El ángelus de este 16 de diciembre, tercer domingo de Adviento, ha sido, como cada año, uno de los más entrañables en San Pedro, con miles de niños presentándose ante el Papa con sus figuritas del Niño Jesús para su bendición antes de ponerlas en el belén. Francisco se ha adentrado de lleno en ese espíritu de alegría y lo ha glosado con las lecturas del día.
Acudiendo al profeta Sofonías -“¡Alégrate, hija de Sión, clama de alegría, Israel, regocíjate y proclama con todo tu corazón, hija de Jerusalén!”-, el Santo Padre ha explicado a los fieles congregados que “los habitantes de la ciudad santa están llamados a regocijarse porque el Señor ha revocado su condena. Dios ha perdonado, no ha querido castigar. En consecuencia, para la gente ya no hay una razón para la tristeza y el desaliento, sino que todo conduce a una gratitud gozosa hacia Dios, que siempre quiere rescatar y salvar a los que ama. El amor del Señor por su pueblo es incesante, comparable a la ternura del padre por los hijos, del novio por la novia”.
Al recordar el Papa que este es conocido como el ‘Domingo de la Alegría’, ha reivindicaso que “esta llamada del profeta es especialmente apropiada en un momento en el que nos preparamos para la Navidad”, haciendo referencia íntima a “Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros”, cuya presencia es “la fuente de alegría”.
La aspiración de Dios de hacerse uno con el hombre culmina y “encuentra su pleno significado en el momento de la Anunciación a María, narrado por el evangelista Lucas. Las palabras dirigidas por el ángel Gabriel a la Virgen son como un eco de las del profeta: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo'”.
“En una aldea remota de Galilea -ha dibujado el Pontífice-, en el corazón de una joven desconocida para el mundo, Dios enciende la chispa de felicidad para todo el mundo. Y hoy, el mismo anuncio está dirigido a la Iglesia, llamada a acoger el Evangelio para que se convierta en carne, en una vida concreta”.
“Alégrate, pequeña comunidad cristiana -ha invitado Bergoglio, emulando la llamada de Dios-, pobre y humilde pero hermosa a mis ojos, porque deseas ardientemente mi Reino, tienes hambre y sed de justicia. Pacientemente, tejes la paz y no sigues a los poderosos de turno, sino que te mantienes fiel cerca de los pobres. No tienes miedo de nada, hay alegría en tu corazón”.
En este sentido, Francisco ha pedido que, “en todas las circunstancias, hagamos presente a Dios en nuestras peticiones, en nuestras necesidades, en nuestras preocupaciones”. Porque “ningún temor nos quitará la serenidad que viene de Dios, de saber que Él guía serenamente nuestra vida”. Y es que, pese a todo, los cristianos debemos tener la certeza de que, “en las dificultades, siempre podemos recurrir al Señor”, sabiendo que “Él nunca rechaza nuestras invocaciones”. Esta es “una gran razón para la alegría”, pues, “incluso en medio de los problemas y sufrimientos, esta certeza nutre la esperanza y el coraje”.
Eso sí, el Papa ha insistido en que este sentimiento es algo que hay que trabajar personalmente, íntimamente: “Para recibir la invitación del Señor a la alegría, necesitamos ser personas dispuestas a cuestionarnos a nosotros mismos. Al igual que aquellos que, después de haber escuchado la predicación de Juan el Bautista, le preguntaron: ‘¿Qué debemos hacer?’. Esta pregunta es el primer paso en la conversión a la que estamos invitados en este tiempo de Adviento”.
Tras el ángelus, Bergoglio ha saludado a los fieles y ha valorado muy positivamente el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordinaria y Regular, aprobado esta semana en una cumbre de la ONU celebrada en la localidad marroquí de Marrakech. “Pretende ser -ha defendido- un marco de referencia para la comunidad internacional. Por lo tanto, espero que, gracias también a este instrumento, pueda actuar así con quienes, por diversas razones, han abandonado su país”.
Antes de retirarse, Francisco se ha dirigido a los más pequeños, que levantaban sus figuras del Niño Jesús al cielo en espera de su bendición: “Queridos hijos, cuando, en sus hogares, se reúnan en oración frente el pesebre, fijando su mirada en el Niño Jesús, sentirán estupor… Estupor… Dirán: ‘¿Y esto qué es?’. Es un sentimiento, más que una emoción. Se trata de ver a Dios con el corazón. Sentimos estupor ante el gran misterio de Dios hecho hombre. (…) Jesús es bueno, tierno, humilde. Esta es la verdadera Navidad, no lo olvidéis. Que sea así para vosotros y para vuestras familias”.