La abrupta muerte de la misionera española Isa Solá en Puerto Príncipe el 2 de septiembre de 2016, asesinada por unos asaltantes en moto mientras conducía su coche por la capital de Haití, dejó en todos los que la conocieron la sensación de que, con solo 51 años, se cerraba una vida entregada de un modo arrebatado por los últimos.
Pero, de esa desazón, ha emergido una renovada esperanza. Y es que, tras publicarse estos días el libro ‘Lo que no se da se pierde. Retrato de la misionera Isa Solá’ (Plataforma Editorial), presentado este lunes 22 de octubre en Barcelona, son muchos los que están conociendo una historia tan hondamente humana que, a modo de espejo, está originando una nueva mirada hacia la ya de por sí positiva imagen de los misioneros. También en los más alejados de la Iglesia, como cuenta en esta entrevista su autora, Mey Zamora:
Una dimensión inesperada
PREGUNTA.- ¿Cómo surgió la idea de dedicar un libro a la vida de esta religiosa de Jesús-María?
RESPUESTA.- De la triste noticia de su asesinato. Al ser periodista y haberla conocido en mi adolescencia y juventud (además de que siempre he sido muy cercana al mundo de la congregación de Jesús-María, en cuyo colegio en Barcelona me eduqué yo y también lo han hecho mis hijos), una compañera de ‘La Vanguardia’ me pidió ayuda para un reportaje sobre ella tras su asesinato.
En esos primeros días contacté con muchas personas que la conocieron y que tenían ganas de contar cosas sobre Isa que merecían la pena. Al principio no pensé en un libro, pero, según fui contactando con gente y recabando sus testimonios [aparecen cerca de un centenar en sus 280 páginas], me di cuenta de la gran dimensión de lo que estábamos haciendo, así que entonces ya sí que aposté por este formato.
P.- Aunque la conociste en su día, ¿con qué Isa Solá te has encontrado en estos meses de profundización en su experiencia vital, desde su infancia y revolucionaria decisión de ser monja (lo que chocó mucho al ser hija de una familia acomodada de Barcelona) hasta su decisión de encarnarse como misionera en Guinea Ecuatorial y Haití, donde finalmente dejó la vida y cuyos restos reposan allí para siempre?
R.- El que yo la conociera se percibe de algún modo en la primera parte del libro, cuando hablo de su vivencia en el Colegio San Gervasio, de las religiosas de Jesús-María, pues fue un ambiente que yo también viví. Pero siempre he concebido el libro como un gran reportaje sobre su figura, desde otras voces que nos ofrecen su visión de ella. Es con esa perspectiva completa cuando te sorprendes de las muchas ramificaciones de esa vida en solo 51 años: cuántas relaciones, con qué intensidad y en tantos sitios diferentes…
Además, percibo que siempre mantuvo los rasgos de juventud que yo misma conocí. Aunque, lógicamente, con el tiempo se agigantaron y fueron a más. En este sentido, lo que experimentó en Haití con el terremoto [el 12 de enero de 2010, un seísmo echó abajo el país y se llevó por delante más de 300.000 víctimas] fue su gran punto de inflexión. Estamos ante su escala. Desde entonces, nos encontramos con una Isa ‘a lo grande’, en sus escritos y acciones.
Era la misma mujer, pero agigantada. Y siempre partiendo desde su profunda humanidad. Era muy espiritual, pero la suya no era una espiritualidad mística. Se expresaba de un modo cercano, sencillo y coloquial, con el que la entendía todo el mundo, especialmente los más necesitados, en quien ellos se impregnó de Dios.
Dios en los escombros
P.- Tras el terremoto, nos encontramos con una Isa Solá derrumbada, incapaz de rezar y que no entendía que los haitianos dieran las gracias a Dios por vivir, elevando al cielo su particular ‘¿por qué me has abandonado?’. Aunque enseguida emergiera con más fuerza, más creyente que nunca a través de la fe del pueblo haitiano, ¿fue aquella su gran ‘noche oscura’?
R.- Sí, sin duda. Isa siempre fue una mujer que cuestionaba cosas y estructuras que funcionaban mal. A veces, como vivió sobre todo en Guinea Ecuatorial, esa crítica la extendió a la Iglesia en cuanto que institución. En un país en el que todas las estructuras tenían corrupción, la Iglesia también pasaba por ello. Y ella lo denunciaba. En esos momentos, ella se confortaba mirando a su lado, a los misioneros, y se decía: “Aquí estamos, todos juntos”. Y la esperanza volvía a ella.
En cuanto al terremoto, ella dijo esto tan bonito: “Yo buscaba a Dios en las alturas… Y estaba en los escombros”. Ella tenía claro, y así lo dejó escrito, que quería estar ‘con’ los últimos. Pero esa experiencia la transformó, pues pasó a vivir ‘como’ los últimos: sin techo, sin comida… Entonces comprendió hasta qué punto era difícil llevar a cabo lo que entendía que era el centro de su vocación. Pero sí, de ahí emergió con mucha más potencia.
P.- ¿Qué frutos esperas de este libro?
R.- Tengo una contradicción íntima, pues duele que haya tenido que morir para que podamos tener una perspectiva de toda su trayectoria. Pero, a la vez, su testimonio hace que muchos pongan en el mapa a los misioneros, conociendo las historias de personas con una entrega similar a la de Isa. Estamos ante alguien con quien es muy fácil empatizar, contagiando su bondad y su profunda humanidad. El suyo es un testimonio para creyente y para alejados. De hecho, en los últimos días, ya han contactado conmigo varias personas no creyentes y que me han dicho que este libro les ha hecho pensar.