América

Los hermanos Ysern, misioneros que se la jugaron por su gente ante Pinochet

  • Juan Luis, obispo emérito de Ancud, y José Luis, sacerdote en Chillán, llevan 60 años en Chile
  • Ambos, pese a sufrir todo tipo de amenazas, salvaron a decenas de perseguidos por el régimen militar
  • El prelado también venció al Estado y a dos multinacionales y mantuvo el hoy Parque Nacional de Chiloé
  • DOMUND 2018: Julia Aguiar, la enfermera misionera que ha cambiado Benín

 





El lema del Domund, que se celebra este domingo 21 de octubre, es ‘Cambia el mundo’. Con el fin de profundizar en él, Vida Nueva da voz a dos misioneros españoles que, yendo más allá de la de por sí maravillosa labor de acompañamiento de personas y comunidades que sufren, han conseguido cambios estructurales que han alumbrado una sociedades local con más luz.

En 1957, los jóvenes hermanos Ysern, Juan Luis y José Luis, valencianos de cuna, estudiaban en la Pontificia de Salamanca. Cambió sus vidas un encuentro con el entonces obispo de Chillán, Eladio Vicuña. Al terminar su sencillo coloquio con los jóvenes seminaristas y sacerdotes recién consagrados (Juan Luis ya era cura), el pastor chileno les dijo: “Si alguno tiene inquietudes, que me lo diga y apunto su nombre”. Un año después, ambos formaban parte de una pequeña expedición que llegaría a Chile y ya se encarnaría para siempre allí.

Ligados a la OCSHA

Ligados a la OCSHA, los dos pastores llegaron a Chillán. José Luis pudo terminar allí sus estudios, completando el tercer y cuarto curso de Teología, siendo consagrado sacerdote. Tras pasar algunos cursos en Salamanca o en Lovaina completando su formación con un doctorado en Psicología, con el fin de aplicar esos conocimientos en una mejor respuesta pastoral a los fieles, este don tuvo que ejercerlo con todo su tesón cuando llegó uno de los períodos más oscuros de la historia de Chile: el golpe militar encabezado por Pinochet y el régimen autoritario impuesto por este desde 1973.

De hecho, ambos hermanos tuvieron que hacerlo, aunque alejados entre sí, pues, precisamente el año anterior, Juan Luis fue nombrado obispo auxiliar de Antofagasta, al norte del país. Fueron años duros, los peores de los 60 que llevan en Chile, pero también de mucha esperanza.

José Luis lo recuerda así: “Organizados por el vicario general de Chillán, Raúl Manriquez, un grupo de curas de la diócesis nos implicamos con toda nuestra alma, corazón y vida en la defensa de los derechos humanos. Atendimos a muchas personas de distintos modos. Visitamos a encarcelados y torturados, ayudamos a escapar a líderes perseguidos y a otros los conectamos con sus familias utilizando códigos ocultos en clave”.

“Está viva y te ama”

“Eso –prosigue José Luis– nos costó un precio a pagar en forma de amenazas de muerte, de recibir todo tipo de anónimos… Pero era mucho más lo que recibíamos a cambio de arriesgarnos. Así, cuando podíamos presentarnos ante la familia de una persona huida y a la que las fuerzas militares habían demonizado, dando una imagen deformada de ella, era increíble poder confirmarles que habíamos hablado con ella y nos daba este mensaje para ellos: ‘Está viva y te ama’”.

Juan Luis, ya obispo desde un año antes, ejercía como auxiliar acompañando a los fieles de Calama, en pleno desierto de Atacama, al norte de Chile. “Ese lugar –relata a esta revista– tenía ya entonces mucha importancia para la economía chilena por la gran magnitud de la mina de cobre de Chuquicamata. Dentro de la novedad, la clave de mi vivencia en esta etapa quedó marcada por lo que significa el respeto a la vida y dignidad de la persona humana. En Calama estuve dos años. Uno antes del golpe militar y otro después”.

