Alois Vogel, el épico protagonista solitario y marginal de ‘El estupor y la maravilla’ (Galaxia Gutenberg), anticipa al comienzo de la novela toda su inabarcable luminosidad, mientras narra en primera persona cómo su mujer, cuando le cree dormido, se aproximaba cada noche a su corazón para oírle respirar: “Ella me vigilaba por las noches para saber que no me había muerto; yo escribiría durante el día para que el mundo supiera que había vivido. Ahora sé que solo escribimos para decir que estamos vivos; sé que escribimos para que en algún lugar de la Tierra alguien abra nuestros libros por las noches y sienta nuestra respiración cerca, como una brisa tibia en la piel”. Esta cita, esta confesión, lo es también de su autor, el escritor y sacerdote Pablo d’Ors (Madrid, 1963).
“Ante todo, quiero decir que esta novela la vi toda ella de un solo golpe –proclama–. Fui asaltado, por así decirlo, por una visión en la que todo se me presentó súbitamente: vi quién y cómo sería el personaje, vi el espacio en que desplegaría su aventura, vi que era una historia netamente contemplativa, vi incluso la estructura por capítulos, un recorrido por las salas de un museo alemán. Esto no me había sucedido nunca ni me ha vuelto a suceder”.
Pero esta es solo una de las razones por las que el novelista y fundador de la red de meditadores Amigos del Desierto, ha decidido reescribir ‘El estupor y la maravilla’, en la que a través de Vogel, vigilante durante veinticinco años de un imaginario Museo de los Expresionistas de Coblenza (Alemania), Pablo invita al lector a adentrarse en lo misterioso desde lo cotidiano. “Corregir esta novela, escrita entre 2002 y 2003 y publicada en 2007 por Pre-textos, ha sido toda una aventura, como cabía presuponer –admite a Vida Nueva–. No me he limitado a cambiar un par de frases de orden o a quitar una coma para, veinte minutos después, volver a ponerla en el mismo sitio. Este proceso ha supuesto enfrentarme a quién era yo quince años atrás. Corrigiendo este libro me he dado cuenta de que ahora escribo mucho mejor, puesto que quince años de trabajo y de pasión literaria no pasan en balde”.
“En efecto, ‘El estupor y la maravilla’ es un libro contemplativo, donde hablo sobre el poder de la atención, sobre las prácticas de silenciamiento y quietud, sobre la plenitud que puede brindar lo pequeño, sobre la revelación de lo cotidiano… Lo que más tarde escribiría en ‘Biografía del silencio’ o en ‘El olvido de sí’, pero también en ‘El amigo del desierto’, en ‘Sendino se muere’ o en ‘Entusiasmo’, todo estaba ya enunciado aquí”, manifiesta. “Esta constatación me ha hecho muy feliz, pues me ayuda a pensar que, habiéndose movido todo tanto, a fin de cuentas siempre he sido fiel a mi impulso originario”. Y en el que tiene mucho que ver el monje benedictino Elmar Salmann, “mi maestro”, como afirma. “Mi vida sería hoy totalmente incomprensible sin su aparición”, proclama.