La Iglesia española cuenta con dieciséis nuevos mártires de la persecución del siglo XX. A la once y media de la mañana, entre aplausos, se desvelaba el tapiz con el retrato de los ya beatos en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona en una ceremonia presidida por el prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el cardenal Angelo Becciu.
Con este gesto y tras la lectura del decreto firmado por el Papa Francisco, subían a los altares los 16 nuevos beatos, fallecidos entre 1936 y 1937 en Cataluña, y que pertenecen a la congregación San Pedro ad Víncula -un sacerdote, ocho hermanos y tres laicos colaboradores-, a la congregación de Hermanas Capuchinas de la Madre del Divino Pastor tres religiosas- y a la Congregación de Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones -una religiosa-.
Junto a Becciu, concelebraron el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, sus dos auxiliares -Sergi Gordo y Antoni Vadell-, además del nuncio Renzo Fratini, el presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez; los obispos de la Tarraconense en pleno y el cardenal emérito de Sevilla, Carlos Amigo, entre otros.
Durante la homilía, el prefecto sentenció que “la gloria de los mártires permanece mientras los regímenes de persecución pasan”. Becciu aplaudió la fidelidad, generosidad, coraje y confianza en Dios de los religiosos y laicos beatificados, “lo que provocó el ensañamiento de sus perseguidores decididos a destruir la Iglesia en España”. El cardenal reiteró cómo fueron asesinados “en un tiempo caracterizado por un clima de persecución a todos los que se declaraban miembros de la Iglesia católica, fueran consagrados o laicos”.
“El único motivo por el que les mataron fue religioso, determinado por el odio hacia la fe y hacia la Iglesia católica, puesta en el punto de mira en aquel contexto histórico de las persecuciones religiosas de la mitad del siglo XX”, comentó, para señalar a renglón seguido que “el odio hacia la Iglesia prevaleció y oprimió la dignidad humana y los principios de libertad y de democracia”.
Trayendo la experiencia de los nuevos beatos al presente, precisamente el cardenal hizo de su homilía un alegato a la defensa de la libertad religiosa. “Estos mártires nos invitan a pensar en la multitud de creyentes que en el mundo también hoy sufren persecución escondida y lacerante, que lleva consigo la falta de libertad religiosa, la imposibilidad de defenderse, la reclusión y la muerte civil”, reafirmó para subrayar a continuación: “La prueba que soportan tienen puntos en común con las que soportaron los nuevos beatos”.
En esta misma línea, presentó la entrega de los mártires como “una denuncia silenciosa pero más elocuente que ninguna de la discriminación, del racismo y de los abusos contra la libertad religiosa, que como ha comentado el Papa Francisco, es un bien supremo que se debe tutelar, un derecho fundamental, baluarte contra las pretensiones totalitarias”.
Tras escuchar el Evangelio de Juan sobre el grano de trigo que muere para dar fruto, presentó a los mártires como reflejo de esa semilla “porque aceptaron morir un poco cada vez y gastarse cotidianamente al servicio del Evangelio hasta el heroico gesto final”. “También hoy, en esta sociedad desfragmentada, marcada por las divisiones y la sinrazón, el que quiere crecer y ser útil al prójimo, está llamado a dar testimonio de la lógica del trigo”, añadió.
“Esta beatificación es una nueva etapa para la Iglesia en Barcelona, es para todos vosotros un motivo de profunda alegría saber que están junto a Dios aquellos que formaban parte de vuestras comunidades”, valoró el prefecto, que presentó la celebración como una llamada a los presentes a promover “la valentía de la fe tanto en el momento de la prueba como en la vida cotidiana” para dar “un testimonio inequívoco”. “La Iglesia reconoce un modelo a imitar para que los creyentes de todos los tiempos caminen derechamente hacia esa Jerusalén celeste donde ellos ya habitan”, concluyó.