirían la apostasía, recibí pronto una respuesta del arzobispado a mi carta, indicándome cómo proceder formalmente, detallándome qué perdía con la apostasía y ofreciéndome un diálogo que no acepté en mi resuelta determinación. Consecuentemente, cuando cumplí con las formalidades, se realizó la anotación correspondiente en la partida de bautismo”.
Camino de vuelta
Así fue como este madrileño, a conciencia, dio un portazo a la Iglesia, aunque había un nosequé que se quedó muy dentro de él. Con los años y la formación académica (empezó a interesarse por la filosofía, la antropología, la historia de las religiones…), aquello comenzó a avivarse y le llevó a un retiro en un monasterio trapense, al que le condujo también “un cúmulo de decepciones personales”.
Por el camino, como señala, se topó, con un grupo de nuevas amistades interesadas en aquellas mismas materias que ahora llamaban su atención y le ayudaron a “reconducir” el enfoque sobre el hecho religioso. “Era todavía un Dios únicamente metafísico, impersonal, abstracto, sin rostro, desposeído de cualidades, accesible a la razón natural, al que quizás no tendría mucho sentido dedicarle ritos y oraciones. Todavía un Dios que solo está ‘allá arriba’, como Idea, y no estaba realmente presente ‘aquí abajo’”.
Acabaron de concretárselo a principios de esta década quien hoy es su esposa y un gran amigo. “Ella, mostrándome la vida comunitaria de la parroquia, su ejemplo de amor y entrega por los demás, sus conocimientos como catequista, y siendo mi compañía en el camino y mis viajes de descubrimiento; y él, ayudándome a descubrir la fe en un Dios vivo y personal, presente en la manifestación, hecho carne, que vive en el centro de todos nosotros, y ayudándome a profundizar en el conocimiento de esa fe con paciencia, sentido del humor y afecto”.
Reclaman más Evangelio y menos moral
Hace unos cuatro años “volvió” a la Iglesia. “No fue un arrebato dramático; más bien un viaje de retorno al punto de partida, pero con más conocimiento. Encontré, además, gran aliciente e ilusión en darle a mi madre una alegría, que bien tenía merecida. Y me sentí recibido con mucho afecto. Me abrieron las puertas de par en par con los brazos abiertos, como al hijo pródigo del Evangelio. Justo este año he recibido la Confirmación y me he casado por la Iglesia, y puedo decir que somos muy felices por haber tomado esta decisión, con el compromiso firme dar a nuestros hijos una educación católica”.
Sergio está convencido de que casos como el suyo no son únicos. Y cree que habrá más en el futuro. “No es algo que suceda todos los días y a todas las personas, pero existen conocidos precedentes de conversiones en los que mirarse. Y creo que en toda persona late potencialmente la necesidad de búsqueda de sentido, de verdad, el sano deseo de plenitud, de Dios”.
De todas formas, también es consciente de que muchas otras seguirán viendo a la institución como él mismo la veía. Por eso, “y sin que piense que la Iglesia debe jugar a adaptarse a los valores de su tiempo, quizás haga falta articular más y mejores argumentarios de forma colectiva para hacerlos valer de forma pedagógica”. Y es que en su opinión, “creo que muchas personas querrían ver posicionamientos públicos más sistemáticos y exhaustivos, no únicamente centrados en cuestiones de moral sexual. Probablemente muchas personas hoy reacias, encontrarían interesante conocer la Doctrina Social de la Iglesia y sentirían nuevas simpatías si encontraran en la Iglesia un colaborador cercano en iniciativas públicas –también en manifestaciones– en defensa de los servicios públicos, de la mejora de las condiciones de los trabajadores, de las pensiones, etc. Muchos de ellos encuentran loables labores como las de Cáritas o las de las misiones, pero no dejan de ver en ello un ámbito asistencial que no solventa los problemas que ocasiona el ámbito político. Colaborar no significa confundirse, y quizás el hecho de darse la mano con extraños haga que algunos se planteen qué es lo que subyace en la acción social de la Iglesia y qué la vincula con los valores morales que defiende”.
Iglesia a la escucha
José María Avendaño espera en las humildes escaleras que dan acceso al Obispado de Getafe. Es el mismo lugar al que baja a recibir –desde su despacho de vicario general en la primera planta– a quienes han pedido iniciar los trámites para apostatar. Allí los recibe y hasta allí los acompaña cuando se despide. Pero no es el único sitio en el que trata con ellos, desde que hace 14 años se hiciera cargo de estos casos en esta joven y poblada diócesis madrileña. La cafetería de la Estación Central de Getafe, a la que algunos llaman “la de los apóstatas”, es cómplice de muchos encuentros donde este sacerdote pregunta y escucha a esos hombres y mujeres que han llegados heridos hasta su despacho y donde, también, “les hablo de por qué en mi vida me ha enamorado y cautivado estar con Jesucristo”.
En estos casi cinco lustros, hasta el Obispado han llegado unas 300 peticiones de apostasía. Todas se han cursado. Algunos, pasado el tiempo, han hecho el camino de retorno a casa. Otros, tras su entrevista, le han pedido que deje reposar el expediente, que se lo van a pensar –“tengo varios ahí esperando”, dice en un despacho por el que entra luz a raudales–. Pero otros piden la documentación y no quieren saber nada más porque, señala, en alguna web se advierte que no se vaya a la diócesis de Getafe a apostatar, “que te convencen”.