El papa Francisco no es siempre el único protagonista de las audiencias generales de los miércoles. En ocasiones ese papel lo asume alguno de los fieles que acuden al Vaticano a escuchar sus catequesis. Los enfermos y los niños suelen suelen estar entre los habituales en compartir los focos con Jorge Mario Bergoglio, como ocurrió este miércoles 28 de noviembre. Un pequeño subió al palco del Aula Pablo VI para acercarse al Papa y se convirtió así en la estrella de la audiencia que el Pontífice mantuvo con unos 7.000 fieles.
“Dame un beso”, le pidió Francisco al crío, cuya madre trató de recuperarlo, pero Bergoglio le animó a que le dejara corretear libremente por el palco mientras continuaba la audiencia. “Es argentino, es indisciplinado”, le comentó en tono jocoso el Papa al arzobispo Georg Gaenswein, prefecto de la Casa Pontificia, que estaba sentado a su lado.
Cuando llegó la hora de realizar el resumen de su catequesis en español, Francisco se refirió al episodio del niño. “Este chico no puede hablar, es mudo, pero sabe comunicar, sabe expresarse. Y tiene una cosa que me hizo pensar: es libre, indisciplinadamente libre. Pero es libre”, dijo el obispo de Roma, confesando a continuación que la actitud del pequeño le hizo pensar si él también es “libre” delante de Dios.
“Cuando Jesús dice que tenemos que hacernos como niños, nos dice que tenemos que tener la libertad que tiene un niño delante de su padre. Creo que nos predicó a todos este chico. Y pidamos la gracia de que pueda hablar”, destacó.
Bergoglio concluyó este miércoles su ciclo de catequesis dedicado al decálogo, que presentó como una “radiografía” de Cristo. El amor de Dios, dijo, “invita a la confianza y a la obediencia, y nos rescata del engaño de las idolatrías, del deseo de acaparar cosas y dominar a las personas, buscando seguridades terrenales que en realidad nos vacían y nos esclavizan”.
Al liberarse de la “esclavitud de los deseos mundanos” gracias a la acción de Jesús, las personas pueden “recomponer” su relación con los demás “siendo fieles, generosas y auténticas”. En la parte final de su alocución, Francisco reconoció que, “desde la perspectiva de la carne”, el decálogo puede parecer “una condena” con sus prohibiciones, un “titánico esfuerzo” para tratar de cumplir las normas. En cambio, si esa ley se ve desde el Espíritu, se percibe “un camino que nos conduce a la vida verdadera. Una feliz simbiosis entre nuestra alegría de ser amados y el gozo de Dios que nos ama”.