Coincidiendo con la Conferencia Mundial sobre Migraciones que se está celebrando en Marrakech y con el Día Internacional de las Personas Migrantes, Entreculturas ha presentado en la mañana de este 11 de diciembre en la Casa San Ignacio, en Madrid, su informe ‘Caminos al norte’, cuyo fin último es hacer frente a los discursos xenófobos que proliferan cada vez más en nuestra sociedad y generar “narrativas de solidaridad y acogida en torno a las migraciones forzosas”.
Además de llamar a los estados a ser responsables a la hora de promover vías seguras para los refugiados, la entidad jesuita reclama un posicionamiento activo a la ciudadanía, que “juega un papel muy relevante en su exigencia de hospitalidad y vigilancia de respeto a los derechos individuales”.
De este modo, yendo más allá del “enfoque actual centrado en la seguridad”, la “gobernanza mundial” podrá “frenar los extremismos populistas y la xenofobia” e impulsar un “Pacto Global para una Migración Segura”. Aunque en teoría este se ratificó ayer en Marrakech, lo cierto es que no es vinculante y, además de Estados Unidos, varios países europeos se han desmarcado del mismo.
Para centrar la reflexión en un ejemplo concreto y que indague en la concienciación de la urgencia de este fenómeno, el estudio se sitúa en Etiopía, “un país con constante tránsito y acogida de personas, pero fuera del foco mediático”. Así, nos encontramos con un espacio poblado por hasta 180 millones de habitantes (una de las naciones con más población de África), lo cual no es óbice para que muchos etíopes hayan dejado el país desde los años 60 a causa de “la pobreza, la sequía y la represión política”.
Con todo, al ser un enclave prioritario en el Cuerno de África, también es un país que, pese a sus muchas urgencias, acoge a más de 900.000 refugiados del entorno, principalmente de Sudán del Sur (485.000), Eritrea (131.343) y Somalia (231.348), siendo en total de hasta 19 países. Por todo ello, Entreculturas ensalza el ejemplo de un estado que, aunque debe hacer frente a todo tipo de retos y padece una crisis profunda desde hace décadas, mantiene “una política de puertas abiertas para la entrada de personas refugiadas”, contando en esa labor con el apoyo de muchas ONGs que desarrollan una respuesta humanitaria clave.
La mayoría de los campamentos de refugiados están en la capital, Addis Abeba, pero hay hasta “26 campos informales repartidos por todo el país”. En todos ellos, se constata que “Etiopía es un país de tránsito”, siendo la intención de la mayoría de los refugiados allí conseguir llegar a Europa, América, Australia o, como poco, a Sudáfrica. Y es que, pese a los esfuerzos, Etiopía no puede “satisfacer las necesidades básicas y de empleo” de estas personas. Por no hablar de la opacidad en las relaciones entre la Unión Europea y el Gobierno etíope, no concretándose muchas de las ayudas recibidas en políticas estructurales de integración.
Como percibe el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) junto a Entreculturas, el ejemplo de Etiopía debería ser suficiente para hacer ver a la Unión Europea y al resto de las naciones occidentales que es falsa la percepción de que estén sufriendo una ‘avalancha’ migratoria en sus fronteras… La realidad la refleja este dato: “El 85% de las personas refugiadas y desplazadas permanecen en países limítrofes a países en conflicto”.
No llegan…, porque no pueden. Y, en el camino, en su intento desesperado, sufren todo tipo de vejaciones y vulneraciones de sus derechos más básicos. Especialmente las mujeres y las niñas, abocadas (en Etiopía y en otros muchos contextos) a “la prostitución, al matrimonio precoz o forzado y a agresiones como la mutilación genital femenina”.
¿Cambiará este oscuro panorama el Pacto Global para una Migración Segura firmado con toda la pompa en Marrakech?