A las 10:37 de la mañana, con una suave brisa otoñal de fondo, Francisco inscribía en el libro de los santos a Pablo VI y Óscar Romero, dos personalidades de referencia para él, en lo personal, pero también para la propuesta de Iglesia que huya de la “autocomplacencia egocéntrica” para ser una “Iglesia-esposa, que por su Señor se lanza a amar”. Así lo expresó el Papa durante la eucaristía en la que, canonizó a otros cinco católicos, entre ellos la religiosa española Nazaria Ignacia de santa Teresa de Jesús.
El Pontífice presentó a su predecesor como un hombre que “gastó su vida por el Evangelio de Cristo, atravesando nuevas fronteras y convirtiéndose en su testigo con el anuncio y el diálogo, profeta de una Iglesia extrovertida que mira a los lejanos y cuida de los pobres”.
Mirándose en el espejo del nuevo santo, Francisco aplaudió que “aún en medio de las dificultades e incomprensión, testimonió de manera apasionada la belleza y la alegría de seguir totalmente a Jesús”. Calificándolo como “sabio timonel” del Vaticano II, llamó a todos a vivir la “vocación universal a la santidad, no a media, sino a la santidad”.
Del mártir de El Salvador asesinado en marzo de 1980 de un disparo en el corazón mientras celebraba la misa, el primer Papa latinoamericano de la historia destacó en su homilía que “dejó la seguridad del mundo, incluso su propia incolumidad, para entregar su vida según el Evangelio, cercano a los pobres y a su gente”.
Francisco manifestó con palabras su plena identificación con los dos nuevos santos, pero también con gestos. No en vano, Jorge Mario Bergoglio celebró la misa con el círculo del que fuera arzobispo de San Salvador, así como la mitra y la cruz pastoral del Papa Montini.
Y todo, bajo la atenta mirada de la decena de delegaciones internacionales que participaron en la ceremonia, con la reina émerita Doña Sofía al frente, que acudió acompañada del ministro de Cultura, José Guirao. Junto a ellos, el presidente chileno Sebastián Piñera; el presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén; así como el presidente panameño, Juan Carlos Varela.
“Jesús nos pregunta a cada uno de nosotros personalmente, y a todos como Iglesia en camino: ¿somos una Iglesia que solo predica buenos preceptos o una Iglesia-esposa, que por su Señor se lanza a amar?”, preguntó el Papa a los miles de peregrinos que abarrotaban la Plaza de San Pedro.
A ellos y a los cientos de obispos y sacerdotes concelebrantes le instó a “dejar las riquezas, la nostalgia de los puestos y el poder, las estructuras que ya no son aduladas para el anuncio del Evangelio, los lastres que entorpecen la misión, los lazos que nos atan del mundo”.
En el marco del Sínodo sobre los jóvenes que se celebra este mes en Roma, Francisco profetizó en su homilía que “sin un salto hacia adelante en el amor, nuestra vida y nuestra Iglesia se enferman de autocomplacencia egocéntrica”, tal y como ya advirtió en su exhortación apostólica ‘Evangelii gaudium’, hoja de ruta de su pontificado. Y una vez más, advirtió a los presentes de la tentación de buscar “la alegría en cualquier placer pasajero”, caer “en la murmuración estéril” y acomodarse en “una vida cristiana sin ímpetu, en la que un poco de narcisismo cubre la tristeza de sentirse imperfecto”.
Apoyándose en el Evangelio del día que aborda el encuentro de Jesús con el joven que renuncio con tristeza a seguirle por no renunciar a sus riquezas, el Papa reivindicó cómo “un corazón desprendido de los bienes, que ama libremente al Señor, difunde siempre la alegría, esa alegría tan necesaria hoy”. En este punto citó la exhortación ‘Gaudete in domino’ de Montini para llamar a la Iglesia a “regresar a las fuentes de la alegría, que son el encuentro con Él, la valiente decisión de arriesgarnos a seguirlo, el placer de dejar algo para abrazar en su camino”.
Al finalizar su homilía, Francisco se refirió a los otros cinco nuevos santos, madre Nazaria Ignacia, María Catalina Kasper, Francisco Spinello, Vicente Romano y Nuncio Sulprizio. “En diferentes contextos, han traducido con la vida la Palabra de hoy sin tibieza, sin cálculos, con el ardor de arriesgar y de dejar”, enfatizó el Papa, que imploró a Dios para que “nos ayude a imitar su ejemplo”.