“Seremos colaboradores, pero no cómplices”. Con esta frase recibió la Arquidiócesis de México al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, quien este 1 de diciembre tomó posesión como nuevo presidente de la nación.
En su editorial, el semanario Desde la fe, de la arquidiócesis del cardenal Carlos Aguiar Retes, afirmó que la Iglesia mexicana tiene clara la postura que habrá de asumir ante el nuevo gobierno, y será de la “colaborar en los proyectos que apunten hacia el bien común, y ejercer una actitud crítica frente a aquellas situaciones que demanden de los obispos una voz que oriente a los millones de mexicanos que profesan la religión católica; es decir, colaborar sin complicidad”.
La Iglesia capitalina recordó que los mexicanos siguen clamando por trabajo digno y estable, seguridad, respeto a las instituciones, promoción de grupos específicos, empoderamiento de la mujer, mayores espacios de educación y cultura, pero para ello no se necesita sólo un cambio de personajes e ilusiones, sino una transformación.
“Una transformación fincada en valores cívicos por encima de los partidistas, un cambio que se fundamente en principios de justicia social por encima de intereses sexenales, una transformación que apunte y apuntale hacia la educación y la cultura, y no sólo a maquillajes destinados a caer luego de la primer crisis que aparezca”.
El texto afirma que México necesita mucho más que políticos: “necesita que cada mexicano se afiance en sus convicciones honestas y respetuosas, y desde ahí aporte y apueste a un futuro inmediato y lejano que sepa renunciar a componendas y mediocridades. México requiere de una transformación permanente, y eso sólo será posible si somos capaces de entendernos y respetarnos: entre todos y siempre”.
“Al inicio de este sexenio –concluye– la Iglesia no quiere quedarse al margen de las decisiones importantes, sino participar legítimamente de la vida pública, animando los procesos de transformación y aportando desde su sabiduría a la construcción de un México más fraterno, solidario y en paz”.
Por su parte, el cardenal Carlos Aguiar Retes, en un artículo publicado en el mismo semanario arquidiocesano, se refirió a tres situaciones que preocupan a la Iglesia mexicana porque han sido caldo de cultivo para la multiplicación de los problemas que tienen postrado al país en la pobreza, la violencia y la falta de desarrollo.
Explicó que desde el 2010 los obispos mexicanos advirtieron de estos tres factores: debilitamiento del tejido social, crisis de legalidad y crisis de moralidad, para los cuales el único antídoto –dijo- es la colaboración entre gobierno, sociedad, civil e Iglesia.
Sobre el debilitamiento del tejido social, el cardenal Aguiar reconoció que en un país mayoritariamente católico, es escandaloso el relajamiento de las normas y principios que sostienen la convivencia y la unidad social.
Dijo que ante un país con graves fracturas en sus relaciones básicas, que dificultan construir cimientos firmes para impulsar procesos prósperos de desarrollo la Iglesia católica no tiene más opción que la de ser piedra angular en la reconstrucción del tejido social, a partir de la promoción de los valores evangélicos.
Al referirse a la crisis de legalidad, explicó que los mexicanos han convertido las leyes, tan necesarias para el ordenamiento de la convivencia social, en normas susceptibles de negociación, provocando no sólo una distorsión en la conciencia colectiva de una sociedad que exige respeto a sus derechos al tiempo que ignora sus deberes, sino también, dando pie a una corrupción generalizada.
En este sentido, advirtió que sin el respeto por las leyes y las instituciones, “comenzado por la propia administración federal”, el futuro de México seguirá siendo endeble e incierto.
Finalmente, el Arzobispo de México reflexionó sobre la crisis de moralidad que sufre el país. Lamentó que incluso la Iglesia, en varias ocasiones, en lugar de ser ejemplo de honorabilidad, ha provocado un debilitamiento en la base religiosa del pueblo. “A ello, se suma la crisis moral por la que atraviesa gran parte de la clase política, que ha extraviado la consciencia”.
Ante esta realidad, la Iglesia tiene uno de sus mayores retos: ser un contrapeso de las estructuras de poder que atentan contra los derechos humanos universales de la dignidad humana, la vida y la familia, con una “defensa inteligente” por parte de la sociedad civil y de la Iglesia, “que debe pasar de la confrontación a las propuestas eficaces; de la descalificación a la construcción de puentes y de la argumentación al convencimiento”.