“Evidentemente, no nos podemos remontar a los comienzos del monacato y de la vida religiosa a la hora de mirar al pasado”, dice al comienzo del libro Fernando Prado, director de Publicaciones Claretianas. Por eso, “si le parece –le digo a Francisco–, nos vamos a centrar en el postconcilio. Creo que es un tiempo importante para la vida consagrada. El decreto conciliar ‘Perfectae caritatis’ había invitado a la vida consagrada a acometer una profunda renovación que dura hasta hoy”. Así se contextualiza el primer capítulo –’Mirar al pasado con gratitud’– de ‘La fuerza de la vocación’, el nuevo libro-entrevista que saldrá a la venta en todo el mundo el próximo 3 de diciembre y del que Vida Nueva adelanta, en exclusiva, unos extractos.
PREGUNTA.- En estos últimos cincuenta-sesenta años la vida consagrada ha realizado un camino de renovación al paso del Concilio bajo la guía de la Iglesia. Usted vivió de lleno el postconcilio y la renovación como superior mayor y, después, muchos años como obispo y pastor en una diócesis. ¿Cómo valora el camino de renovación conciliar de la vida consagrada?
RESPUESTA.- Lo describiría con tres palabras: lento, fecundo y desordenado. Ciertamente, con el Concilio, de alguna manera, se abrieron las puertas. Estábamos entonces como muy atrasados, desacompasados con los signos de los tiempos. Era necesario un mayor diálogo con el mundo y había que abrir la puerta a muchas cosas. Al abrir las puertas y comenzar este diálogo, por parte de las congregaciones religiosas hubo de todo. Hubo muchas que enfocaron bien la cuestión y que más o menos se animaron a conducir hacia adelante los asuntos de la renovación; otras se desenfocaron, lógicamente, y otras, de puro miedo, no se abrieron y se quedaron atrás.
En este diálogo, por otra parte, las diferentes congregaciones no llevaban el mismo ritmo. Hubo muchas exageraciones a la hora de abordar los necesarios cambios. Había que cambiar, pero algunas congregaciones acometían los cambios tal vez sin sopesar demasiado las cosas, de forma que sucedía un poco eso que dicen los anglosajones de “tirar al bebé con el agua del baño”. Así, algunos se escoraban. También sucedían las resistencias. De esas también hubo muchas. Sin embargo, creo honestamente que eso se fue corrigiendo. El camino de reacondicionamiento y de renovación del Concilio tenía que crear ciertas tensiones. Es natural. Todos esos desórdenes que se daban son humanos. Aparecían muchas cosas escondidas y era lógico y normal que una renovación así trajera problemas, bien por exceso o bien por defecto, tanto al desenfocarse como al retenerse.
P.- Y de este proceso, quizá todavía por concluir, ¿qué es lo que más le preocupa?
R.- Lo que realmente me preocupa, de ayer y de hoy, es cuando esos procesos de cambio vienen capitaneados por la ideología. Esto quiero subrayarlo. No es algo de aquel momento. Es algo que hay que desenmascarar siempre: uno de los enemigos más serios que ha tenido y puede tener la vida consagrada es la ideología, sea del signo que sea. La vida consagrada no puede ser reducida a una ideología. (…) Eso es en verdad lo que me preocupa: cuando la ideología capitanea; cualquier tipo de ideología, pues eso siempre suele terminar mal. (…) El verdadero amor nunca es rígido. Y esto ha podido suceder en algunas nuevas congregaciones. Pongamos cuidado en esto. Esas cosas pueden explotar y terminar mal.
P.- La vida consagrada se ha visto estimulada y tenida en cuenta por el Papa durante estos años de su pontificado. Desde que comenzó su ministerio, algunos han querido interpretar así algunos de sus gestos, como el hecho de convocar el Año de la Vida Consagrada, algún mensaje de cariño y valoración a las religiosas norteamericanas en alguno de sus vuelos, tantas audiencias y discursos a las personas consagradas, algunos nombramientos significativos (Tobin, Bocos…). ¿Cómo se encontró la vida consagrada al llegar a la sede de Pedro?
R.- No se puede negar que había un ambiente algo enrarecido, pues años antes se había producido cierta reacción en algunos sectores de la Iglesia contra la forma en que se estaba realizando la necesaria renovación de la vida consagrada que había mandado el Concilio. Era una reacción incluso muy dura en algunas personas de alto rango en la jerarquía. Y en vez de acompañar a la vida consagrada con paciencia, creyeron que lo que había que hacer con ella era disciplinarla. Se llegó a decir que algunas de las nuevas congregaciones, de corte netamente conservador, eran las que expresaban mejor la vida consagrada. Lo digo con cierta pena, pero, curiosamente, varias de esas congregaciones –sobre todo las que más destacaban– han tenido que ser intervenidas, pues se habían visto seriamente afectadas por problemas y por corrupción.
(…) En la vida consagrada, como también sucede en otras realidades de la Iglesia, siempre hay conflictos y cuestiones sobre las que hay que avanzar y mejorar. Los conflictos son parte intrínseca de la realidad. No hay por qué negarlos. Eso sí, caminemos para superarlos. Eso es lo importante: caminar, siempre caminar hacia adelante. En definitiva, cuando llegué a la sede de Pedro encontré a la vida consagrada recuperándose muy bien. (…)