Este 20 de octubre es un día muy esperado en Málaga. A las 11 de la mañana, en su catedral, será beatificado el P. Tiburcio Arnaiz (Valladolid, 1865 – Málaga, 1926), un religioso jesuita que dejó una profunda huella que todavía perdura en favor de los más necesitados, gracias a su labor en los corralones –las periferias de entonces– de la ciudad y en las aldeas de la provincia, a donde llevó educación, salud y la Palabra de Dios, sabiendo contagiar en ese empeño a muchos otros.
Por eso, más de diez mil personas se han acreditado para asistir a una ceremonia que presidirá por el cardenal Angelo Becciu, nuevo prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, y concelebrada por numerosos sacerdotes, entre ellos el postulador general de la Compañía de Jesús, Pascual Cebollada, quien nos brinda en esta entrevista algunos de los rasgos más destacados de quien está a punto de ser proclamado beato.
PREGUNTA.- Con el papa Francisco, estamos invitados a trabajar para ser una Iglesia en salida y hacia las periferias. ¿No fue esto lo que hizo el P. Arnaiz con sus “doctrina rurales” y su apostolado en los “corralones”? ¿Fue un adelantado?
RESPUESTA.- Sí, esto ya lo había hecho él, aunque lo de ir a las periferias es la propia historia de la Iglesia y, en particular, de la Compañía de Jesús. Él va a las periferias desde el centro, trabaja en Málaga, en una parroquia, y ahí percibe las necesidades de la gente, y sin dejar la labor que desempeña, ve que la urgencia es otra, los corralones que hay en la ciudad, y la realidad rural, y se lanza a ofrecer instrucción a gente que es analfabeta, además de llevarles la Palabra de Dios.
El P. Arnaiz tenía la capacidad de detectar dónde está lo urgente a partir de un trabajo normal y corriente de un sacerdote en una parroquia. Y lo de las periferias tiene otro sentido, porque él fomenta un trabajo estructural, no meramente asistencial, porque impulsa la creación de escuelas, de una librería católica, de un sistema de recogida de medicinas, la construcción de casas de acogida… Él no da medicinas, organiza un sistema para recogerlas. Es decir, no se trata de darles el pez, sino la caña para que aprendan a pescar. Y eso es muy moderno.
P.- Su intuición apostólica, pues, sigue de plena actualidad. ¿Qué más podemos aprender del nuevo beato?
R.- Muchas cosas, aunque renovando las circunstancias de un siglo después. Lo primero sería su prontitud para detectar y atender urgencias estructurales, como he dicho. Tiene, además una energía y determinación muy grande para empezar nuevas obras y perseverar en ellas, es decir, no se rinde fácilmente, por supuesto, ayudándose de otros. El P. Arnaiz era también muy fuerte a la hora de afrontar las contrariedades de tipo político, clerical y anticlerical, que le salían al paso desde muchos frentes en su labor.
Desde el punto de vista espiritual, tenía confianza en la Providencia, que no es algo ingenuo, sino que él estaba rezando continuamente. Y el pueblo detectó eso en él, de ahí la fama tan grande que tiene en una ciudad que al final se vuelca en su entierro. Y, luego, es una persona de devociones fuertes, y hay un amor muy personal a Jesucristo, es una relación muy directa con él.
P.- El P. Arnaiz supo atraer y mantener a su lado a otras personas que le ayudaron en su labor apostólica. ¿Cuál cree usted que era el secreto de esa receta?
R.- Él tenía una capacidad especial para ser amigo de gentes muy diversas, mostraba un amor por todo y eso se percibía. Los testimonios que tenemos recogidos nos hablan de que es una persona que llama a todos y que tiene muy claro que hay que acudir a los pobres. Los pobres tienen prioridad para él, por eso había que llevarles lo que les faltaba, y lo que les faltaba era instrucción, evangelización, pero también que alguien pasase tiempo con ellos.
Y es en torno a eso donde consigue convocar otras personas –no solamente a las Misioneras de las Doctrinas Rurales, que él fundó– que están en Málaga, que tienen formación y estudios, para que actuaran como voluntarias. Y esto es moderno, en el sentido paulino de trabajar por el cuerpo. Y, en su caso, esa capacidad de poder llevar a unos y a otros a donde está presente el pobre que, quizás esas personas ni conocían, es un don que él tenía.