Vosotros sois ya desde ahora, queridos diocesanos, mi prioridad y la razón de ser de mi vida a la que dedicaré todo mi tiempo”. El nuevo obispo de Ávila, José María Gil Tamayo, se dirigía de así en su primer escrito a la diócesis que pastoreará a partir del 15 de diciembre. A las 12 horas del 6 de noviembre, tras el preceptivo anuncio de la Santa Sede, se presentaba ante los abulenses. Con algo más que una declaración de intenciones. Se apeaba de la carrera a la reelección de la Secretaría General de la Conferencia Episcopal, dos semanas antes de que los obispos tengan que poner un nombre en la papeleta durante la Asamblea Plenaria que arranca el 19 de noviembre.
Gil Tamayo cumplirá con su cargo hasta el último día, a la espera de recibir un báculo decidido en Roma pero, a buen seguro, con algo más que el visto bueno por parte del presidente del Episcopado Español, el cardenal Ricardo Blázquez, para que sea este sacerdote y periodista extremeño quien pastoree su tierra natal. “La Santa Sede aprecia a Gil Tamayo, como a toda la Conferencia Episcopal en estos últimos años: bien aceptado y valorado”, explica un pastor con muchas horas de vuelo. “El Papa sigue de cerca la situación de España y no hay ningún ‘monitum’, ningún rechazo, todo lo contrario. La Secretaría General, en conexión evidentemente con el equipo de gobierno, está intentando vivir el espíritu que Francisco nos va transmitiendo, que está en la ‘Evangelii gaudium’, en los sínodos… Y don Ricardo, en sus intervenciones en la Conferencia, va también en esa línea”.
Pero, ¿qué lectura hacen de la mitra y del paso atrás quienes tienen derecho a voto? La prudencia y el temor se imponen, de ahí que a todos los entrecomillados referentes al asunto les preceda y les suceda la cláusula del anonimato. “No me extraña que el cuerpo le haya pedido salir corriendo”, dicen quienes conocen muy bien a Gil Tamayo, lo que habla de que le ha tocado vivir malos momentos en el servicio que concluye. “Ha sido un mártir al que se le ha minado lentamente sin que él se quejara, y también será un mártir el que tome el relevo”, advierte un obispo que ha contemplado de cerca los sinsabores vividos por el todavía secretario general; no tanto por los envites de la clase política como de los que ahora son sus hermanos en el Episcopado.
Otro prelado rebaja esta percepción de tensión: “Es cierto que hay comentarios, evidentemente, pero no he detectado en este sentido que haya un rechazo a José María. A unos les gustará más y a otros menos, pero reina una cierta actitud de apertura, en la línea del Papa, no de volver hacia atrás, a una época oscurantista. Buscamos pastores, gente trabajadora, que mire al mundo con ojos de misericordia”, apostilla.
“Francisco está prácticamente al día de todo con lecturas, llamadas y audiencias varias. Sabe del buen hacer de Gil Tamayo, pero no sé si de sus desvelos. Sí está satisfecho con los cardenales que ha puesto al frente de la Iglesia española, y de igual modo conoce los movimientos de quienes sonríen en las visitas a Roma, pero tienen sus planes alternativos cuando ponen un pie en Barajas”, apunta un monseñor vaticano.
“Cuando José María ha intentado algo, le cortan las alas antes de empezar con cualquier gestión. Y tampoco cuenta con instancias de peso que le aconsejen”, señala un sacerdote que habla abiertamente de división en el Episcopado español, algo que muchos obispos se resisten a admitir por aquello de la comunión. Sí coinciden con él, sin embargo, en que el secretario actual se ha encontrado con más limitaciones que su antecesor, el jesuita Juan Antonio Martínez Camino. “A José María no le han dejado gestionar. Ha estado atado de pies y manos. Porque un portavoz se debe a su presidente, a su Ejecutivo y a su Permanente. No se puede salir del guión. Demasiado bien lo ha hecho, con lo que está pasando, con esta persecución”, señala en alusión a las informaciones sobre los abusos o la polémica sobre la exhumación de Franco, con la que ahora se intenta salpicar a la Iglesia como si ella fuese la última responsable.
Pero, como apunta otro prelado, “no estoy tan seguro de que le hayan dejado gestionar. Con los directores de las comisiones episcopales se maneja, pero no así con todos los presidentes de las comisiones episcopales [los obispos elegidos en el marco de la Plenaria], que también tienen su poder y, en algunos ámbitos, no ha podido resolver como quisiera”. “Los obispos le han tratado bien, aunque le ha tocado ser secretario con un presidente que se pone de lado ante los problemas”, sentencia otro prelado.
Surge desde ahí otro aspecto a tener en cuenta. ¿No ser obispo ha sido un hándicap para que los miembros de la Plenaria le tuvieran en igual consideración? ¿Lo será para el que ha de venir? Quienes trabajan en la “fontanería” de la Casa de la Iglesia resuelven sin dudar: “El clericalismo está ahí. Más de uno le ha dado a entender que estaba en un peldaño superior y han menoscabado su voz por muy secretario general que sea, pero también le han cuestionado otros sacerdotes que le verían de igual a igual”.
En cualquier caso, la decisión de Gil Tamayo abre un escenario inesperado, en tanto que no pocos confiaban en que compatibilizara la Secretaría con su nueva diócesis –a priori, sin grandes problemas más allá de la consolidación de las unidades pastorales de una región rural envejecida, despoblada y con carestía vocacional–, si bien no son pocos los que ven vía libre para que otros candidatos se erijan con más facilidad. Tanto es así que podría decirse que los obispos se enfrentan a la terna más abierta, a priori, de sus 50 años de historia. “Hace bien en volcarse en su nueva misión, pero eso no quita para que le haga un roto tanto a Blázquez, a quien le queda un año y medio de mandato, como a los que vemos en José María la persona adecuada como mediador político y portavoz ante la sociedad en un tiempo en el que comunicar Iglesia bien es una heroicidad”, comparte otro prelado.
Desde hace meses se vienen lanzando candidatos al aire, con más o menos intención de convertirlos en globo sonda o simplemente favorecer que queden descartados por el mero hecho de mentarlos. La propuesta de unos y otros estaba condicionada por la disposición de Gil Tamayo ahora desvelada. Sí, porque hay bandos, “una división que les ha hecho inoperantes como Episcopado”, según sentencia un fino eclesiástico sobre la realidad de los obispos españoles hoy.