Faith y Richard, una joven pareja nigeriana, han sido los últimos en abandonar uno de los pisos de Cáritas. Llegaron hace poco más de cinco meses, en el Aquarius, huyendo de una persecución que ponía en peligro sus vidas. Ahora, resuelta la situación de emergencia que llevó a la Iglesia de Valencia a poner todos sus recursos a disposición de los recién llegados, pasan a uno de los centros de acogida de Cruz Roja, donde continuarán su proceso de adaptación. Han sido cinco meses intensos para los trabajadores y voluntarios de Cáritas, donde el trabajo y la ilusión han servido para cubrir las carencias de unas infraestructuras que no estaban pensadas para la atención de emigrantes en una primera instancia.
“Partíamos de la base de que nuestra acogida tenía que ser temporal”, explica Fani Raga, secretaria general de Cáritas Valencia, a Vida Nueva. “Tenemos 32 viviendas de acogida para emigrantes en la diócesis, donde viven cerca de 200 personas, la mayoría familias en situación irregular, pero nunca habíamos atendido en primera instancia”, añade. Pero la situación de excepcionalidad generada por la llegada en bloque, en junio, de 629 personas a la Comunidad Valenciana, cambió la forma de actuar de Cáritas. Era inviable que pudieran ser atendidas correctamente en los centros habituales, por lo que “desde la Iglesia dimos un paso al frente y ofrecimos todo lo que teníamos para esta situación de emergencia”.
Han sido cinco meses de aprendizaje y de crecimiento mutuo. “Estamos bien, nos sentimos en casa”, define Faith su situación tras este tiempo. Ahora, en el centro de refugiados de la Cruz Roja contarán con clases de español, asistencia psicológica e, incluso, una pequeña dotación económica semanal para sus gastos. “Son las atenciones habituales a los emigrantes que llegan a nuestro país”, explica Raga. “En nuestros pisos han estado bien atendidos, pero no queríamos que tuvieran que renunciar a esos derechos que disfrutaban el resto de personas llegadas en el Aquarius”. Por ello, en los últimas semanas, Cáritas ha negociado con Cruz Roja la reubicación de los veinte inmigrantes del Aquarius que han llegado a vivir en sus pisos.
“Gracias a Dios, el Gobierno y Cáritas se hicieron cargo de nosotros”
Tres días antes de abandonar el piso de Cáritas, Faith y Richard esperan expectantes su cambio de domicilio mientras recuerdan las razones que les trajeron hasta España: “Tardamos cuatro meses y tres semanas desde que salimos de Nigeria hasta que, gracias a Dios, el Gobierno y Cáritas se hicieron cargo de nosotros”. No quieren recordar los momentos más duros de su periplo, pero la simple mención de Libia amaga con hacer aflorar en su rostro un rictus de horror. “Hablamos a menudo con nuestras familias y les contamos la forma en que hemos sido atendidos y que estamos bien”, pero su preocupación no cesa, porque las personas que les perseguían “siguen preguntando por nosotros” para cumplir “su malvada misión”. Hace unos días, cuenta Richard, han “dañado a mi madre y su pequeña tienda como una amenaza hacia nosotros”.
La labor de la Iglesia no termina aquí. “Es muy probable que buena parte de ellos vuelvan a nuestras viviendas más adelante”, señala Raga. El tiempo de permanencia en los lugares de primera acogida es limitado. Normalmente, tras seis meses en los que se les ha iniciado en la lengua y las costumbres españolas, se les invita a buscar su propia vivienda. Suele ser ese momento en el que, de nuevo, Cáritas se hace imprescindible. “La limitada oferta de viviendas de alquiler y las complicadas condiciones que se imponen a los inquilinos hacen muy dramática la situación para muchos de ellos, sobre todo a las familias con hijos, y por eso tienen que acudir a Cáritas”, explica Raga.