Desde el 3 al 28 de octubre, la Iglesia universal tiene puestos sus ojos en el Vaticano, donde se está celebrando la XV Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos. El papa Francisco, junto con todos los obispos participantes, provenientes de los cinco continentes, así como otras personas invitadas, conversan sobre la juventud y la Iglesia.
A 3.000 kilómetros de Roma, en Siria, cientos de jóvenes cristianos que viven en su día a día la dura experiencia de largos años de guerra fratricida, también están pendientes del Sínodo. El ruido de las bombas, la emergencia humanitaria y el duro golpe de la violencia no han borrado aún las ganas de vivir y las ilusiones propias de la juventud. Desde Homs, Marmarita, Majd, Hanna, Halil o Anaghem cuentan qué significa para ellos el ser cristianos y qué esperan de la Iglesia, en un país donde viven como minoría, en ocasiones amenazada.
“Queremos que la Iglesia esté cerca de nosotros, los jóvenes. No hace falta que intente ser tan perfecta, porque ninguno lo somos, sino que esté cerca de nosotros, conociendo cuáles son nuestros deseos y anhelos. Creo que esto es más realista y creíble”, comenta Majd Jallhoum, una joven dentista, recién licenciada que colabora en el reparto de ayuda humanitaria junto con la Iglesia greco-católica en Marmarita, en la región conocida como el Valle de los Cristianos.
“No había oído hablar de esta reunión de los obispos en Roma –reconoce la joven–, pero me parece una buena idea. Aquí los jóvenes cristianos tenemos un gran deseo de estar cerca de Dios. Vivimos momentos difíciles, hemos sufrido la muerte de nuestros amigos y familiares, otros muchos se han marchado del país”. “Pero –reivindica– también hemos experimentado momentos de alegría, pues detrás de ellos está la mano de Dios”.
Majd conoce bien la situación de muchas familias que viven desplazadas en el Valle de los Cristianos. Va a visitarlas a menudo para conocer sus necesidades, acompaña a los enfermos al hospital y reparte las medicinas del proyecto de emergencia que está sosteniendo la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, de la mano de la Iglesia local. “Si sigo aquí es gracias a mi fe, aunque muchas veces veo que me falta la esperanza. Pero, en este tiempo, me he dado cuenta que mi sentido es quedarme y ayudar a estas personas. Mis padres y varios hermanos se marcharon a Estados Unidos, pero yo decidí quedarme y mi inspiración ha sido Jesús”.
Otros jóvenes desplazados en Marmarita están también aportando su tiempo y esfuerzo en sostener la ingente labor asistencial de la parroquia de San Pedro en este pueblo, corazón del Valle de los Cristianos. Hanna Mallouhi es uno más de ellos. Vino aquí hace cinco años, procedente de Homs, huyendo de los bombardeos: “Necesitamos estar acompañados por sacerdotes y responsables que tengan una vida sencilla, que muestren con hechos que les importamos. Necesito sentirme acompañado, para así sentirme también cerca de Dios”.
Hanna aún sigue en la universidad, se prepara para ser médico: “Pese a la guerra, no he querido abandonar mis estudios. Vine con mis padres y mi hermano al Valle de los Cristianos huyendo de Homs; aun así, he seguido yendo a la universidad desde aquí para poder graduarme. Todos los días hago una hora de viaje de ida y otra de vuelta hasta Homs; incluso en los peores momentos de la guerra he ido a clase. Ahora tengo que hacer las prácticas, he elegido de destino un hospital de Damasco. Cuando termine la carrera, quiero quedarme en mi país y ayudar a las personas a tener una vida mejor en Siria”.
El testimonio de estos chicos y chicas es inspirador para la comunidad cristiana, una minoría que se ha visto muy vulnerable en el conflicto sirio. Según cifras de la Iglesia local, antes de la guerra había 1,5 millones de cristianos en el país y, actualmente, quedan unos 500.000. La falta de seguridad, la violencia y las amenazas reales de grupos yihadistas como el Daesh han provocado un éxodo sin precedentes en un país que era bastante tolerante con la fe cristiana.
De Marmarita pasamos a Homs, la tercera ciudad del país, donde aún se mantiene una importante presencia cristiana, concentrada en el Viejo Homs, el barrio más antiguo de la ciudad, a los pies de la ciudadela milenaria que corona la localidad. Allí, unos 300 estudiantes universitarios se han reunido en la recién reconstruida catedral melquita de Nuestra Señora de la Paz para celebrar la eucaristía juntos. Cada uno de ellos es de distinto rito católico: sirio-católicos, latinos, greco-católicos… Incluso hay algunos ortodoxos. Todos celebran unidos, cantando junto al coro “Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida”.
Los jóvenes cristianos de Homs comentan varias anécdotas de los años de guerra. Las bombas pasaron de largo hace tiempo, aunque la ciudad sigue en ruinas y barrios enteros están acordonados porque todos los edificios están destruidos. “Recuerdo que en la entrada de esta misma iglesia cayeron varias bombas. Parte del edificio del obispo ortodoxo se vino abajo; fue un milagro que no muriese nadie aquella vez”, recuerda Halil.
Este estudiante de Farmacia prosigue ahora emocionado: “Todos conocíamos al padre Frans van der Lugt, un misionero jesuita holandés que permaneció en Homs incluso en el peor momento de la guerra, en el año 2013. Solo quedaron él y unos 40 cristianos más del Viejo Homs. Eran la última presencia cristiana aquí, entre los grupos rebeldes. El padre Frans fue asesinado, pero su testimonio y su enseñanza hacia los jóvenes de Homs siguen vivos. Él no decía: ‘Hay que seguir adelante, con Jesús y trabajando por la paz”.