Este viaje papal- al menos por ahora- se diferencia de los anteriores en que no está previsto que Francisco se encuentre con las víctimas de los abusos sexuales. No es, por su parte, indiferencia a tal drama. Se debe a que en los países bálticos que visita en estos días el problema, si ha existido, no ha tenido ni la amplitud ni la repercusión que en otras latitudes del planeta.
Pero el Santo Padre a las víctimas, a todas sin exclusión, las tiene siempre presentes. Lo ha demostrado esta tarde visitando sucesivamente el monumento a las víctimas del gheto de Vilna y el Museo de las Ocupaciones y Luchas por la Libertad. Lituania, como otros países del norte de Europa, sufrieron los horrores indecibles de los dos totalitarismos del siglo XX: el comunismo y el nazismo.
El edificio del Museo tiene una historia siniestra: primero fue sede de la Gestapo y, después de la anexión rusa, del KGB; se estima que más de mil personas fueron asesinadas en sus sótanos y celdas de castigo (de sesenta centímetros cada una).
Menos conocido que el de Varsovia el gheto de Vilna fue igualmente escenario de atrocidades inenarrables: en él murieron más de veinte mil personas. Para hacerse una idea baste recordar que antes de la ocupación nazi vivían en Vila casi cien mil judíos y hoy apenas llegan a cuatro mil.
“En este lugar de la memoria- dijo Francisco- te imploramos, Señor, que tu grito nos mantenga despiertos, que nos libre de la enfermedad espiritual al que como pueblo estamos siempre tentados: olvidarnos de nuestros padres, de lo que se vivió y padeció”.
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,47).
Tu grito, Señor, no deja de resonar, y hace eco en estas paredes que recuerdan los padecimientos vividos por tantos hijos de este pueblo. Lituanos y provenientes de diferentes naciones han sufrido en su carne el afán prepotente de quienes pretendían controlarlo todo.
En tu grito, Señor, encuentra eco el grito del inocente que se une a tu voz y se eleva hacia el cielo. Es el Viernes Santo del dolor y de la amargura, de la desolación y de la impotencia, de la crueldad y del sinsentido que vivió este pueblo lituano ante la ambición desenfrenada que endurece y ciega el corazón.
En este lugar de la memoria, te imploramos Señor que tu grito nos mantenga despiertos. Que tu grito, Señor, nos libre de la enfermedad espiritual al que como pueblo estamos siempre tentados: olvidarnos de nuestros padres, de lo que se vivió y padeció.
Que en tu grito y en las vidas de nuestros mayores que tanto sufrieron encontremos la valentía para comprometernos decididamente con el presente y con el futuro; que aquel grito sea estímulo para no acomodarnos a las modas de turno, a los slogans simplificadores, y a todo intento de reducir y privar a cualquier persona de la dignidad con la que tú la has revestido.
Señor, que Lituania sea faro de esperanza. Sea tierra de la memoria operosa que renueve compromisos contra toda injusticia. Que promueva intentos creativos en la defensa de los derechos de todas las personas, especialmente de los más indefensos y vulnerables. Y que sea maestra en cómo reconciliar y armonizar la diversidad.
Señor, no permitas que seamos sordos al grito de todos los que hoy siguen clamando al cielo.