Lo recuerda como “un tiempo de angustia permanente. No es posible detenernos en lo que significó para mí el paso por Calama de la Caravana de la Muerte, como se la conoce tristemente en Chile, ni tampoco en la permanente tensión que me producía estar en un ambiente de detenciones, torturas, consejos de guerra. Pude ayudar y salvar no sé a cuantas personas, pero la vivencia interna en algunos momentos fue terrible. Si no hacía nada, me sentía cómplice por omisión de lo que podía suceder a alguien. Fusilamiento, tortura, destierro…. En algún momento, estuve pensando en poner pena de excomunión a los asesinos, pero, por ser el menor de los obispos, no me atreví. Años más tarde, cuando ya no estaba en Calama, sí que hice decreto de excomunión a los torturadores y a quienes pudiendo impedir la tortura no la impedían”.

Llegó a presentar su renuncia

Su experiencia en Calama fue “de tal gravedad” que incluso “llegué a presentar mi renuncia como obispo. Nadie me la pidió, pero fue muy angustiosa esa primera etapa y no me sentía capaz de actuar como correspondía a la misión de obispo. Aunque había sido fiel en la defensa de los derechos humanos, consideraba que tenía que renunciar. No me aceptaron la renuncia. Me parece que el nuncio no la tramitó”.

Para Juan Luis, el desquite le llegó en su siguiente destino, cuando en 1974 fue nombrado obispo de Ancud, al sur del país, donde ya pasaría el resto de su camino pastoral. No porque le fuera más fácil, sino porque consiguió romper el dique del régimen de Pinochet en una batalla clave. “Vivía –recuerda– en el precioso archipiélago de Chiloé. Me encontré libre de las tensiones vividas hasta entonces. Me sentía en el Paraíso terrenal, aunque fuera navegando en pequeñas embarcaciones, unas veces con el mar en calma y otras en medio de temporales que removían lo que había en el estómago. Era entretenido. Esta ausencia de la tensión permanente que había vivido en Calama me facilitaba detenerme en la consideración de algunos temas que me parecían significativos”.

Así, “Chiloé era considerado en aquel tiempo como un lugar subdesarrollado, con mentalidad muy atrasada, de tradiciones muy antiguas, con una mitología particular y con una fuerte incidencia del analfabetismo. Muchos emigraban de Chiloé y había quienes, al llegar a otra parte, decían que eran de alguno de los lugares cercanos en el continente porque les daba vergüenza decir que eran de allí. Esta situación me pareció muy grave. Consideraba que había un atropello a la dignidad de la persona; de un modo muy distinto al atropello que había visto en Calama, pero también muy grave, especialmente porque no se había tomado conciencia de ello”.

Desprecio de su propia identidad

“Ni los que despreciaban a los chilotes –denuncia– se daban cuenta del atropello que estaban haciendo ni tampoco los chilotes que se acomplejaban tenían conciencia de la gravedad de la profunda injusticia con la que eran tratados. Por mi parte, muy poco después de cumplir un año en Chiloé, establecí la Comisión Diocesana de Cultura Chilota. Más grave aún me parecía el problema cuando, al contemplar el estilo de vida de la comunidad de cada lugar, encontraba que la dimensión solidaria la vivían con toda naturalidad y esto me parecía ejemplar. En todo mi actuar allí tenía muy presente la ‘Evangelii Nuntiandi’, de Pablo VI. Es absolutamente necesario tener presente este aspecto para poder entender el sentido de la labor que se fue desarrollando, incluyendo a la UNESCO, que declaró Patrimonio de la Humanidad a 16 iglesias, casi todas de muy pequeñas islas o comunidades de Chiloé”.

Ysern iba apuntalando estructuras externas, pero siempre desde la esencia de la fe, teniendo claro que el protagonista de todo era el pueblo creyente. De este modo, con un caminar a fuego lento, fue impulsando el Sínodo Permanente, a través del boletín ‘Remando Juntos’ o desde encuentros como la anual Asamblea Sinodal y la más periódica Jornada de Planificación, pero, sobre todo, con su testimonio directo como pastor.

“Me agradaba mucho -cuenta el prelado– visitar las islitas o pequeñas comunidades, que en Chiloé se llaman ‘capillas’. Conversaba con la gente sobre cada uno de los tres ejes que establecimos para el Sínodo Permanente (escuchar al Señor, transformar la realidad y caminar juntos), hablando sobre los logros y las dificultades. Yo me daba cuenta que les daba ánimo, pero la verdad es que eran ellos los que me animaban a mí cuando constataba que este recorrido era posible y nos producía alegría, por lo que dábamos gracias a Dios porque veíamos que somos hermanos y nos queríamos. Me di cuenta que la gran fuerza del Sínodo era el amor y, para eso, no era necesario que en cada comunidad hubiera un teólogo”.

