Es la primera vez que visita España. “Estoy como en casa”, dice desde la sede de Misiones Salesianas en Madrid. El salesiano Tom Uzhunnalil (India, 1960) fue secuestrado en marzo de 2016 por el autodenominado Estado Islámico en Yemen. No fue liberado hasta un año y medio después, en septiembre de 2017. No tiene secuelas físicas ni psicológicas. Lo dice. También se ve. Cuatro Misioneras de la Caridad y otras 12 personas fueron asesinadas ante sus ojos. Él corrió mejor suerte y hoy viaja por el mundo, por mandato de su rector mayor, para ofrecer su testimonio. “Soy el mismo padre Tom antes y después”, recalca.
PREGUNTA.- Ha pasado ya más de un año desde que fue liberado. ¿Cómo se encuentra?
RESPUESTA.- Estoy bien. Ahora me toca compartir mi experiencia para testimoniar que Dios está vivo. Él ha escuchado nuestras oraciones y mi liberación no es más que el premio a todos aquellos que me sostuvieron con sus plegarias. El fruto de esas oraciones hicieron que mis captores no me agredieran físicamente y me mataran. Las imágenes de aquellos meses vuelven a mi mente mientras rezo, pero no mientras duermo, por ejemplo. No tengo pesadillas, no he tenido depresión ni ningún otro problema psicológico. Pero estoy seguro de que no es porque yo sea una persona especial, sino porque la Iglesia me ha mantenido lúcido con sus oraciones. No he necesitado de ningún tratamiento psicológico, creo que aquellos con los que hablo se dan cuenta de que estoy bien, ¿no? (se ríe).
P.- Un año y medio de soledad es demasiado tiempo. ¿Cómo vivió el cautiverio?
R.- Creo que era el único secuestrado. Y me mantenían en cuartos oscuros con los ojos vendados. Todos los días seguía la misma rutina al despertar. Primero agradecía a Dios por el día de más que me brindaba, después rezaba el ángelus y pedía por las Misioneras de la Caridad que murieron ante mí. Seguía rezando el rosario para luego celebrar una misa. No tenía ni pan ni vino. Por eso, le pedía a Jesús que me los brindase de forma espiritual. Durante la misa rezaba por todos, incluidos mis captores. Oraba por que su corazón cambiara…
P.- Dios es lo único que tenía en ese momento, pero ¿nunca dudó de su fe?
R.- No, nunca dudé de mi fe. Sabía que el Señor estaba conmigo, porque sé que Él no quiere nada malo para mí. Eso sí, le solía pedir que me sacara de ahí lo más pronto posible y que me diera fuerzas para continuar mi misión y mi vida en Yemen.
P.- Como ha relatado, cuatro Misioneras de la Caridad fueron asesinadas ante sus ojos. ¿Se pregunta por qué ellas y no usted?
R.- Las vi morir… Cuando me montaron en el coche, pensé que iba a ser mi turno, pero no me mataron. Recuerdo que me preguntaron si era musulmán, porque en ese momento no iba vestido con el clergyman. Les dije: no, soy cristiano. No sé cuál fue la razón, pero me mantuvieron con vida. En esos momentos se te pasa por la cabeza que quizá te matarían en otro lugar… Sin embargo, me llevaron a una casa donde me quitaron todas mis pertenencias, incluido mi rosario. Como me vendaron los ojos, no podía verlos, pero sí que me dieron comida. ¿Cómo manejas esa situación? Te preguntas qué es lo que tiene preparado el Señor para ti… La sensación es de confusión, porque a mi no me mataron siendo cristiano, cuando los 12 trabajadores del centro que asesinaron junto a las hermanas sí que eran musulmanes y población yemení. Mataron a muchas personas, no solo a cristianos.