Mirar la vida religiosa desde la perspectiva del buen humor y la positividad no parece, en tiempos de “crisis”, una labor sencilla. Sin embargo, esta es la propuesta que Fernando Millán, actual prior general de la Orden del Carmen, hace en su libro ‘Signos, gestos, guiños’ (editorial Sal Terrae). En él, repasa “con mirada sacramental” la vida religiosa de hoy, “analizando esos signos, gestos y guiños que nos hablan de esperanza, de la presencia de Dios”.
El envejecimiento y la falta de vocaciones son “algo con lo que la vida religiosa convive cada día” y que lleva a hablar de “cerrar casas, unir provincias y disminuir presencias”. Pero Millán prefiere devolver a esta realidad un mensaje de ánimo y esperanza.
PREGUNTA.- ¿Se puede mirar con esperanza la situación actual de la vida religiosa?
RESPUESTA.- Es cierto que nos han tocado tiempos un poco complicados, así que la imagen que utilizo siempre es la de pasar el rescoldo a las próximas generaciones. Por eso siempre me dicen que soy muy romántico, muy poético, que lo que hay que hacer es tomar decisiones y esto es verdad, pero creo que esto de pasar el rescoldo es dialogar juntos, discernir, aprender juntos lo que es esencial y lo que es relativo, lo que es prescindible. Y, sobre todo, volver también a la conversión. Este libro tiene toques de humor pero no por ello he querido que sea intrascendente, sino que llame a volver a la exigencia de nuestra vida, repasando también los acontecimientos eclesiales de los últimos años, como la celebración del año de la vida consagrada.
P.- El Papa siempre hace hincapié en la necesidad de tomarse la vida con buen humor, ¿por qué considera que es tan importante?
R.- Es un humor que no es que no se tome en serio los problemas y los retos, sino que es un humor, digamos, teologal. Se trata de que los religiosos seamos testigos de confianza, de que la última palabra la tiene Dios y confiamos en él. Esto no es pasotismo ni irresponsabilidad, sino afrontar los retos con seriedad pero también con serenidad. Muchas veces yo también me desanimo, me preocupo, y eso es humano, pero hay que intentar recurrir a esa serenidad de saberse en las manos de Dios. Sin embargo, esto no implica relajarnos, sino que suscita a ser muy activos.
P.- El evangelio es pura alegría, es una buena noticia. Y, sin embargo, a veces parece que nos cuesta vivir así… ¿De qué manera podemos interiorizarla?
R.- La gente busca mucho esto en los religiosos, esa sabiduría teologal. Y muchas veces no lo encuentra. Tal vez porque estemos metidos en la prisa, en el bombardeo de noticias, en la cultura del tertuliano, de tener opinión de todo. La gente busca en nosotros esa profundidad, por lo que tal vez tengamos que revisar un poco la calidad espiritual de nuestra vida. Por eso en el libro también se trata un poco la autocrítica, que también es importante en la vida religiosa.
P.- ¿La Iglesia debería mirar al mundo de un modo un poco más desenfadado? ¿En qué aspectos debería mirarse la Iglesia a sí misma con mejor humor?
R.- Hay que tener una actitud profética y denunciar lo que se hace mal, pero a veces en la Iglesia tenemos un tono muy poco alegre. Recuerdo una vez que un sacerdote me decía que muchas veces, al predicar, la Iglesia sacaba la procesión de los ‘ismos’: el consumismo, el hedonismo, el materialismo… Y realmente también tenemos que ver que el mundo no es solo así, con una mirada sacramental vemos que tiene cosas muy buenas. Esto es teología de lo más clásico. Hay semillas del verbo en todas partes, incluso sin vivir la fe. Es muy importante esa mirada que te lleva a un discurso que no es sistemáticamente condenatorio. Otro aspecto importante es la humildad para aprender de otros ámbitos, porque la vida nos está haciendo humildes a fuerza de palos, sobre todo en el mundo occidental. Hay una frase de Niesche que me llama mucho la atención, muy injusta probablemente, pero que dice “no les veo yo a estos mucha cara de redimidos”. Pero si estamos anunciando la redención y que estamos salvados en Cristo, sin negar que puede haber momentos de desánimo, la tónica general debería ser la alegría del evangelio.