“Todas las transgresiones nacen de una raíz interior común: los deseos malvados. Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Todos. Ahí empieza a moverse el corazón y uno entra en esa ola y acaba con una transgresión. Pero no una transgresión formal, legal, sino una con la que se hiere a uno mismo y a los demás”. En su catequesis durante la audiencia general de este miércoles 21 de noviembre, el papa Francisco trató de explicar a los miles de fieles presentes en la plaza de San Pedro del Vaticano el sentido profundo del último Mandamiento: “No codiciarás los bienes de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo”.
El Pontífice reconoció que, “a simple vista”, puede coincidir con otros dos: “No cometerás adulterio” y “No robarás”, pero entre ellos hay una diferencia. “Estriba en el verbo empleado: ‘no codiciarás’; con este verbo se subraya que, en el corazón del hombre —como dice Jesús en el evangelio—, nace la impureza y nacen los deseos malvados que rompen nuestra relación con Dios y con los hombres”.
La “máscara de corrección asfixiante”
El “desafío” último que plantean los Mandamientos es conseguir “liberar el corazón de todas las cosas malvadas” y no contentarse con mostrar una “máscara farisea de la corrección asfixiante” que esconde “algo feo y no resuelto”. Los cristianos deben en cambio “desenmascararse” y mostrar “nuestra pobreza para conducirnos a una santa humillación”. Dirigiéndose a los peregrinos presentes en la plaza de San Pedro, el Papa les animó a que se pregunten sobre cuáles son los deseos negativos que se les plantean más a menudo. “¿Cuales son? ¿La envidia, la codicia, los chismes?” El hombre “necesita esta bendita humillación” para descubrir que no puede “liberarse solo” y que necesita a Dios “para salvarse”.
“Debemos suplicar, como mendigos, la humildad y la verdad que nos pone frente a nuestra pobreza, para poder así aceptar que solo el Espíritu Santo puede corregirnos, dando a nuestros esfuerzos el fruto deseado”, insistió Francisco, destacando que la “apertura auténtica y personal a la misericordia de Dios nos transforma y nos renueva”.