Defensa del parque natural

Arraigada en sí misma y apoyada en su obispo, la comunidad indígena logró un hito histórico cuando consiguieron defender su bosque nativo frente a los grandes intereses que querían devastarlo. “Lo logramos –explica el hoy prelado emérito de Chiloé– a través de la denuncia del Proyecto Astillas Chiloé, de la CORFO (agencia del Gobierno de Chile que contribuye al desarrollo económico) junto con dos multinacionales japonesas. Entre 1975 y 1977 fuimos sabiendo que era un proyecto de magnitud considerable y que, en lo fundamental, consistía en reducir el bosque a astillas para celulosa”.

“Algunos –añade Juan Luis– veían el proyecto con mucho agrado y otros lo veíamos con mucho susto. Teníamos que decirlo de forma muy estudiada, ya que estábamos en plena dictadura militar y los medios estaban bajo censura y ellos mismos se imponían una autocensura mayor. De todos modos, algo pudimos decir, lo cual dio ocasión para que el coronel que estaba en la dirección de la CORFO dijera que, si queríamos hacer alguna crítica constructiva, sería recibida”.

Ese fue el punto de partida: “Me atreví a organizar un simposio en Ancud, invitando a expertos en diversos temas pertinentes al caso, pidiendo a la CORFO que nos expusiera el proyecto para poder hacer al aporte crítico correspondiente. Entonces tuvimos claro que el tema ecológico y el del impacto cultural no se habían tomado en cuenta. No obstante, al terminar el simposio, los representantes de la CORFO dieron las gracias, diciendo que el aporte era muy valioso y que sería incorporado al proyecto. Ante eso reaccioné diciendo que, si eso se hacía, sería un proyecto bueno. Pero, según apareció en la prensa, se consideró el simposio como un examen que había pasado el proyecto con resultado de buena calificación, siendo ya pronto una realidad. Ante esto, ya redacté abiertamente una denuncia al proyecto”.

Eco internacional de su protesta

La crítica del obispo Ysern tuvo eco internacional, llegando incluso a Japón (de donde eran las dos empresas que apoyaban el proyecto) a través del compromiso del Consejo Mundial de Iglesias y de la Comisión Justicia y Paz del Episcopado nipón. Ante la mala imagen que podían dar, “las multinacionales se retiraron del proyecto y el proyecto no se realizó. Algo increíble para todos, comenzando por mí, pues quedó como que el Obispado de Ancud tuvo poder para echar atrás un proyecto del Gobierno militar y de dos multinacionales”.

Aunque el religioso valenciano lo niega desde la humildad (“pienso que la razón fundamental es que en aquel momento había bajado mucho el precio de la celulosa y no les resultaba rentable el proyecto”), lo cierto es que esto tuvo consecuencias personales para él: “Para unos pasé a ser ‘héroe’ y para otros un ‘miserable’ que había ‘puesto freno al desarrollo’. Pero lo único que hice fue defender que, para hablar de desarrollo en Chiloé, era necesario que Chiloé fuera protagonista de su propio desarrollo”.

De este modo, además de las implicaciones ecológicas, fue así como apuntalaron “la cultura de Chiloé, cuya dimensión íntima es solidaria (la minga), mientras que la cultura del modelo dominante es individualista, buscando cada uno su propio interés”. De este modo, construyeron un modelo comunitario contrario al que es “masa de soledades, porque, aunque uno llegue a acumular todo el capital y todos los bienes del mundo, al final se da cuenta de que no sabe querer a nadie ni nadie lo quiere, quedando encerrado en su soledad”. Justamente la antítesis de la intuición de que “el hombre está hecho para la comunión, pues es creado a imagen de Dios, que es Amor”.

Reconocido por el Estado

Tras su victoria frente al Proyecto Astillas, fueron conscientes de que la defensa del bosque debía ir más allá y asegurar su salvaguardia. Así, lucharon hasta conseguir que se creara el llamado Parque Nacional Chiloé, quedando protegidas ante las ansias del Gobierno militar hasta 40.000 hectáreas de bosque. Dos décadas después, ya en democracia, ha sido la propia Corporación Nacional Forestal del Gobierno de Chile la que elevado un reconocimiento al obispo emérito “por ser artífice de la creación del Parque Nacional y contribuir así a la defensa del patrimonio natural y cultural”.

