El “humanismo cristiano” puede ser un fuerte vehículo de cohesión social a la hora de impulsar un radical “cambio interior” que ayude a labrar una sociedad española arraigada esencialmente en la paz. Es una de las conclusiones recabadas en el informe ‘La violencia en la adolescencia: juntos educamos’, elaborado por el Grupo Intereclesial de Infancia y Adolescencia en Riesgo, y que ha sido presentado en la tarde de este martes 25 de septiembre en el Arzobispado de Madrid.
Este grupo de trabajo está integrado por Cáritas, CONFER, la Comisión Episcopal de Migraciones, Plataformas Sociales Salesianas, Obras Socio-educativas La Salle y Terciarios Capuchinos (amigonianos), contando además con la ayuda de distintos profesionales especializados en el reto de la violencia en la adolescencia, proviniendo de la Fundación Luz Casanova, la Fundación Amigó o la Universidad de Comillas.
El acto de presentación del documento ha sido acompañado con una mesa redonda en la que han intervenido profesionales del ámbito de la violencia en la adolescencia. Ha estado presidido por Jesús Vidal, obispo auxiliar de Madrid, en sustitución del cardenal Carlos Osoro, que estaba anunciado y quien se encuentra en Roma participando en un retiro mundial para sacerdotes.
Según valoran las entidades eclesiales en el estudio, el volumen de las adolescentes que podrían padecer la violencia de género estaría “cercano al 20%”, estando ante una realidad que “va en aumento”. Igualmente, se abordan otros fenómenos preocupantes, como la violencia filoparental, que sufren los padres por parte de los hijos, constatándose que en los últimos años está creciendo esta lacra, sobre todo “en familias de clase media y alta” y con “especial incidencia en la violencia hacia la madre”.
Suicidios, bandas, acoso en la Red…
Otras situaciones especialmente preocupantes (sobre las que ponen luz aunque sin precisar datos) son las relativas a “autolesiones y suicidios”, “violencia de bandas”, “acoso y violencia escolar”, “racismo entre adolescentes” o “acoso y violencia a través de las nuevas tecnologías”, siendo aquí especialmente alarmante el “sexting”, siendo muchos chicos y chicas presionados por terceros con la difusión pública de imágenes o vídeos suyos con contenido sexual.
Muy significativo, según los autores del estudio, es el hecho de que el mundo de nuestros jóvenes sea en buena parte virtual, lo que, paradójicamente, a veces los lastra más ante la violencia que les rodea: “En otra época, saliendo del barrio, del colegio…, podías apartarte y ‘salir de esa violencia de violencias’; ahora, en cambio, ¿puedes salirte de la Red? Es muy difícil”.
La desigualdad se perpetúa
Y es que, si se observa que la “desigualdad” entre chicos y chicas, en detrimento de estas, es algo que se perpetúa en nuestra sociedad, hasta el punto de que muchas veces “no se identifican tales conductas como violencia de género”, a ello contribuye en buena parte el mal uso de Internet: “Las redes sociales refuerzan y visibilizan estas relaciones basadas en la desigualdad, que pueden sentar bases para relaciones insanas y marcadas por la violencia”.
Con todo, el informe apunta una realidad muy positiva: “En contra de lo que pueda parecer, la violencia ha descendido. El análisis de la realidad nos indica que nuestra sociedad es cada vez menos violenta. Aunque sí es cierto que esta se encuentra más presente, debido a los medios de comunicación y a las redes sociales, que nos permiten tener mayor conocimiento de gran parte de los sucesos violentos acaecidos en un día”.
Ir a las raíces
En la parte final del análisis, el Grupo Intereclesial de Infancia y Adolescencia en Riesgo reclama ir a las “raíces” de la violencia, en clave individual, familiar y social, y, desde un punto de vista global, trabajar para revertir “una oferta que se basa en el tener y en el placer” y que, surgida en los años 60, han convertido estos principios “en el fin supremo que dota de valor a nuestra existencia y da sentido a la vida”.
De ahí que, concluyan, el modelo que hay que nutrir de cara al futuro sea uno que gire en torno a una “propuesta humanizadora”. En ello, en la línea de “educar desde el ser”, tienen mucho que decir las comunidades cristianas. Siempre, claro, partiendo desde “la creatividad” y a través de “espacios de acogida, paz y seguridad”.
Con los más débiles
En la presentación del informe, Marifrán Sánchez, responsable del Departamento de Trata de la Conferencia Episcopal, ha contado que fue hace dos años cuando el Grupo Intereclesial decidió abrir un nuevo ciclo para incidir “en la reflexión, en el trabajo en red y en la búsqueda de otros canales de difusión”, optando por algo tan acuciante como la violencia en la adolescencia.
Jesús Vidal, obispo auxiliar de Madrid, ha enfatizado que “la Iglesia pone en el centro al niño”, fiel reflejo “del más débil, desnudo” ante las heridas de la violencia, “como Jesús en la Cruz”.
En el coloquio posterior, moderado por María Teresa Compte Grau, experta en Victimología, Ignacio García Pedraza, fundador de Entrepatios, ha defendido tener “una visión más amplia de la familia”, ante su “desestructuración”, e implicar en la comunidad educativa a otros agentes, como los vecinos.
Concepto de autoridad
En la misma línea ha ido Irene Gallego, de la Fundación Amigó, quien ha lamentado que “se tiende a sobreproteger a la infancia y a la adolescencia, pasándose del autoritarismo (que no es autoridad) a una excesiva permisividad”. También ha llamado a la “reflexión de los adultos”, pues, si es cierto que muchas veces los jóvenes “no tienen filtro al moverse por la Red”, de un modo paralelo nos encontramos con que “el 78% de las fotos de menores subidas a Internet han sido colgadas por adultos”, principalmente, por los propios padres.
Gonzalo Aza, de Comillas, ha lamentado que “hay padres que están hartos de sus hijos, que ejercen de tiranos con ellos y los tratan mal”. Frente a ello, ha reivindicado recuperar “un correcto concepto de autoridad, hoy tan en desprestigio”, y asumir que “la familia, nos guste o no, no es una democracia”. Desde este punto de partida, entiende, se podrá construir una “sociedad no tóxica y en la que se estimule con desafíos a nuestros hijos”.
Julia Almansa, de la Fundación Luz Casanova, ha llamado la atención sobre que “hay cientos de libros sobre el embarazo, los bebés y la adolescencia…, pero hay un salto de desinformación entre la etapa que va de los tres a los doce años“, siendo precisamente el período en el que se forma la personalidad de los adolescentes. Para ellos ha reclamado “aprovechar sus enormes potencialidades y su creatividad”, encauzando una respuesta “basada en el afecto y en la idea de la participación, sintiéndose ellos protagonistas”. La Iglesia debe acompañar este camino partiendo de la “formación de los sacerdotes en este sentido, siendo clave el afecto”.