Para muchos Taizé es un imprescindible entre las propuestas espirituales del siglo XX. La renovada visión del ecumenismo y de la vida y la misión comunitaria que inició el protestante Roger Schutz, el hermano Roger, ha dejado huella en quienes se han acercado a compartir la vida con estos hermanos y también en quienes, en cualquier parte del mundo, han adoptado su estilo de oración de música o comparten y se nutren de los textos que se distribuyen desde Taizé.
Ahora que en Madrid ha comenzado el último encuentro de jóvenes, Vida Nueva repasa los 5 elementos imprescindibles para comprender y meterse de llenoen el espíritu de Taizé.
Cada año cientos de miles de personas acuden a Taizé, una aldea de la Borgoña francesa en busca de una experiencia especial. A lo largo de una semana o un fin de semana se meten de lleno en el particular ritmo monástico de la comunidad ecuménica formada en este apartado rincón por el hermano Roger, en 1940 con unos cuantos huérfanos y prisioneros de la guerra.
El horario puede parecerse al de cualquier jornada monástica: la oración de la mañana y del mediodía, los trabajos cotidianos, momento para la evangelización a través de una serie de introducciones bíblicas por parte de los hermanos, las comidas frugales… Sin embargo la labor de ‘hospedería’ –por seguir con la jerga monástica– se amplía en este particular monasterio abierto, ya que muchos comparten la jornada monástica desde una perspectiva totalmente nueva. Muchos jóvenes han sentido realmente a Dios entre la experiencia de Taizé. Roger ya no está, pero los hermanos han mantenido muy vivo este espíritu.
La comunidad de Taizé ha construido su ecumenismo desde la vivencia concreta de la reconciliación dentro de sus muros invisibles. Como hizo Roger con los primeros huérfanos, prisioneros o judíos acogidos en la aldea…. Hoy el ecumenismo se sigue construyendo creando espacios de encuentro, rezando, cantando con distintas letras y una única melodía, compartiendo el pan, fregando las cazuelas de la comida, leyendo juntos la Biblia, repartiendo un sinfín de tipos de quesos franceses o acostumbrándose a usar solo la cuchara y el tenedor, sin preguntar a nadie si es católico o luterano, compartiendo vivencias y dramas, bebiendo té frío o caliente con alguno de los hermanos, sintiendo dudas por aquello que creemos y experimentamos, también en relación a Dios y a la fe…
Ese espíritu se transmite también en los encuentros de fin de añoo en las iniciativas con las que la comunidad colabora, como cuando se hace presente en las diferentes Jornadas Mundiales de la Juventud. “Se pasa por Taizé como se pasa junto a una fuente. El viajero se detiene, bebe y continúa su ruta. Los hermanos de la comunidad, ya lo sabéis, no quieren reteneros”, dijo en su visita Juan Pablo II en 1986.
El encuentro de jóvenes que ha comenzado ayer en Madrid se ha consolidado como la gran propuesta internacional fuera de Taizé. Este encuentro, es una continuidad de la propuesta del hermano Roger, a finales de loa años 70, de que los hermanos y cuantos sintonizan con el espíritu de Taizé en toda Europa, formaran parte de “una peregrinación de confianza a través de la tierra”. Tras su organización en algunas ciudades del norte o de Centroeuropa, ahora la cita vuelve al sur del continente –donde quedan los buenos recuerdos de los encuentros de Barcelona, Valencia o Lisboa en la península ibérica–. La edición 41 busca ser “enriquecida por los valores de solidaridad que sus ciudadanos quieren compartir”.
El centro en Taizé es la oración, en torno a ella se organizan otros momentos como la comida, las catequesis de los hermanos o los talleres de la tarde impartidos por personas de todo tipo de la sociedad, desde exministros a refugiados sirio. Precisamente la liturgia, en la que el centenar de hermanos que forma la comunidad recibe a cuantos se acercan, es testimonio claro del espíritu de Taizé. Cantos de distintas tradiciones espirituales, de Oriente y Occidente, con textos en los que se une en forma de ecumenismo militante diversos textos de varias tradiciones religiosas transformado en canto meditativo que alcanza a todos y cuya sencillez y repetición busca conectar al orante con “las fuentes de la fe”.
Los talleres que se desarrollan estos días son también una muestra de la sensibilidad que vive esta comunidad evangélica. La oración personal, la hospitalidad, la fuerza de los iconos, la paz mundial, la fraternidad, la espiritualidad de los cristianos en política, la ecología, la belleza, el dolor, la situación de las minorías, los refugiados y migrantes… son temas que se sienten en Taizé, en sus encuentros y en quienes se dejan transformar por el Señor que se sirve de mediaciones tan maravillosas como las que se viven en torno a esta experiencia.
El hermano Roger ya no está, se ha terminado el tiempo de la fundación, decía el hermano Alois a los miembros de la comunidad tras el entierro de su primer prior. “Pidamos al Señor que el sacrificio de su vida contribuya a consolidar el compromiso por la paz y la solidaridad de quienes tienen en sus corazones el futuro de la humanidad”, dijo Benedicto XVI sobre la muerte del hermano Roger, puesto que “su testimonio de fe cristiana y dialogo ecuménico fueron una preciosa enseñanza para generaciones enteras de jóvenes”.
El mensaje de este foco ecuménico, a escasos kilómetros de los restos de la en su día esplendorosa abadía de Cluny de la que surgió una fuerte renovación de la vida religiosa y de la que apenas queda un torre de la iglesia, es claro y actual. Todos los que viven la experiencia de Taizé son los sucesores de su intensa búsqueda de las fuentes de la fe como camino para una auténtica reconciliación, son los portadores del Espíritu que impulsa a hacer posible la parábola de la comunidad que constituye Taizé, son el cauce del amor de Dios ante los más alejados, los más necesitados. El mensaje de Taizé, de su campana, de su pequeña iglesia románica, de su comedor abierto al horizonte, de sus rezos cantados… es que es posible vivir en plenitud el programa de las Bienaventuranzas. Ya sea en Madrid o en Francia.