Echando la vista atrás, si de algo está orgulloso Juan Luis Ysern es de haberse hecho uno más con el Williche, de raza mapuche, el pueblo originario de Chiloé. Curiosamente, su origen español “me facilitó la acogida, pues Chiloé mantiene afecto a España, en contra de lo que sucede en los demás lugares de América. En su himno, Chiloé se gloría de ser ‘el último reducto español’ y, para los Williche, el Tratado de Tantauco tiene una gran importancia porque Chile se comprometió a respetar los títulos de realengo que les había concedido el Rey, reclamando al Estado que cumpla el tratado”.

En tiempos coloniales, mientras “las encomiendas eran verdadera esclavitud de indígenas al servicio de los encomenderos, cuyo abuso era muy grande e indignante, la actitud de los misioneros fue totalmente opuesta, consiguiendo, a finales del siglo XVII, la abolición de la encomienda. Además, el Rey concedió varios títulos de propiedad a los indígenas de modo que el afecto al Rey era generalizado, manteniéndose después de la anexión de Chiloé por Chile”.

Apoyo de Juan Carlos I

Digno heredero de los misioneros que le precedieron, el obispo se fijó como un eje de su pastoral “defender los derechos de los indígenas”. Para ello, se vinculó al Consejo General de Caciques de Chiloé y a la Federación de Comunidades Indígenas de Chiloé. “Gracias a ambas organizaciones –reconoce–, vine a ser uno de ellos en la defensa de sus derechos”. Una labor en la que contó incluso con Juan Carlos I, “a quien visité en dos oportunidades y me ayudó de forma significativa”. Por todo este trabajo, en 1995, la Comisión Chilena de Derechos Humanos le concedió el Premio Nacional de Derechos Humanos, destacando su “permanente servicio en favor de marginados, emigrantes y perseguidos”.

A sus 88 años, ya como obispo emérito, centra su servicio en los tribunales eclesiásticos, estudiando muchas causas referentes a la nulidad de matrimonios. En ello, su prioridad es “escuchar con calma a cada persona y acompañarla en su proceso de sanación, pues con frecuencia tiene heridas muy hondas que van más allá de los tratamientos que puedan recibir con algún psicólogo. Es algo muy profundo y es muy frecuente ver a personas que, en este acompañamiento, descubren a Dios, quien, a pesar de todas las barbaridades que hayan realizado, las sigue queriendo y las llama para que se realicen en plenitud”. De ahí que tenga claro que tribunal también es “un campo de evangelización con mucha profundidad”.

La gran “herida” de los abusos

Hablando de “heridas”, Juan Luis tampoco quiere dejar pasar por alto la enorme crisis que vive la Iglesia chilena por los abusos. Y lo hace de un modo directo: “Me siento muy unido a los demás obispos. Con mucha vergüenza, pido perdón, con el sincero deseo de ayudar a las víctimas, no solo a las producidas por la detestable acción de algún sacerdote, sino también a las producidas por otras personas, frecuentemente familiares, y que desgraciadamente son muchas más. Pero no sabemos cómo hacerlo. Necesitamos ayudarnos todos, curas y laicos, en esta labor. Siento con mucha fuerza la urgencia de comenzar a caminar para el cambio radical de la estructura institucional de Iglesia que nos hemos ido dando. Es necesario llegar a constituir una estructura que venga a ser comunidad, como la primera de Jerusalén”, en la que “se vea de verdad el amor con una muy clara opción por los pobres”.

Su hermano José Luis, precisamente estos días en su Valencia natal, donde le ha sobrevenido una dolencia cardiaca que le obliga a operarse, habla a calzón quitado: “Estoy sufriendo muchísimo con todas estas noticias. Tanto que, en el fondo, creo que esta enfermedad me viene por el estrés sufrido en este tiempo”. Pero, como Juan Luis, llama a aprovechar el mal para hacer el bien: “La Iglesia chilena que nos fascinó fue aquella que latía con el Concilio Vaticano II. Tal vez, nos ha podido el afán de poder. Pero podemos aprovechar la oportunidad para volver a los orígenes y ser una comunidad mucho más abajada y encarnada”.

Compartir
Noticias relacionadas










El Podcast de Vida Nueva