Véronique Margron: “La sexualidad ha sido más tabú en las congregaciones femeninas”

Veronique Margron, dominica, presidenta de la Conferencia de Religiosos de Francia

Teóloga moral, presidenta de la Conferencia de Religiosas y Religiosos de Francia (Corref) y priora provincial de las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen de Francia, la hermana Véronique Margron lleva mucho tiempo ayudando a víctimas de abusos sexuales.

PREGUNTA.- En la crisis de los abusos sexuales, el silencio es uno de los aspectos más graves del problema. ¿Cuáles son para usted los factores que lo determinan?

RESPUESTA.- Son múltiples y varían según qué regiones del mundo. Muchas veces se considera a la Iglesia como una familia, algo que tiene consecuencias desastrosas en lo que se refiere a los abusos sexuales. De hecho, muchas veces y lamentablemente, ni siquiera se habla de estos delitos en las familias. Para las víctimas de abusos cometidos por un hermano, un padre o una madre, encontrar las palabras, hablar de ello, ¡es como escalar el Everest caminando hacia atrás y con sandalias! La imagen de la familia puede ser bella para expresar reciprocidad y atención a cada uno, pero se vuelve en contra de las víctimas cuando la familia significa un reflejo gregario o de silencio… ¿No se dice que “los trapos sucios se lavan en casa”?

Otro factor posible que afecta a nuestra mediocridad, ese lado mezquino presente en cada uno de nosotros: la tentación de continuar nuestro camino, de no ver lo que realmente sucede, de no involucrarnos. El coraje es una virtud. Las emociones no lo son. Puedes escuchar a una víctima y llorar con ella, pero decirte a ti mismo que no te pararías en esto, eso es otra cosa. Se necesita ira santa. Y también la libertad interior de decirnos a nosotros mismos que las dificultades a las que nos enfrentaremos si hablamos, no son nada comparadas con lo que la víctima ha sufrido.

P.- Cuando se piensa en el silencio, se piensa en los silencios de los hombres de la Iglesia. Pero también hay silencios de mujeres, madres o religiosas, frente a las víctimas. ¿Cómo explicar estos silencios femeninos?

R.- No estoy segura de que exista algo específicamente femenino o masculino para explicar el silencio… Pero en relación con la Iglesia, a pesar de los progresos concretos y del lugar dado a las mujeres y a los laicos desde el Concilio, el hombre sigue siendo tratado como una autoridad particular, es todavía investido como una autoridad que siempre suscita actitudes de deferencia, a veces desmotivadas. Pienso en situaciones recientes de superiores que se han ajustado al juicio del obispo, mientras que deberían haber informado inmediatamente a Roma, porque el obispo no era su superior, aunque estuvieran en su territorio. Pero su relación con la autoridad era tal, que si el obispo les pedía que no dijeran nada hasta que él lo permitiera, ellos se sentían obligados a obedecer. No tanto por miedo o falta de coraje, sino por deferencia.

Para mujeres con puestos de autoridad, no se da por descontado el no someterse a la autoridad local, es decir masculina, incluso cuando está claro que su interlocutor es la Santa Sede. Pero para saber si existe una especificidad femenina o masculina que explique el silencio entre los religiosos, sería necesario hacer una comparación entre una serie de casos significativos, de situaciones silenciadas por hombres y mujeres superiores. Lo que me parece todavía cierto es que, entre las religiosas la cuestión de la sexualidad ha sido un tabú más que entre los hombres. Hacerles hablar sobre el tema es aún más difícil.

P.- ¿En qué sentido?

R.- ¡Se debería saber en cuántos noviciados se ha hablado realmente de la sexualidad! Di clases durante unos veinte años en un seminario, y había cursos sobre la vida emocional… A veces insuficientes, pero tenían el mérito de estar allí. En los noviciados, y particularmente en los noviciados femeninos, el tema es algo más vago, me temo. Hay sesiones, pero puntuales. Llegar a una reflexión profunda y hacer que los distintos interlocutores hagan uso de la palabra, es una cuestión diferente. A veces se habla de la sexualidad de forma latente, en términos de amistades particulares. Pero esto no permite reflexionar sobre la cuestión de la relación de poder.

Y si los abusos sexuales parecen, en la Iglesia como en otras partes, ser principalmente responsabilidad de los hombres, los abusos de poder y de conciencia son compartidos entre hombres y mujeres, y a su vez muy devastadores. Estas situaciones de abuso de poder me hacen pensar en lo que el psicoanálisis llama un “clima incestual”. Esto significa que el otro está bajo su dominio y que los puntos de referencia están totalmente confusos, lo que hace imposible su libertad. Y eso sin tener que ser necesariamente un abuso sexual. Algunas situaciones de mujeres en comunidades presentan características de un “clima incestuoso”. Clima que tiene efectos devastadores sobre la existencia, que la descompone en lo más profundo. Además, con la casi imposibilidad de probarlo.

P.- Qué explica el silencio de aquellas religiosas, a su vez víctimas de abusos… 

R.- Se necesitan las claves para descifrar este clima incestuoso. A menudo, en las comunidades religiosas donde hay algo que no funciona, esto se esconde, se pone bajo el vínculo de la obediencia. Lo cual es aún más terrible porque cuando entras en la vida religiosa, te confías y tu umbral de vigilancia baja, lo cual es normal. Estás ahí por y para Cristo en una situación de abandono de la fe. Cuando tus superiores te dicen “ese padre” o “esa madre” será tu capellán o tu responsable, tú te fías, porque es la institución a la que estás libremente vinculado. En este contexto, cualquier abuso provoca un trágico sentimiento de vergüenza, muy profundo, y la imposibilidad de hablar de ello. Se necesita una gran valentía y una extraordinaria lucidez para superar el “muro del sonido” en tales circunstancias.

Muchas veces para liberarse de esa garra destructiva, se necesita un choque desde fuera, que derrumbe los muros de la prisión: un acontecimiento familiar, un escándalo en la comunidad, una visita impuesta por la autoridad eclesiástica competente… La vida cristiana se basa en la confianza, porque descansa en la palabra dada: “te prometo”, “me comprometo”, “te perdono”. Una de las puestas en juego actuales es la de poder establecer la vigilancia sin que se convierta en sospecha, porque la sospecha es un veneno para cada comunidad. El reto es establecer procedimientos y controles, precisamente para preservar la calidad y corrección del vínculo. De lo contrario, esta cualidad será dañada y la única opción que quedará para aquellos que quieran ocuparse de los niños y de las personas en situación de vulnerabilidad, será la sospecha sistemática.

Lea más:
Noticias relacionadas
Compartir