El Obispado de Málaga no solo sueña, sino que se ha puesto manos a la obra para ver su catedral renacentista por fin acabada. “Lo que queremos es seguir avanzando en lo que ya se inició en 1528”, afirma rotundamente Antonio Aguilera, deán del templo catedralicio. “La catedral es un templo vivo, un edificio vivo, que se ha construido a lo largo de los siglos y está todavía en construcción. Está en su naturaleza seguir construyéndose a impulsos intermitentes”, añade el arquitecto Juan Manuel Sánchez de la Chica, autor no solo del plan director, sino también de esa afortunada descripción como “sinfonía inacabada” que se ha convertido en el lema con el que la diócesis aspira, aunque sea cinco siglos después, a retomar las obras.
Para el arquitecto, “la historia justifica seguir adelante. Quien venga de fuera dirá que esta catedral se comenzó un día y otro se paró. Pero la realidad es que se ha parado muchas veces por distintas cuestiones, y esta intermitencia es su idiosincrasia. La cubierta sería un primer paso, sobre todo para la propia conservación del edificio”. Ahí es donde insiste el deán. “Ventura Rodríguez hizo los planos para el tejado que nunca se llegó a construir. Y ese es el problema de la catedral, que no tiene tejado y presenta graves filtraciones y humedades, que habría que evitar para la buena construcción del edificio –describe Aguilera–. No es solo una cuestión estética, sino que este tejado es una necesidad para la correcta conservación del edificio”.
Esa sería la primera etapa. Pero en el horizonte está completar esa descripción de “ciudadela de torres” que proyectaron los más renombrados arquitectos del renacimiento andaluz, sobre todo Diego de Siloé, autor de los primeros trazados, pero también Andrés de Valdelvira o Hernán Ruiz II. “Luego, Diego de Vergara elevó las naves a la misma altura e hizo unas columnas que son únicas en la historia de la arquitectura, que tiene unas proporciones del Renacimiento, pero con la altura sobrecogedora del Gótico –explica Sánchez de la Chica–. Esa es su seña de identidad, más allá de que le falten una o siete torres, que son en realidad las que le faltan”.
Aún así, el arquitecto sostiene que “no solo sería mucho más bella acabada”, sino que “no cumple plenamente sus funciones como catedral al estar inconclusa. Le falta espacio para su desarrollo. No tiene sacristía, por ejemplo. La catedral tiene una función propia de un templo. Y este debía de ser muy simétrico, con una belleza singular de elementos verticales, que no podemos ver porque no están construidos, aunque sí en los planos. No ha alcanzado su belleza pura”. Y continúa: “Hay una función significante que tampoco ha alcanzado, porque le falta gran parte de su programa iconográfico en las cubiertas. La función significante de una catedral es muy importante. Porque tiene un mensaje que dar”. Otro argumento que suma la diócesis para “sensibilizar” sobre su voluntad de finalizarla. “Eso sí, no de cualquier manera, sino con el conocimiento que nos da la historia de la catedral”, insiste.
Dentro de esta “concienciación”, como la define el deán, ha tomado un protagonismo muy acusado la campaña iniciada por el obispo, Jesús Catalá, para que se deje de llamar a la catedral como ‘La Manquita’ y denominarla por lo que es: “Una sinfonía inacabada”. Aguilera insiste también: “’La Manquita’ es un mote, porque falta media torre de la fachada. Vulgarmente se ha dado en llamarle así. Pero don Jesús prefiere que no, porque es una catedral inacabada. A mí me gusta más decir que es una catedral en construcción. Que ha ido, a lo largo de los siglos, construyéndose”.