2018: ‘annus horribilis’ para los obispos chilenos

Denuncias de abusos y de encubrimiento; el llamado a Roma a todos los obispos, las renuncias y las sanciones dispuestas personalmente por el Santo Padre, un centenar de clérigos indagados por la justicia civil, y las inéditas incautaciones y registro de dependencias de obispados

2018: ‘annus horribilis’ para los obispos chilenos

Los efectos de la visita del papa Francisco, las innumerables denuncias de abusos a sacerdotes y religiosos y de encubrimiento a obispos; el llamado del Papa a Roma a todos los obispos y la renuncia de cada uno de ellos; drásticas sanciones a obispos y sacerdotes dispuestas personalmente por el Papa; frecuentes expresiones de vergüenza y dolor de los obispos chilenos con ocho de ellos y casi un centenar de clérigos indagados por la justicia civil e inéditas incautaciones y registro de dependencias de obispados, han marcado el año para este episcopado.

Un año difícil de olvidar. Se inició con la anhelada visita del Papa Francisco en enero, que dejó mal sabor: escasa asistencia de fieles a las 3 celebraciones masivas y casi nulo protagonismo de trabajadores, campesinos y dirigentes sociales, todo lo cual delató poca previsión de los organizadores; lo mismo en la soterrada presión del tema de los abusos expresada al Papa por los periodistas y el protagonismo excesivo del obispo Juan Barros durante toda la visita que tuvieron su clímax en la desafortunada respuesta de Francisco a una periodista, en Iquique: “El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia, ¿está claro?”.

Francisco pide perdón

Algo cambió en el Papa al regresar a Roma. Envió al arzobispo de Malta, Charles Scicluna, en misión especial. Tres meses después en carta a todos los obispos chilenos Francisco los convoca a Roma. Dice haber leído los 2.300 folios del Informe de la ‘Misión Scicluna’ y puede afirmar que “los testimonios recogidos en ellas, hablan en modo descarnado, sin aditivos ni edulcorantes, de muchas vidas crucificadas y les confieso que ello me causa dolor y vergüenza”.

En esa misma carta Francisco confiesa haber incurrido “en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y equilibrada” y pide perdón a quienes ofendió. ¡Qué valentía del Papa! No sólo por pedir perdón, sino sobre todo por la denuncia que deja la pregunta por la responsabilidad de sus informantes.

En Roma el Papa se reúne 3 veces con todos los obispos. En la primera sesión lee un texto que les pide rezar y meditar el resto de ese día y el siguiente. En las dos sesiones posteriores les escuchó y cada uno de ellos presentó su renuncia. El texto fue filtrado por una periodista que lo difundió. Allí Francisco expresa a los obispos que “las dolorosas situaciones acontecidas son indicadores de que algo en el cuerpo eclesial está mal”.

Luego de aludir a la época de una Iglesia chilena profética, señala a los obispos que “se volvió ella misma el centro de atención. Dejó de mirar y señalar al Señor para mirarse y ocuparse de sí misma. Concentró en sí la atención y perdió la memoria de su origen y misión”. Ya al citarlos a Roma les pedía su “colaboración y asistencia en el discernimiento de las medidas que a corto, mediano y largo plazo deberán ser adoptadas para restablecer la comunión eclesial en Chile, con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia”.

Iglesia profética por vocación

Por ello, en Roma ante los obispos Francisco concluyó así su fundada y profunda presentación: “Queremos encontrar en las heridas de nuestro pueblo los signos de la Resurrección. Queremos pasar de ser una Iglesia centrada en sí, abatida y desolada por sus pecados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado. Una Iglesia capaz de poner en el centro lo importante: el servicio a su Señor en el hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado, en el desnudo, enfermo, en el abusado… (Mt. 25,35) con la conciencia de que ellos tienen la dignidad para sentarse a nuestra mesa, de sentirse “en casa”, entre nosotros, de ser considerados familia. Ese es el signo de que el Reino de los Cielos está entre nosotros, es el signo de una Iglesia que fue herida por su pecado, ‘misericordiada’ por su Señor, y convertida en profética por vocación”.

Pocas semanas después del encuentro en Roma con todos los obispos renunciados ya de vuelta en Chile, el Papa Francisco envía una carta ‘Al Pueblo de Dios que peregrina en Chile’ animando a todos a asumir un rol activo y protagónico en la vida de la Iglesia como ayuda para superar el clericalismo que denunció como una de las causas de la grave crisis descrita en su presentación a los obispos.

En los meses posteriores el Papa aceptó las renuncias de 7 obispos nombrando administradores apostólicos en esas diócesis. Los obispos, por su parte, reunidos en asamblea plenaria extraordinaria, a fines de julio, dieron a conocer 4 decisiones y 6 compromisos concretos para abordar la crisis.

