Pablo d’Ors busca lo espiritual en lo cotidiano y, desde ahí, expresarlo en un papel, en una novela. Así al menos lo manifestó ayer durante la presentación de “El estupor y la maravilla” (Galaxia Gutenberg) en el auditorio del Museo Thyssen, que colgó el cartel de completo. De la mano de Borja Hermoso, ambos reflexionaron sobre lo poético en la prosa rutinaria, la necesidad de sorprenderse en nuestro día a día, de la fe que se cuela entre los colores de un lienzo, el maridaje entre lo sublime y lo grotesco…
“Es un libro esencialmente contemplativo y canta a lo más grande que se encuentra en lo más pequeño, en lo cotidiano”, explicó sobre una obra en la que Alois Vogel, un vigilante de museo que decide escribir sus memorias. Con este punto de partida, el autor desarrolla un protagonista, según él, peculiar en el ámbito literario.
“Casi todos los personajes novelescos son personajes marginales malditos, que llevan su condición con pesadumbre. En este caso, es un marginal feliz”, aclaró el fundador de Los Amigos del Desierto, que garantiza que esta obra busca recoger tres ‘a’: atención, asombro y alegría. Por eso definió “El estupor y la maravilla” como “un libro tremendamente positivo”, en tanto que habla precisamente de estupor, de ese asombro del personaje hacia el arte.
“Nuestro gran problema es la incapacidad de estar con nosotros mismos y por eso este persona es tan especial, porque Vogel es capaz de estar consigo mismo”, comentó D’Ors, consciente de que “mi concepción de la novela como género parte del desarrollo de la épica del individuo”.
“Lo peor que puede tener un libro es ser aburrido o pesado. ¿Y lo mejor? Que se lea bien, que uno tenga ganas de continuar. La novela, como género popular, nos lleva a que los autores escribamos para que llegue a todo el mundo”, aclaró Pablo d’Ors, si bien confesó que, desde ahí, el reto es “no quedarse en la superficie”.
“Para que un libro sea fluido, tú tienes que ser fluido, ir a lo esencial. Lo complejo tiene que ver con lo mental y lo sencillo, con lo espiritual. Por eso yo busco una novela más espiritual, más sencilla y, por tanto, más universal”, reflexionó a la vez que apuntó que “ahora escribo de una manera más sencilla, menos compleja, porque el oficio ayuda y creo que el resultado me ha llevado a libros más compactos y rotundos”.
“El binomio de mi vida es el arte y la religión”, explicó, para recordar que precisamente su tesis doctoral abordó los vínculos entre la experiencia ascética y estética. De ahí que reconociera que en la novela “hay un cristianismo latente, que es como mejor puede ser vivido, de una manera discreta, sin hacer mucho ruido por fuera”.
En esta misma línea, compartió cómo para él “los museos son las nuevas catedrales y las catedrales persisten porque se han convertido en museos”. Este juego de palabras le llevó a afirmar que el tema de fondo de la novela es la cultura. “La gente confunde cultura con erudición, cuando en realidad tiene que ver con el cultivo de uno mismo”, detalló.
El diálogo con Hermoso discurrió hasta deparar en las similitudes entre el protagonista del libro y su autor, esas rarezas que le lleva a hablar consigo mismo en voz alta. “Lo que me digo a mí mismo es que soy un poco estúpido, un poco tonto”, relató d’Ors.