Asegura Carolina Mancini que la libertad y la alegría brindan “criterios de discernimiento”. Y así lo argumenta en su nuevo libro, ‘Libres y alegres en el Señor’ (Narcea), una lectura que “busca conectar con la experiencia profunda de cada interlocutor para reconocer lo propio”. Páginas que son también el fruto de años dedicados a la docencia, al acompañamiento y a la orientación de ejercicios espirituales para jóvenes. Un tiempo que le ha servido a esta integrante de la Institución Teresiana para entender mejor que “tenemos que dialogar y aprender juntos” con las nuevas generaciones.
PREGUNTA.- Escuchar, discernir o responder a la llamada de Dios. ¿Qué les resulta más difícil a nuestros jóvenes de hoy?
RESPUESTA.- A menudo repetimos que hoy los jóvenes no se comprometen como antes. Tal vez sea demasiado tajante. Quizás ha variado la forma de vivir estos compromisos. Son menos permanentes o sostenidos en el tiempo, pero algunos jóvenes siguen sorprendiéndonos con su capacidad de entrega solidaria, participación en voluntariados, gestos generosos. Siguen siendo esa porción de la humanidad que mantiene viva la utopía y la alegría de darse. Contagian fuerza al mundo. Quizás recuerden el derecho a estrenar en su hora la esperanza. No todos, es verdad, pero sí muchos. En nuestras sociedades secularizadas, tal vez no reconozcan la motivación explícita de la fe, pero encarnan esa trascendencia capaz de salir de sí al servicio de los otros. Si se ponen en movimiento, es porque escucharon “algo” en su interior que, discernido o no, los impulsó a responder. Acaso no estén tan lejos de Dios, lo sepan o no. Tendremos todos que explicitar mejor que en esa escucha, en esa invitación, en esa fuerza, está la llamada de Dios, para que otros, al vivir la experiencia, lo puedan reconocer a Él.
P.- El Señor nos quiere libres y alegres. ¿Cómo se consigue eso en los tiempos que corren?
R.- La libertad en el seguimiento de Jesús es una delicadeza impresionante de Dios con nosotros. No nos atrapa. Nos atrae, nos invita, pero luego, en las circunstancias duras que sobrevienen a cualquier vida, podría darse la tentación de claudicar a ese estilo de vida de Jesús, porque tiene algo de cruz, de misterio pascual por el que también pasar. Volverá la vida a preguntarnos si queremos permanecer o huir. Será un encuentro con Dios con fe madura. Pero estas dos características, “la libertad” y “la alegría”, me parece que dan criterios de discernimiento. Un seguimiento de Jesús triste, amargado, no es cristiano, aunque tenga cruz. Tampoco se va con Él o se permanece en los compromisos asumidos a voluntad solamente. Es una libertad que vuelve a reeditarse cada día sostenida por el don de Dios, eso sí. De ese don dependemos siempre, y luego responde.
P.- Usted se ha dedicado a la docencia, pero también al acompañamiento y orientación de ejercicios espirituales para jóvenes. ¿Están tan perdidos como pensamos a menudo los adultos?
R.- Dicen los expertos que estamos ante un cambio de época muy importante. Por eso parece que están perdidos, porque cambia el paradigma. Las tecnologías lo van cambiando todo, las formas de aprender, los ritmos de espera, los modos de relación, todo… Tal vez ellos están integrando en su vida y haciendo síntesis de otros modos, y eso desconcierta nuestra costumbre. Veo jóvenes perdidos y otros muy encaminados, como también sucede entre nosotros, los adultos. Tenemos que dialogar y aprender juntos.
P.- ¿Nos ahorraríamos muchas preocupaciones si nos fiáramos más de Dios?
R.- Creo que esa confianza es algo que siempre nos cuesta. Lo sabemos y sigue costando. Jesús recordaba que la semilla “crece por sí misma” sin que nos demos cuenta, estemos dormidos o despiertos, pero necesitamos una y otra vez soltar en ese amor cuidadoso de Dios tantas preocupaciones y afanes que invaden pensamientos, agendas, rutinas. Vivimos muy agobiados, como si todo dependiera de nosotros, como si alguien nos pidiera al final cuenta del fruto. Por cierto, que no tendremos que ser omisos ni perezosos, pero es un equilibrio entre hacer lo que nos toca hacer, y en un punto entregar a Dios ese empeño. Tenemos que trabajar esa confianza y sentirnos en equipo con Dios.
P.- Cada capítulo de su libro se cierra con un puñado de preguntas ‘Para auscultar la vida’. ¿Son pistas para interiorizar sus reflexiones o una guía para salir afuera, a la vida?
R.- Creo que esos dos movimientos van juntos. Ir hacia adentro, interiorizar la vida es también un modo de asegurar y orientar con claridad y luz nuestras idas hacia afuera, nuestros compromisos y tareas. Pero, a veces, en nuestros tiempos solemos vivir muy dispersos, derramados, reclamados por múltiples quehaceres, y ese activismo nos impide poner nombre a lo que vivimos, encontrar sentido a lo que hacemos, renovar el interés. Por eso, esas preguntas procuran generar un tiempo de calidad con uno mismo y con Dios, no para atrincherarse dentro de sí, sino para renovar la disposición y salir a los caminos de la vida con nuevo vigor, recreados.
P.- ¿Por qué y cómo deberíamos leer su libro?
R.- Cuando escribo, siento que es porque la experiencia desborda y ayuda cuando se comparte y reconoce junto a la experiencia de otros. Por tanto, creo que la mayor aspiración de un libro de espiritualidad es que pueda volverse oración como su mayor fruto. Es una lectura que busca conectar con la experiencia profunda de cada interlocutor para reconocer lo propio. No sé si “deberíamos leerlo”, pero quien guste hacerlo encontrará una experiencia de intentar responder a Dios en las distintas etapas de la vida, procurando escucharlo siempre, distinguiendo esa voz entre los falsos profetas que confunden por el camino. Sí pide algo esta lectura, y es disposición a la profundidad. Es un libro sencillo, pero para saborear experiencias, evocarlas, sentir allí la vida espiritual que ha dado impulso, presencia y que vuelve a provocar en nosotros esa fascinación por quien nos ha seducido alguna vez es una relación siempre nueva.