El obispo secretario general, Fernando Ramos, al término informó que se acordó la “plena voluntad de colaborar con el Ministerio Público en la entrega de los antecedentes sobre abuso sexual a menores de edad”, “dar a conocer públicamente toda investigación previa sobre presunto abuso sexual de menores de edad realizada en nuestras jurisdicciones” y que se “aprueban nuevas atribuciones y competencias al Consejo Nacional de Prevención de Abusos y Acompañamiento de Víctimas”. Dijo que también se abordó el “proyecto de colaboración mutua entre la Fiscalía Nacional y las entidades de la Iglesia” para la investigación de delitos de abusos a menores cometidos por clérigos.

¿Son suficientes estas medidas para abordar la gravedad de la crisis? Muchos laicos responden con escepticismo. La alta expectativa que dejó el Papa al anunciar medidas a corto, mediano y largo plazo aún se mantiene en espera. No se conocen medidas orientadas a los temas enunciados por Francisco.

Bajan adhesión y confianza

Aunque los santuarios este año han recibido multitudes de peregrinos en sus fiestas patronales y los templos continúan recibiendo miles de fieles, los datos de la encuesta del Centro de Estudios Públicos muestran un fuerte descenso en la adhesión a la Iglesia: de un 69% en 2008 bajó a un 55% en 2018, mientras que las personas que no se identifican con ninguna religión crecieron de un 11% a un 24% en el mismo período; y respecto a la confianza en la Iglesia Católica, esta cayó del 51% a un 13% en 10 años.

Consultado por el diario La Tercera, el jesuita Jorge Muñoz, vicario para la Pastoral Social de Santiago, sostiene que esas cifras hablan del abandono de quienes tenían una adhesión nominal, “pero no ha afectado a las cifras reales de la gente que participa cotidianamente en la eucaristía, que está alrededor del 15%. Eso no ha variado”.

Patricio Moore, sacerdote de Schönstatt, concuerda con Muñoz: “Un 55% me parece un muy buen número. Estoy convencido de que mucha gente que estaba en la puerta de salida de la Iglesia, ahora aprovechó de irse simplemente. Yo prefiero una Iglesia más transparentada en ese sentido”.

Sin embargo, el Anuario Estadístico de la Iglesia, en su edición 2017 muestra que hay también una fuerte caída en los Sacramentos, al señalar que en 2001 había 11,4 bautismos hasta los siete años de edad por cada mil católicos, tasa que en 2015 bajó a siete; en el mismo período el sacramento del matrimonio bajó un 48%, la primera comunión un 44,5% y la confirmación un 39,2%.

Todas estas señales, tanto las enunciadas por el papa Francisco, como los datos estadísticos y la afluencia a celebraciones litúrgicas, dan cuenta de una Iglesia chilena en reducción y que ha perdido la confianza del pueblo, síntomas de la crisis descrita por Francisco. Ante ella no se han conocido medidas concretas, ni tampoco se conoce el diagnóstico de los obispos respecto a la vida actual de la iglesia en el país. Hay quienes aseguran haber escuchado a obispos discrepar del diagnóstico del Papa indicando que los abusos son casos aislados y que los cambios culturales contribuyen a esta impresión.

Salir de la autorreferencia

El deterioro de la confianza en la Iglesia tuvo un fuerte impulso en las imágenes televisadas de policías y jueces allanando varios obispados y se acrecienta con la difusión de la nómina de más de un centenar de clérigos sometidos a procesos en la justicia civil, 8 obispos, 5 diáconos permanentes y 29 integrantes de congregaciones religiosas que no son clérigos. Esa nómina incluye información de que las víctimas identificadas en los procesos civiles son 222, de las cuales 91 son menores de edad.

Ante esta situación el obispo emérito, Juan Luis Ysern, acoge el desafío del Papa de dejar la autorreferencia de la Iglesia y mirar la realidad, aludiendo al espíritu del Concilio Vaticano II de atender el ‘clamor de la humanidad’. “Si hay corrupción, dice, tenemos que solucionar eso. Y tenemos que buscar la reparación de las víctimas, eso es indiscutible. Pero no basta. Hay que entrar en la realidad. El clamor de la humanidad y los designios de Dios que son designios de salvación resuenan en cada persona y en cada grupo humano. La persona humana, lo sepa o no lo sepa, está hecha a imagen de Dios, que es Amor”.

Frente a quienes postulan la permanencia agrega: “para ser fiel a la tradición, hay que saber salir de la tradición. El cambio es fundamental para ser fiel a la tradición y eso aplica completamente a la Iglesia”. Ysern enfatiza que este es el camino más seguro para salir de una iglesia autorreferida, que ha perdido su centro en Jesús.

Mientras, los obispos siguen renunciados, administradores apostólicos animan la vida eclesial donde los obispos fueron reemplazados, un número importante de sacerdotes está impedido de ejercer públicamente su ministerio y los medios de comunicación difunden acusaciones contra obispos y cardenales.

Un año difícil de olvidar.

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