A Giovanni Battista Montini le tocó vivir uno de los pontificados más complejos de nuestro tiempo. Pablo VI llego a la sede de Pedro tras una discreta vida como diplomático y el reto de pastorear la gran diócesis de Milán que siempre se ha dicho que es la mayor del mundo.
A las puertas de su canonización, Vida Nueva rescata algunos de sus textos que delinean el perfil de quien impulsó definitivamente la renovación de la Iglesia llevando a término el Vaticano II y aplicando firmemente sus reformas.
1. Diálogo con el mundo
A Pablo VI le tocó confirmar y abrir la segunda sesión del Vaticano II. Enonces confirmó uno de los objetivos del concilio y de su pontificado: “tratará el concilio de tender un puente hacia el mundo contemporáneo. Singular fenómeno: mientras la Iglesia, buscando cómo animar su vitalidad interior del Espíritu del Señor, se diferencia y se separa de la sociedad profana en la que vive sumergida, al mismo tiempo se define como fermento vivificador e instrumento de salvación de ese mismo mundo descubriendo y reafirmando su vocación misionera, que es como decir su destino esencial a hacer de la humanidad, en cualesquiera condiciones en que ésta se encuentre, el objeto de su apasionada misión evangelizadora”.
2. Humanizar y evangelizar
El concilio no solo ha propuesto una renovación teológica, sino que ha impulsado definitivamente la forma de entender la misión apostólica de la Iglesia. En este sentido, la exhortación apostólica ‘Evangelii nuntiandi’ canaliza todos los esfuerzos por traducir en acciones pastorales la eclesiología conciliar en sintonía con las inquietudes de la nueva humanidad.
Una visión global de la misión eclesial: “La evangelización es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros”.
3. Una Iglesia en medio del mundo
La pregunta clave del Vaticano II fue: “Iglesia, ¿quién eres, qué dices de ti misma?” Frente a reinterpretaciones más interesadas en la nostalgia que en los signos de los tiempos, Pablo VI trazó las pistas que debe seguir la Iglesia en los tiempo nuevos en su primera encíclica: ‘Eclesiam Suam’.
Una comunidad marcada por la puesta al día y no por el inmovilismo: “Nos sentimos alegres y confortados al observar que un diálogo así en el interior de la Iglesia y hacia el exterior que la rodea ya está en movimiento: ¡La Iglesia vive hoy más que nunca! Pero considerándolo bien, parece como si todo estuviera aún por empezar; comienza hoy el trabajo y no acaba nunca”, concluía.
4. La cultura de la paz
Aunque las películas comerciales no lo reflejen, Pablo VI abogó por la paz durante su visita a la sede de la ONU en Nueva York en plena guerra de Vietnam, en octubre de 1965.
“Nuestra breve visita nos ha dado un gran honor; el de proclamar al mundo entero, desde la Sede de las Naciones Unidas, ‘¡paz!’. Nunca olvidaré esta hora extraordinaria. Tampoco podemos llevar a un término más apropiado que el expresar el deseo de que esta sede central de las relaciones humanas para la paz civil del mundo, sea siempre consciente y digna de este gran privilegio”, dijo en la tribuna de oradores. “No más guerra, nunca más guerra. Paz, es la paz que deben guiar los destinos del pueblo y de toda la humanidad”.
5. La necesidad del ecumenismo
Si Pablo VI fue el papa del diálogo con el mundo, también lo fue con las demás confesiones religiosas. El abrazo con el patriarca de Constantinopla, Atenágoras, se ha convertido uno de los gestos más elocuentes del camino ecuménico. Seguirían otros encuentros o la visita a la sede del Consejo Mundial de la Iglesias.
Este objetivo está presente desde el discurso del inicio de la 2ª sesión del concilio: “Porque los recientes movimientos que aun ahora están en pleno desarrollo en el seno de las comunidades cristianas separadas de nosotros, nos demuestran con evidencia dos cosas: que la Iglesia de Cristo es una sola y por eso debe ser única, y que esta misteriosa y visible unión no se puede alcanzar sino en la identidad de la fe, en la participación de unos mismos sacramentos y en la armonía orgánica de una única dirección eclesiástica, aun cuando esto puede darse junto con el respeto a una amplia variedad de expresiones lingüísticas de formas rituales, de tradiciones históricas, de prerrogativas locales, de corrientes espirituales, de instituciones legítimas y actividades preferidas”.
