El 12 de mayo de 2016, la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), organismo que aglutina a más de 2.000 congregaciones religiosas femeninas de todo el mundo a las que pertenecen más de medio millón de monjas, vive el momento más importante de su XX Asamblea Plenaria: la audiencia con Francisco en el Aula Pablo VI. La UISG había preparado a conciencia el encuentro, recogiendo preguntas para el Papa en sus ‘constelaciones’, grupos regionales en que se divide este foro por los diversos países.
Tras los saludos iniciales, Bergoglio anima a las religiosas a subir, agarrar el micrófono y disparar. Y las representantes de las 870 superioras generales presentes no decepcionan. Después de una pregunta-denuncia sobre la exclusión femenina en los niveles de decisión en la Iglesia, llega el bombazo informativo. Una religiosa le soltó al Papa: “¿Que impide a la Iglesia incluir a las mujeres entre los diáconos permanentes, como en la Iglesia primitiva? ¿Por qué no constituir una comisión oficial que pueda estudiar la cuestión?”. Francisco no se asusta y se compromete a crear ese grupo de trabajo, que “hará bien a la Iglesia”, para investigar cómo se desarrollaba el diaconado femenino en los primeros siglos de historia eclesial, pues “no está muy claro cómo lo hacían”.
Tres meses después de aquella sustanciosa audiencia, en agosto de 2016, llega la confirmación oficial de la constitución de la comisión y, en noviembre de aquel año, sus miembros se reúnen por primera vez. El encuentro tiene lugar en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe bajo la presidencia de su entonces secretario, el arzobispo (hoy cardenal) español Luis Ladaria. El purpurado alemán Gerhard Müller, en aquella época prefecto del antiguo Tribunal del Santo Oficio, rechaza hacerse cargo del comité y cede esa responsabilidad a su ‘número dos’.
Gratitud papal
Bajo la dirección de Ladaria, los 12 miembros de la comisión (seis hombres y seis mujeres, docentes o reputados expertos), concluyen su trabajo antes del pasado verano, según ha podido saber Vida Nueva. Le hacen llegar al Papa un documento breve, de pocas páginas, en el que analizan desde un punto de vista histórico, antropológico y teológico la posición de las diaconisas en la Iglesia primitiva. Francisco agradece el esfuerzo del grupo de trabajo con un mensaje personal a cada uno de los miembros. “El texto lo aprobamos todos y nos dejó un buen sabor de boca. Era un estudio para el Papa, que puede hacer con él lo que quiera: leerlo, publicarlo, utilizarlo como base para preparar otro documento…”, explica uno de los componentes del comité de expertos.
“Nuestra misión no era decirle si sería hoy positiva o negativa la apertura del diaconado a las mujeres, sino estudiar cómo era esta realidad en los primeros siglos de la Iglesia”. La comisión tuvo que hacer frente a varias dificultades, como la imposibilidad de saber cuántas diaconisas hubo en las comunidades primitivas, cómo era su ordenación o cuál era su papel. Se sabe que ayudaban en el bautismo y atendían a los enfermos, pero no está claro si tenían alguna responsabilidad o no ante el altar.
“Sabemos que hubo diaconisas e incluso conocemos el nombre de varias de ellas. Florecieron, sobre todo, en la Iglesia oriental, pero, a partir del siglo VII, comienzan a perderse sus huellas. Los testimonios históricos son pocos y no nos dan toda la información que nos hubiera gustado tener”, comenta otra de las fuentes consultadas, que reconoce las controversias que el tema genera en determinados ámbitos eclesiales donde se ve el diaconado femenino como “la puerta de entrada para el sacerdocio para las mujeres”.