Cuando iniciamos este viaje, en el avión papal, Francisco nos retó a los informadores que le acompañamos a que descubriésemos las semejanzas y diferencias de los tres países bálticos. Acabamos de llegar a Tallin, capital de Estonia, que es la última jornada de esta visita, y ya podemos atrevernos a responder al desafío del Pontífice.
Las tres naciones que baña el Mar Báltico tienen una compleja y atormentada historia común. Especialmente trágico para ellas fue el siglo XX durante el cual fueron víctimas de las invasiones nazi y soviética con su correspondiente cohorte de horrores y atrocidades sin cuento.
Hoy persiste en sus poblaciones un temor no tan oculto a que el potente vecino se permita de nuevo alguna aventura imperialista como las ya realizadas en Crimea y Ucrania. Les protege el paraguas militar de la OTAN, pero la presencia del Papa es también interpretada –aunque no se diga abiertamente– como una garantía moral de que el zar de Moscú no se permitirá un reto tan considerable al derecho internacional.
Desde el punto de vista religioso, las diferencias son enormes: de los 2,5 millones de católicos en Lituania, pasamos a un escaso medio millón de católicos letones y a la reducidísima comunidad católica en Estonia que supera apenas los 6.000 fieles. En los tres las relaciones ecuménicas son notoriamente buenas; última prueba de ello es que Francisco encuentre esta mañana a los jóvenes del país en la iglesia luterana de Tallin (la Kaarli Kirik en memoria del rey Carlos XI de Suecia que la construyó).
En honor a la verdad hay que reconocer que Lituania, Letonia y Estonia figuran entre los estados más democráticos del mundo por su respeto de los derechos humanos y de las libertades ciudadanas y han alcanzado un alto nivel de vida bastante compartido, sin desigualdades irritantes, por todos los sectores de la sociedad. Lo ha reconocido Francisco en sus tres discursos de saludo a la llegada a Vilna, Riga y Tallin, respondidos por sus respectivos presidentes –dos de ellos mujeres– con alocuciones muy similares entre sí.
Por fin otra nota común: las tres capitales figuran en la lista del Patrimonio Cultural de la UNESCO; recompensa bien merecida que salta a la vista cuando se visita sus centros históricos tan bien cuidados y rehabilitados después de las destrucciones sufridas en la guerra y ocupación extranjera.