Lo peor de este viaje a los países bálticos que arranca en Lituania es el madrugón porque había que estar en el aeropuerto a las cuatro y media de la mañana para pasar los controles de seguridad que en esta ocasión son muy estrictos.
Una vez dentro del avión el ambiente está muy caldeado y la temperatura sube muchos grados cuando Bergoglio comienza su ronda de saludos personales, uno a uno a todos los que compartimos su vuelo. Todo es muy espontaneo. El Papa esta mañana, además, tiene un aspecto envidiable y da pruebas evidentes de que está muy contento con esta nueva experiencia “misionera” en países de la periferia europea.
Cuando llega mi turno nos damos un abrazo fraterno y, como en ocasiones anteriores, Francisco confirma que es un atento lector de nuestra revista y de las crónicas que firma este corresponsal. “El pecadillo de vanidad que confesaste ya está perdonado”; aludía a mi columna donde reivindicaba el orgullo se haber sido el único que dio, semanas antes de su nombramiento, el nombre del nuevo sustituto de la Secretaría de Estado, Edgar Peña Parra.
“Cuando alguien -añadió entre sonrisas- subrayó que nadie lo había adivinado se le rectificó: Sí, hubo uno solo, el zorro, uno que lee bajo el agua”. Sentí que enrojecía con tan simpática alusión a mi persona mientras el Santo Padre apretaba mi mano animándome a seguir trabajando.
Antonio PELAYO