A las doce del mediodía, el Boletín Oficial de la Santa Sede hacía oficial la renuncia del cardenal Donald Wuerl al frente de la Archidiócesis de Washington. Wuerl se jubila un mes antes de cumplir los 78 años y, por tanto, prácticamente tres después de la edad establecida por el Vaticano para que los obispos presenten su renuncia.
Sin embargo, resulta inevitable hacer una lectura más allá de la edad, en tanto que en los últimos meses su nombre ha estado salpicado por el escándalo de los abusos sexuales a menores en Estados Unidos, por ser además una de las personas señaladas directamente en la carta del ex nuncio Carlo María Viganò, en la que solicitaba la renuncia del Papa.
Acusaciones firmes
Así, Viganò le acusó en su misiva de encubrir a su predecesor en el cargo, el ex cardenal Theodore McCarrick. Concretamente, el diplomático vaticano señaló entonces que Wuerl era “muy consciente de los continuos abusos cometidos por el cardenal McCarrick y las sanciones que le impuso el papa Benedicto”.
Ante tales comentarios, desde la Archidiócesis norteamericana salió al paso con un comunicado en el que se negaba la mayor: “En ningún momento el arzobispo Vigano le entregó al cardenal Wuerl información sobre un supuesto documento del papa Benedicto XVI con indicaciones de cualquier tipo desde Roma en relación al arzobispo McCarrick”.
Aspecto esencial
A partir de ahí, se precipitaron los acontecimientos y el pasado 13 de septiembre, Wuerl participaba en una reunión con el Papa Francisco en el Vaticano, en la que le acompañaron, entre otros, el presidente del Episcopado norteamericano, Daniel DiNardo, el vicepresidente Jose H. Gómez y el cardenal Sean O’Malley. En aquel momento, ya reconoció que su futuro como arzobispo era “un aspecto esencial para que esta Iglesia que todos amamos pueda avanzar”.
Sin embargo, ahora, una semana después del anuncio de una investigación vaticana a fondo sobre el caso McCarrick y mes y medio después de la “bomba” de Viganò, el Papa acepta la renuncia de Wuerl, dejando desierta una de las plazas clave para la renovación del Episcopado norteamericano frente una de las crisis más graves abiertas en la Iglesia estadounidense.