Se realizó en Mendoza, la “Semana de la Teología”, organizada por la Sociedad Argentina de Teología (SAT). Estuvimos reunidos unos setenta profesores e investigadores de todo el país, más algún invitado externo, para compartir nuestras experiencias académicas y sobre todo para reflexionar sobre los problemas de la Iglesia y de la sociedad. Años atrás nos encerrábamos una semana en La Falda, Córdoba, o en una casa de retiros de Lomas de Zamora. Pero en el último tiempo hemos optado por un mayor contacto con el mundo universitario. Un día de la Semana era “abierto” y el número de participantes se duplicaba. También decidimos variar los lugares de reunión: en 2017 fue en Santa Fe, el año anterior en Salta y el próximo será en Córdoba.
Uno de los temas fue el documento de Medellín, en sus bodas de oro. En 1968 se reunieron los obispos de América Latina en Medellín, Colombia, para adaptar a nuestra región las directivas del Concilio Vaticano II (1962-1965). Se deseaba una Iglesia que estuviera al servicio de los necesitados, en particular de los pobres, los migrantes, los pueblos originarios. En aquel tiempo comenzaban a extenderse los movimientos guerrilleros. El Che Guevara había sido muerto en Bolivia en 1967, y se instalaban gobiernos militares. No es válida la teoría de los dos demonios. Hay uno solo, el de la violencia y la crueldad. Aquel encuentro de obispos animó nuestro caminar hacia la justicia y la paz, que no son dos virtudes o dos objetivos sino un estilo de vida más humano.
Lo de Medellín fue un documento, que se estudia, pero sobre todo fue un evento, que podemos revivir. Marcó un antes y un después. Allí A l. Los encuentros posteriores de obispos latinoamericanos, en Puebla, México (1979), en Santo Domingo, República Dominicana (1992) y en Aparecida, Brasil (2007), profundizaron el surco de Medellín. En el último encuentro el entonces cardenal Bergoglio fue el principal redactor del texto. Y hoy Francisco nos propone el lema de una “Iglesia pobre, para los pobres”. El nuevo estilo del actual papa es ir a las zonas de frontera. Su primer viaje fue a la isla de Lampedusa, adonde llegaban tantos cadáveres de migrantes. Otra zona fronteriza es la de los divorciados y vueltos a casar. Por su actitud abierta ha recibido críticas de los sectores más conservadores de la Iglesia. Con él nos solidarizamos los integrantes de la SAT.
Además de los plenarios trabajábamos en grupos. En el que estuve un día, me llamó la atención la explicación de una profesora de Escritura sobre el tema de la “cólera de Dios” por los pecados del pueblo y su “arrepentimiento”, suspendiendo el castigo que comenzaba a aplicar. Este antropomorfismo, tan presente en la Biblia del pueblo judío, nos choca a todos. Y se refleja, para los cristianos, en la cólera de Dios aplacada con la muerte de Jesús. Hoy no lo presentamos así, pero no nos resulta fácil explicar por qué murió Jesús. Ahora bien, según esta profesora los términos hebreos para “encolerizarse” y “arrepentirse” poseen varios significados. El más apropiado sería que Dios se dispone a salvar a su pueblo, como en el simbolismo del Arca de Noé.
Un día disfrutamos de dos videoconferencias, una de ellas con Nancy Bedford, teóloga protestante argentina, que vive actualmente en los Estados Unidos. Nos contaba que una de sus hijas, sin dejar de ser protestante, tiene las imágenes de la Virgen de Guadalupe y del Sagrado Corazón. Creo que es un modo práctico de vivir el ecumenismo. Otra teóloga, que vive en San Juan, es vicepresidenta de la Asociación Mundial de estudios patrísticos, sobre los primeros siglos de la Iglesia. En síntesis, no ha sido mi intención exponer el desarrollo académico de la Semana sino recordar al gran público la tarea de este equipo de teólogos y teólogas “con olor a oveja”, en expresión de Francisco.
Ignacio Pérez del Viso
Jesuita, profesor de Teología