En una soleada mañana, puntual, a las 12 del mediodía de este 16 de septiembre, el papa Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico vaticano, en la tercera planta, para rezar con los congregados en la plaza de San Pedro el ángelus, que hoy glosaba el evangelio de Marcos (Mc 8, 27-35) en referencia a la pregunta ¿quién es Jesús?
Según Francisco, es el propio Jesús quien va ayudando gradualmente a los discípulos a enfrentar “el cuestionamiento fundamental sobresu identidad”, aunque antes quiere escuchar de su boca lo que el pueblo piensa de Él. “Entonces pregunta: ‘¿Quién dice la gente que soy?’”. Pero Él, como subrayó Bergoglio, no está interesado “en las encuestas y los chismes de la gente, ni acepta que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas establecidas”, porque “una fe que se reduce a las fórmulas, es una fe miope”. Lo que busca de sus discípulos, de ayer y hoy, apuntó, es que “establezcan una relación personal con Él, y así lo reciban en el centro de sus vidas”.
De ahí, añadió, la pregunta: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, algo a lo que “todos están llamados a responder en su corazón, dejándose iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús”, aunque pueda suceder que, cuando descubramos que “su misión no se realiza en el camino amplio del éxito, sino en el arduo camino del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, también nos puede suceder, como a Pedro, que protestemos y nos rebelemos porque contrasta con nuestras expectativas”.
En este sentido, Francisco recordó que la profesión de fe en Jesucristo no se sostiene solo con palabras, sino que “exige ser autentificada por elecciones y gestos concretos, por una vida marcada por el amor a Dios y al prójimo”, incluso negándose a uno mismo, “y tomar su propia cruz”.
“Para comprender esta paradoja –abundó el Pontífice- debemos recordar que nuestra vocación más profunda es el amor, porque estamos hechos a la imagen de Dios que es Amor. A menudo, en la vida, por muchas razones, estamos equivocados, buscando la felicidad en las cosas, o en las personas que tratamos como cosas. Pero encontramos la felicidad solo cuando el amor, el verdadero, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia. Los testimonios de los santos lo demuestran”.
Al acabar el rezo, Francisco recordó la visita pastoral que había efectuada la víspera a las diócesis sicilianas de Piazza Armerina y Palermo con motivo del 25º aniversario del asesinato del beato Pino Puglisi, el primer mártir de la mafia. Tras agradecer la calurosa acogida de las autoridades civiles y eclesiásticas, “y al maravilloso pueblo de esta bellísima tierra”, pidió que “el testimonio de Don Pino nos siga iluminando y convenciendo de que el bien es más fuerte que el mal y el amor más fuerte que el odio”.
Tras saludar a los distintos grupos asientes, comenzaron a ser distribuidas en la plaza de San Pedro cerca de cuarenta mil crucifijos de metal plateado. Empaquetado en una bolsa de plástico transparente, el crucifijo está acompañado por una tarjeta que muestra en tres idiomas una frase del Papa pronunciada durante el Camino de la Cruz de la JMJ en Brasil en 2013: “En la cruz de Cristo está todo el amor de Dios, toda su inmensa misericordia”.
“Hoy, dos días después de la Fiesta de la Santa Cruz –dijo el Papa-, pensé en daros a los que estáis aquí en la plaza un crucifijo. El crucifijo es el signo del amor de Dios, que en Jesús dio vida por nosotros. Los invito a dar la bienvenida a este regalo y llevarlo a sus hogares, a la habitación de sus hijos o a sus abuelos… No es un objeto ornamental, sino un signo religioso para contemplar y orar. Agradezco a las hermanas, a los pobres y a los refugiados que ahora distribuirán este regalo, ¡pequeño pero precioso!”, les dijo Francisco, que advirtió que “es gratis, es un regalo del Papa, no hay que pagar nada, si alguien les pide dinero por él, es un mentiroso”.