“Dios es Padre bueno y nosotros somos todos hermanos”, con esta categórica frase el papa Francisco ha resumido el mensaje de la Navidad durante el mensaje previo a la bendición Urbi et Orbi. Una ceremonia que se ha desarrollado desde el balcón central de la basílica de San Pedro a pesar de las reformas interiores que está sufriendo el Aula de las Bendiciones y con un sol espléndido luciendo sobre una Plaza de San Pedro que ha congregado a unos 50.000 fieles.
Para el pontífice, esa convicción es la “base de la visión cristiana de la humanidad” ya que “sin la fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu”.
Una fraternidad que el Papa ha pedido para las “personas de toda nación y cultura” y entre aquellas que tienen “ideas diferentes, pero [son] capaces de respetarse y de escuchar al otro” o “entre personas de diversas religiones” ya que “Jesús ha venido a revelar el rostro de Dios a todos aquellos que lo buscan”. Francisco, durante la Misa del Gallo, ya había hecho una llamada al compromiso en la transformación el mundo.
El rostro humano de Dios
El nacimiento de Jesús, para Francisco, ofrece “el rostro de Dios” que “se ha manifestado en un rostro humano concreto”. “Con su encarnación”, añadió, “el Hijo de Dios nos indica que la salvación pasa a través del amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que todos compartimos en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas…, pero todos hermanos en humanidad”.
“Nuestras diferencias no son un daño o un peligro, son una riqueza”, resaltó Francisco poniendo la imagen de las piezas de un mosaico o la de la propia familia. “Siendo hermanos y hermanas, somos distintos unos de otros, y no siempre estamos de acuerdo, pero hay un vínculo indisoluble que nos une, y el amor de los padres nos ayuda a querernos”. Así, la paternidad de Dios es “fundamento” y “fuerza” de la fraternidad.
Fraternidad en Oriente Medio, África, Asia, América…
Una fraternidad que Francisco desee que llegue “a todos los pueblos” como los israelíes y palestinos para los que ha deseado que “retomen el diálogo y emprendan un camino de paz” que marca los últimos 70 años de “la Tierra elegida por el Señor para mostrar su rostro de amor”. También a Siria, para la que el pontífice apeló a que “la Comunidad internacional se esfuerce firmemente por hallar una solución política que deje de lado las divisiones y los intereses creados” para que quienes han huido puedan volver a su patria. Ha tenido palabras de Yemen, para que la tregua alivie a mayores y niños “exhaustos por la guerra y el hambre”.
Mirando el mapa de África, Francisco ha recordado a los “millones de personas están refugiadas o desplazadas y necesitan asistencia humanitaria y seguridad alimentaria”. Así, ha alabado “los esfuerzos de quienes se comprometen por promover caminos de reconciliación a nivel político y social”.
Del continente asiático ha alabado “el camino de acercamiento” en la Península coreana y pedido que “se alcancen soluciones compartidas que aseguren a todos el desarrollo y el bienestar”. Pensando en Venezuela, ha pedido que pueda “encontrar de nuevo la concordia” y que no se olvide a los “más débiles de la población”. Para Nicaragua ha pedido que “no prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que todos se esfuercen por favorecer la reconciliación y por construir juntos el futuro del país”.
Francisco no se ha olvidado de Ucrania, “ansiosa por reconquistar una paz duradera que tarda en llegar” y que es condición necesaria para que se acabe el sufrimiento. Dirigiéndose a los cristianos de la zona, les pidió que tejan “relaciones de fraternidad y amistad”.
Sufrimientos deslocalizados
Más allá de estos países concretos, también ha recordado “a los pueblos que sufren las colonizaciones ideológicas, culturales y económicas viendo lacerada su libertad y su identidad, y que sufren por el hambre y la falta de servicios educativos y sanitarios”. A estos y a las comunidades cristianas perseguidas o en minoría les ha deseado que vivan en paz esta fiestas a la espera de la libertad religiosa plena.
El pontífice ha concluido haciendo una referencia a los niños, los indefensos y los descartados de la sociedad. “Que todos podamos recibir paz y consuelo por el nacimiento del Salvador y, sintiéndonos amados por el único Padre celestial, reencontrarnos y vivir como hermanos”, sentenció.
La bendición Urbi et Orbi -al mundo y a la ciudad– es la más solemne de cuantas imparten los pontífices y otorga la indulgencia plenaria a cuantos siguen la celebración ya sea en la plaza o a través de los medios de comunicación. Junto a Francisco han estado dos cardenales diáconos muy relevantes en su compromiso social y por el protagonismo de los laicos: el italiano Raffaele Martino y el estadounidense de origen irlandés Kevin Farrell.