“La solidaridad internacional parece enfriarse”. Son las palabras del papa Francisco en su mensaje enviado al director general de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), José Graziano da Silva, con motivo de la Jornada Mundial de la Alimentación, que este año lleva por título ‘Nuestras acciones son nuestro futuro. Un mundo Hambre Cero para el 2030 es posible’.
El Papa manifiesta que esta celebración “pone en primera línea de la actualidad internacional las necesidades, ansias y esperanzas de millones de personas que carecen del pan cotidiano”, pero “cada vez son más quienes, por desgracia, forman parte de ese número ingente de seres humanos que no tienen nada, o casi nada, que llevarse a la boca. Debería ser al contrario y, sin embargo, las recientes estadísticas son una lacerante evidencia de que escasea la solidaridad”. Porque “hoy todos somos conscientes de que las soluciones técnicas y los proyectos, incluso los más elaborados, no son capaces de afrontar la tristeza y amargura de cuantos sufren al no poder alimentarse suficiente y sanamente”.
Según sus palabras, “los pobres aguardan de nosotros una ayuda eficaz que los saque de su postración, no meros propósitos, o convenios que, tras estudiar detalladamente las raíces de su miseria, den como fruto únicamente solemnes eventos, compromisos que nunca llegan a materializarse o vistosas publicaciones destinadas solo a engrosar catálogos de bibliotecas”.
Y es que, “en este siglo XXI, que ha visto considerables adelantos en el campo de la técnica, la ciencia, las comunicaciones y las infraestructuras, tendríamos que sonrojarnos por no haber conseguido los mismos avances en humanidad y solidaridad, y así satisfacer las necesidades primarias de los más desfavorecidos. Tampoco nos podemos quedar tranquilos por haber hecho frente a las emergencias y a las situaciones desesperadas de los menesterosos. Todos estamos llamados a ir más allá. Podemos y debemos hacerlo mejor con los desvalidos. Y para ello hay que pasar a la acción, de modo que desaparezca totalmente el flagelo del hambre. Y esto requiere políticas de cooperación al desarrollo que, como indica la Agenda 2030, estén orientadas hacia las necesidades concretas de los indigentes”.
Asimismo, Jorge Mario Bergoglio precisa que “es imprescindible comprender que, cuando se trata de afrontar eficazmente las causas del hambre, no serán las pomposas declaraciones las que extirpen definitivamente esta lacra. La lucha contra el hambre reclama imperiosamente una generosa financiación, la abolición de las barreras comerciales y, sobre todo, el incremento de la resiliencia frente al cambio climático, las crisis económicas y los conflictos bélicos”.
Para Francisco, solo es legítimo soñar con un futuro sin hambre “si nos empeñamos en procesos tangibles, relaciones vitales, planes operativos y compromisos reales. La iniciativa Hambre Cero 2030 ofrece un marco propicio para ello y, sin duda, servirá para cumplir el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, que busca ‘erradicar el hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible'”. Sin embargo, “alguno puede decir que aún tenemos doce años por delante para llevarlo a cabo. Y, sin embargo, los pobres no pueden esperar. Su calamitosa situación no lo permite. Por ello debemos actuar de manera urgente, coordinada y sistemática”.
“Si en años pasados las actividades de la FAO y de otras instituciones internacionales han estado caracterizadas por la tensión entre el corto y el largo plazo, por lo que en una misma área podían converger diversos programas e intervenciones, hoy sabemos bien que es igualmente esencial articular los niveles global y local en la respuesta al reto del hambre”, continúa. En este sentido, “la Agenda 2030, con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y la iniciativa Hambre Cero exigen a las entidades internacionales, como la FAO, implicar responsablemente a los Estados miembros para que emprendan y lleven a cabo acciones a nivel local. De nada sirven los indicadores globales si la realidad a pie de calle está lejos de ese compromiso”.
El Pontífice recuerda también como “a menudo nos encontramos con enormes obstáculos en la solución de los problemas, con barreras insoslayables fruto de indecisiones o dilaciones, con la ausencia de vigor de los responsables políticos, muchas veces sumergidos únicamente en intereses electorales o atenazados por miradas sesgadas, perentorias o reducidas”. Y recalca: “Falta realmente voluntad política”.
Tampoco ha olvidado el Papa condenar nuevamente el comercio de armas, fuente de desigualdad: “Necesitamos acallar las armas y su pernicioso comercio para escuchar la voz de los que lloran desesperados al sentirse abandonados en las orillas de la vida y el progreso. Si de verdad queremos que la población mundial adopte esta perspectiva, resulta imprescindible que la sociedad civil organizada, los medios de comunicación y las instituciones educativas unan sus fuerzas en la dirección correcta”. Por eso, “de aquí a 2030 tenemos una docena de años para desplegar una acción vigorosa y consistente; no para dejarnos llevar, a borbotones, por los titulares intermitentes y pasajeros, sino para plantarle cara sin tregua, de la mano de la solidaridad, la justicia y la coherencia, al hambre y las causas que la provocan”.