Nació en 1993. Sin grandes pretensiones. Solo echar una mano a los proyectos pastorales y de promoción al desarrollo de los misioneros de la OCHSA, esos sacerdotes que decidieron dejarlo todo en España para volcarse en la cooperación con América Latina. Hoy, aquella Misión América ha sacado adelante 457 proyectos en 27 países.
“Nacimos para servir, para ayudar a los que ayudan. Estamos en la retaguardia de los que construyen un mundo más justo y solidario”, explica Ana Álvarez de Lara, presidenta de esta ONG eclesial, cuyos voluntarios vuelcan gran parte de sus energías en “pelear por buscar subvenciones para que los proyectos de los misioneros cumplan todos los requisitos administrativos y lo burocrático no sea un freno para ellos”.
Gracias a los más de 331.000 euros que recibieron en 2017, entre cuotas de afiliados, subvenciones y donativos, sacaron adelante 21 proyectos: desde el apoyo a un hogar para niñas en situación de riesgo en México a la compra de una moto para que un sacerdote pueda visitar a las comunidades rurales de su parroquia en Perú. “En las afueras de Tegucigalpa trabajamos por la educación, y Misión América ha sido uno de nuestros principales financiadores”, explica desde Honduras Álvaro Ramos, al frente de la Escuela Santa María donde se educan 300 chavales: “Los misioneros necesitamos de instituciones que nos ayuden a largo plazo y Misión América es una de ellas. En este lugar alejado de la mano de Dios, Dios se ha aparecido a través de ellos”.
“Antes de que se inventaran las ONG, ya estaba san Francisco Javier en las misiones”, recuerda Álvarez de Lara, con largo recorrido en materia de solidaridad, en tanto que fue presidenta de Manos Unidas. Por eso reconoce la importancia de “movilizarnos para que los misioneros puedan llevar adelante su cometido, implicar al mayor número de personas en nuestro país, captar más socios y el interés de las personas en medio de tantas ONG”. Reflejo de este ímpetu, Misión América ha trascendido su nombre para dar el salto y volcarse también con el continente africano.
De ello da fe Joan Soler, durante nueve años en Togo. “Al principio no me fijé porque el nombre de la ONG parecía que no iba conmigo”, comenta el sacerdote. A través de la Delegación de Misiones de Girona, les implicó en las deudas del colegio que habían puesto en marcha y crecía en necesidades, pero no en presupuestos: “Entonces, apareció Anastasio Gil y me encaminó a Misión América. Hoy todo el proyecto educativo es una realidad”.
“Estoy orgulloso de pertenecer a una Iglesia misionera como esta, que sabe que la fe en Jesucristo es la única que puede hacer cambiar un corazón de piedra en uno de carne”, comenta el presidente de la Comisión Episcopal de Misiones, Francisco Pérez. El también arzobispo de Pamplona celebra con Misión América estas bodas de plata sin olvidarse tampoco del que fuera director de OMP y renovador de la ONG “que la llevó a una etapa muy fructífera como motor y alma; era un genio de las misiones”.
“Siempre que he vuelto de un territorio de misión, he descubierto que la Iglesia no se luce, pero luce, responde allí donde la sociedad y el Estado no llegan, sin buscar reconocimiento”, dice el prelado, convencido de que, “en el corazón de cada español, hay un misionero, porque todos hemos conocido a un misionero, sea familiar, amigo o vecino, y hemos sabido responder con generosidad”.