6. La esencia de la liturgia
La reforma de la liturgia fue uno de los aspectos más visibles del pontificado de Pablo VI. Heredera del Movimiento Litúrgico, el Papa impulsó que los pasos dados en este campo se imbuyeran auténticamente del espíritu conciliar más allá, incluso, de algunas tímidas insinuaciones del documento que fue el primero aprobado por la asamblea conciliar.
Su encíclica ‘Mysterium fidei’ es una gran invitación a redescubrir el sentido profundo de la eucaristía más allá de los críticos de los primeros momentos. “Así, pues, para que la esperanza suscitada por el Concilio de una nueva luz de piedad eucarística que inunda a toda la Iglesia, no sea frustrada ni aniquilada por los gérmenes ya esparcidos de falsas opiniones, hemos decidido hablaros, venerables hermanos, de tan grave tema y comunicaros nuestro pensamiento acerca de él con autoridad apostólica”, advertía sin miramientos.
7. Al servicio de la vida
Dentro del diálogo con la modernidad, Pablo VI incorporó en su reflexión muchos elementos de la biología, la psicología o la sociología para poder proponer de forma más clara al mundo actual la defensa de la dignidad humana.
La vida surge de la fuerza del amor, por eso Pablo VI, en su última encíclica ‘Humane vitae’ subrayó precisamente que “el amor es total, esa singular forma de amistad personal en la que marido y mujer comparten generosamente todo, sin permitir excepciones no-razonables y no pensando únicamente en su propia conveniencia. Quién realmente ama a su pareja, ama no sólo por lo que recibe, sino porque ama a la pareja, por el propio bien de esta, para poder enriquecer al otro con el don de sí mismo”. Un amor que debe enfrentarse ante cualquier política materialista que trate de instrumentalizar a las personas.
8. La cultura y la belleza
Es interesante el acercamiento que, en el diálogo con el mundo moderno, Pablo VI tuvo con el mundo de la cultura y los artistas. El espacio dedicado al arte contemporáneo en los Museos Vaticanos da buena cuenta de ello, con obras desde Dalí a Matisse.
En una misa con los artistas en la Capilla Sixtina, el 7 de mayo de 1964, Pablo VI alabó su “sensibilidad, es decir, la capacidad de advertir por medio del sentimiento, lo que a través del pensamiento no se podría comprender ni expresar, lo hacéis vosotros. Y en este vuestro estilo, en esta vuestra capacidad de traducir al círculo de nuestros conocimientos —ciertamente fáciles y felices, o sea, sensibles, es decir, aquellos que con sola la visión intuitiva se columbran y se disfrutan— repetimos, vosotros sois unos maestros. Y si nos faltara vuestra ayuda, el ministerio sería balbuceante e incierto y tendría que hacer un esfuerzo, diríamos, para hacerse artístico, o mejor para hacerse profético. Para alcanzar la fuerza de la expresión lírica de la belleza intuitiva necesitaría hacer coincidir el sacerdocio con el arte”.
9. María, madre de la Iglesia
Cuentan que durante el concilio hubo ciertas ‘presiones’ teológicas para que se aprobase un nuevo dogma mariano en torno a la advocación de ‘Madre de la Iglesia’ –advocación que Francisco ha introducido en el calendario–. Para desencanto de los defensores de esta corriente, la Virgen María no tuvo ni siquiera un documento propio y la reflexión conciliar mariana constituyó el último capítulo de la constitución dogmática sobre la Iglesia, ‘Lumen gentium’. Una elección con mucho trasfondo teológico.
Esto no resta ni un ápice a la intensa devoción mariana de Pablo VI que potenció el mes de mayo y aprobó determinados formularios litúrgicos. Yendo al nuevo título Pablo VI el 21 de noviembre de 1964, en la conclusión de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, señalaba en su discurso que la Virgen María “Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa”, y estableció que “de ahora en adelante la Madre de Dios sea honrada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título”.
10. En medio de la tempestad
El pontificado valiente de Pablo VI estuvo lleno de amarguras. Resistencias internas, divisiones, incomprensiones, desafecciones en masa, crisis en las congregaciones o entre los sacerdotes… harán mella en el corazón de Pablo VI.
Quizá a eso se refería en una de las homilías que ha pasado a la historia por su dureza, la de la solemnidad de san Pedro y san Pablo de 1972, en el 9º aniversario de su coronación. En su reflexión, ante toda la curia, los fieles o el cuerpo diplomático, al analizar la situación de la Iglesia de entonces señaló que tenía la sensación de “por cualquier fisura, el humo de Satanás ha entrado en el templo de Dios”, una Iglesia marcada por las dudas y la inseguridad.