Pocos son los días que los Franciscanos Conventuales no acompañan a los grupos de peregrinos que llegan a Asís a visitar la basílica en cuya cripta se conserva de san Francisco. El 25 de diciembre es uno de ellos. Sin embargo, el mensaje de la Navidad llega a quienes acuden a contemplar los frescos de Giotto, entran en la Porciúncula o van a rezar ante el Cristo de san Damián.
Y es que el santo de referencia del actual Papa no es solo un ecologista convencido o un adalid de la pobreza evangélica, es también el santo de los belenes. Y sus continuadores lo demuestran de forma clara en este tiempo litúrgico.
Aunque la cosa empezó en Greccio, en la provincia italiana de Rieti, y no en Asís. En este pequeño pueblo, famoso por sus aguas termales, surgió la representación del nacimiento –de hecho, tanto Asís como Greccio están hermanadas con la palestina Belén–.
Han pasado muchos años desde que en 1223, en una cueva cercana al castillo de Greccio, cuando san Francisco de Asís y un grupo de franciscanos preparon un altar sobre un pesebre, junto al cual habían colocado una mula y un buey. Unos campesinos interpretaban los personajes de la narración del evangelio de san Lucas. Aquella noche, escribió uno de los frailes, “se rindió honor a la sencillez, se exaltó la pobreza, se alabó la humildad y Greccio se convirtió en una nueva Belén”.
Aquella celebración de la eucaristía de Navidad en la que todos los fieles formaban parte de aquel Belén viviente no se olvidó jamás. Cuentan que la gente volvió contenta a sus casas, llevándose como recuerdo la paja, que luego se demostró una buena medicina para curar a los animales.
Como recordó Benedicto XVI en una catequesis sobre la Navidad, el 23 de diciembre de 2009, para mostrar “esta particular devoción al misterio de la Encarnación”, probablemente, san Francisco “se inspiró durante su peregrinación a Tierra Santa y en el pesebre de Santa María la Mayor en Roma”, donde se veneran las reliquias de madera del pesebre. “Lo que animaba al ‘Poverello’ de Asís era el deseo de experimentar de forma concreta, viva y actual la humilde grandeza del acontecimiento del nacimiento del Niño Jesús y de comunicar su alegría a todos”, concluía.
Hoy en Greccio hay una exposición internacional de belenes, como también la hay en la Basílica de Santa María de los Ángeles, a los pies de Asís. Además, junto a la basílica principal se ha instalado el “Belén de la misericordia” que estuvo en el Vaticano durante el año jubilar.
En la Basílica de San Francisco también Giotto ha dejado constancia de la historia en uno de sus frescos del presbiterio. En ella es el propio san Francisco quien coloca al Niño Jesús, una imagen que se repite en otros belenes franciscanos.
Aunque lo que llama la atención es la amplitud de belenes que llenan hoy los lugares franciscanos. De hecho, en ocasiones, el belén no solo ocupa un espacio reducido y concreto, sino que todo forma parte de los detalles de la escena evangélica, como ocurre con en el ‘Eremitorio de las cárceles’ donde todos los personajes aparecen de improviso sobre este lugar para el desierto espiritual. Lo mismo ocurre en el Santuario de Rivotorto –conocido como ‘Sacro Tugurio’–, en cuyo interior se encuentra la primera casita que ocuparon los frailes antes de trasladarse a la Porciúncula. Allí entre esas sencillas paredes dentro de las que san Francisco escribió la primera regla pueblan las figuras más variopintas.
Ya sean grandes o pequeños; plagados de escenas bíblicas o sencillamente con María, José y el Niño; de porcelana, escayola, barro o madera; con un río con el agua en continuo movimiento o con papel de aluminio; en dos dimensiones o en tres; con lavanderas o plantas que germinan; con imágenes de estilo napolitano o uno viviente con niños y mayores; tecnológico o clásico… Son tantas las formas y las evoluciones que podemos decir que la encarnación del Niño que viene se actualiza en cada tiempo y en cada ambiente.
A lo largo de toda la geografía cristiana, los belenes se preparan con esmero y con cierta veneración porque es una forma de percibir el Misterio que se encierra tras la debilidad del Niño que nace en Belén. Y es que poner el Belén es algo más que decorar un espacio con un paisaje invernal, desértico o caballeresco. El cariño con el que tantos se disponen en estos días a desempolvar las figuras o recoger el musgo es una buena expresión del Amor de Dios por la humanidad.