“Ha sido interesante cómo hoy en día ha habido un laicado más responsable, más formado, y que ha hecho ver a los pastores que hay cosas que no pueden ocurrir. Yo creo que la Iglesia tiene que cambiar, esta es la oportunidad que tiene para pasar al siglo XXI”, afirma el jesuita chileno, Marcelo Gidi, desde Roma donde es profesor de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Gregoriana. En entrevista con revista Sábado de El Mercurio, analiza la actual situación de la iglesia chilena desde su perspectiva de canonista que ha tenido en sus manos varios de los casos más emblemáticos de estos años.
Consultado por la lentitud con que reacciona la Iglesia, mira el contexto mundial y también la experiencia chilena de años anteriores: “Hace muchos años, dice Gidi, que no ponemos como Iglesia chilena ningún tema. Pero a nivel mundial, sí. El Papa ha puesto el tema de la ecología y la inmigración. Hay temas sociales y de vida religiosa, de estructura eclesial. Pero nada de esto ha llegado a la iglesia chilena, hay una contingencia tal, que hoy uno echa de menos al pastor. ¿Dónde está el pastor que acompaña una parroquia, que acompaña una diócesis?”, se pregunta. Y responde: “Están todos arrinconados en estas acusaciones sexuales”.
Los casi 20 años que la iglesia en Chile enfrenta el tema de los abusos ha hecho, según Gidi, “que se autoinvalidaran y por otro lado la sociedad los invalidó. Porque, además, en los 90 la Iglesia se volcó a los temas morales, los divorciados, la infidelidad, el sexo antes del matrimonio, los homosexuales. Tiene que haber una reevaluación del sexo de parte de la Iglesia, tenemos que volver a reflexionar qué significa la vida sexual para el ser humano. Porque no sé si te parece correcto que una acostada fuera del matrimonio te quite la salvación. Es desproporcionado que yo le quite el cielo a una persona que se acostó con su novia”, explica.
“Esta es una Iglesia que debe morir, afirma. Debe morir y debe ser sepultada y ojalá que no tenga resurrección. Esa Iglesia clericalista, elitista, que la conformamos no solamente los obispos, la conforman muchos laicos. Yo creo, si bien los protagonistas de los hechos son sacerdotes, obispos, religiosos o religiosas, esto fue posibilitado por este harem de laicos, laicas y fieles que animaban los sesgos de ciertos sacerdotes, animaban la compensación afectiva de ciertos sacerdotes a los cuales nunca se les dijo nada. Esa es la Iglesia que tiene que morir”.
Las acusaciones de la justicia civil, en Chile, no solo se refieren al abuso, sino también al encubrimiento. Respecto a esto, Gidi confiesa: “Yo creo que en algunos casos se va a poder demostrar que hubo encubrimiento. En otros, se demostrará que hubo negligencia. Y en el caso de la negligencia, también se puede asegurar que hubo el agravante del abuso de autoridad”.
“A mi modo de ver, complementa el canonista, lo que ha agravado esta situación no es el hecho grave del abuso sexual de un cura cometido contra un niño o un joven o un adulto, sino es el modo que tuvo la Iglesia para hacerse cargo. Esa crítica que ahora se hace de que hubo encubrimiento o complicidad”.
Gidi refuerza que siempre la prioridad son las víctimas. “Hay personas que yo creo que nunca se van a sanar por el daño que les hicieron. Por eso creo que la justicia por sí sola no es un medio de sanación para el abusado sexualmente. Incluso si es expulsado del estado clerical, eso por sí solo no es un alivio. La reparación depende de muchos otros elementos; por ejemplo, de que la persona que cometió delitos honestamente pida perdón”. En su experiencia como investigador de varios casos de abuso con sentencia de culpabilidad, afirma que ninguno de ellos ha reconocido sus faltas y ha pedido perdón.
Las peticiones de perdón de parte de los obispos han sido reiteradas después de la drástica intervención del Papa. Consultado por la decisión del cardenal Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago, de guardar silencio al ser llamado a declarar en calidad de imputado por la denuncia de encubrimiento en el caso Karadima, Gidi comenta que “la Iglesia ha estado dedicada a pedir perdón por los delitos que han cometido algunos sacerdotes, pero ese perdón tiene que estar acompañado de decisiones concretas, de acciones muy determinadas para que ese perdón sea creíble. Ezzati tiene que aclarar su participación en todo lo que se le imputa, porque mientras no se aclare eso, las pedidas de perdón de él no tienen llegada, no son acogidas por nadie. Guardar silencio es su derecho, y yo respeto su derecho, pero lo que conviene hoy es ir más allá de la ley y decir: ‘A ver, ¿qué es lo que necesitan las personas que se han visto dañadas por mí?, ¿Qué yo hable o no hable?’. ¡Que hable! Y tomar medidas”.